jueves, 29 de abril de 2010
Kurosawa, Lucas, robots y samurais
Se cumple este año el centenario del nacimiento del director japonés Akira Kurosawa, que junto con Ozu y Mizoguchi integra el trío de grandes maestros nipones, y que posiblemente sea de los tres el único que ha disfrutado de algo parecido a un reconocimiento masivo en occidente. Frente a la poesía delicada y abstracta de Mizoguchi o la despojada exquisitez plástica de Ozu, el cine de Kurosawa –que combina el nervio narrativo del western con el esplendor visual de las mejores superproducciones- se basa en códigos inmediatamente asimilables por el espectador europeo o americano, y su influencia en algunos directores que han venido después (Sergio Leone, Coppola, y una vez más Scorsese, por nombrar algunos de los mejores) es evidente. Pronto tendremos una expo prometida por la Alhóndiga de Bilbao. Mientras tanto, calentamos con un breve –raquítico, diría yo- ciclo en la Filmoteca Española.
El otro día fui a ver “La fortaleza escondida”, película dirigida por Kurosawa en 1958, en scope y blanco y negro. Como de costumbre, sala llena y aplausos al principio y al final. A mí la película no me volvió loco: creo que no ha envejecido tan bien como otras del mismo director. Me distraen un poco su tono de comedieta crispada, la fallida estructura narrativa cercana a la novela picaresca, y sobre todo el agresivo registro de los actores, que no paran de gritar ni un instante. En el otro platillo de la balanza, la composición de los planos es admirable (¡qué buen uso del scope!), como lo es la perfección con que están filmadas sus muchas escenas de acción. Kurosawa era capaz de cargar sus imágenes con una energía casi paroxística: creo que nadie ha filmado mejor que él un grupo de hombres a caballo, y ése ya es un mérito a tener en cuenta.
Lo más interesante de esta “Fortaleza escondida” es analizar su argumento con el fin establecer algunas comparaciones. A saber: una princesa en peligro es escoltada por un guerrero a través de las líneas enemigas que han derrotado a su ejército, atravesando agrestes parajes con la ayuda de dos pobres diablos que no dejan de discutir entre sí. ¿Os suena a alguna otra película rodada más de veinte años después? Por si acaso, os adelanto la respuesta: parece bastante claro que George Lucas se basó en ella para definir el argumento de “La guerra de las galaxias”. La estética de la “space opera”, además, debe también mucho a la rigurosa composición y planificación de Kurosawa, aunque nunca alcanza –es mi opinión- la sorprendente calidad de éstas.
Hablando del tema, procedo a confesar que tuve una infancia de auténtico friki-Star Wars. Había visto todas las películas (las tres que existían entonces), y mis amigos y yo quedábamos en nuestras casas para jugar con los lamentables muñecos de plástico y las naves del merchandising oficial. Convertirse en un caballero jedi me entonces parecía la mayor aspiración que cualquier ser humano razonable debía albergar.
Veinte años después, volví a ver las películas con gran decepción. De la infecta “segunda trilogía” ya ni hablo.
Si hubiera conocido antes “La fortaleza escondida”, es probable que me hubiera ahorrado todo este aburrido y banal proceso de flechazo-desencanto.
Y más Cannes
Toca rectificar. En mi anterior entrada sobre el próximo festival de Cannes, afirmé que no había ninguna obra de un director español en las secciones paralelas (en la oficial tampoco). Bueno, pues se me había pasado por alto una película titulada “Todos vós sodes capitáns” (“Todos vosotros sois capitanes”) y dirigida por Oliver Laxe, un joven franco-gallego con residencia actual tangerina (el colmo de lo cosmpolita, vamos) que firma su primera obra, con lo que además aspiraría al premio de la Cámara de Oro en el festival. Al parecer, su película es un ejercicio de metaficción, en el que un profesor (él mismo) rueda una película junto a un grupo de niños de Tánger. Rodada en blanco y negro, ofrece un cuidado look y aparentes resabios estéticos de Kiarostami. En fin, habrá que esperar a Cannes para comprobar si el descubrimiento merece la pena.
Ciudad de vida y muerte
“Ciudad de vida y muerte”, de Chuan Lu, es la película que ganó la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián, decisión que –por una vez y sin que sirva de precedente- dejó satisfecha a la mayor parte de la crítica nacional. A lo largo de más de dos horas, narra la ocupación de la ciudad china de Nanking por las tropas japonesas justo antes de la II Guerra Mundial, sin ahorrar una sola atrocidad, lo que incluye ajusticiamientos masivos, violaciones y, en el momento más chocante de todos, el asesinato arbitrario de una niña arrojándola por la ventana. La película no lo explica, pero parece ser que detrás de un comportamiento tan perverso subyacía el intenso racismo de los japoneses, que consideraban a la población china claramente inferior. Bajo esta premisa, basta con que el expectador realice una sencilla traslación desde el Holocausto judío por los nazis –ejercicio un tanto burdamente alentado por los creadores de la película-, con el que todos estamos de lo más familiarizados gracias a la abundante filmografía y literatura en circulación, de manera que Chuan Lu se considera eximido de la penosa tarea de hacer psicológica y sociológicamente verosímiles los hechos que presenta.
Por lo demás, las referencias formales son evidentes, y se apoyan sobre todo en el Spielberg de los 90 –que es, en mi opinión, la época menos interesante de este director-, y en los clásicos del fotoperiodismo. Nada que objetar a esto último: si nos parece bien que en “Barry Lyndon” Kubrick compusiera e iluminara sus planos inspirado en las telas de Gainsborough o Watteau, ¿por qué no tendría derecho Chuan a filmar la guerra como una sucesión de postales de Capa y Cartier-Bresson? El problema es que el material genético manejado es sumamente inestable, y sensible a las mutaciones, la más monstruosa de las cuales se produce cuando, en una escena supuestamente emotiva en la que unas manos femeninas van alzándose a contraluz, nos encontramos de lleno en un anuncio de la lotería de Navidad. Por desgracia, no es ése el único momento en que esto ocurre.
A su favor hay que decir que casi siempre se logra el admirable objetivo de derrotar en su propio terreno a las superproducciones bélicas norteamericanas contemporáneas. “Ciudad de vida y muerte” está realizada con más gusto, con más nervio y vigor que la mayor parte de ellas. Esto redime en parte sus muchas limitaciones, aunque no sea suficiente para evitar la sensación de que nos encontramos ante un artefacto manierista y dudoso.
lunes, 26 de abril de 2010
Descubrir "Twin Peaks" en 2010
Hace unos días, unos amigos me hicieron un regalo maravilloso por impulso. Se trataba de un pack de películas de Mizoguchi en DVD, que he procedido a devorar inmediatamente, contra mi costumbre. La ocasión lo merecía.
El caso es que mi regalo no era su única compra. Tras pasarse por la FNAC más cercana, se habían hecho con otro pack, éste con todo "Twin Peaks", del primer al último capítulo. En España, la serie de David Lynch fue emitida por Telecinco en los años 90, pero ellos no la habían visto en su momento: ni idea de dónde estaban metidos por aquel entonces. A lo que voy a es a que de inmediato sentí una envidia terrible por ellos. El motivo de mi envidia no era su nueva adquisición (yo también podría tenerla, bastando para ello con desembolsar unas pocas decenas de euros), sino que iban a vivir lo que a mí me parece un momento sublime, como es el descubrimiento de la gran obra maestra televisiva de todos los tiempos. Eso es algo que nadie podrá devolverme ya.
En 1990, la serie se estrenó en España precedida de una impresionante campaña promocional. Yo, que entonces era un adolescente que ya tenía a Lynch entre sus favoritos gracias a “Dune”, “El hombre elefante” y "Terciopelo Azul”, me senté ante el televisor lleno de expectativas. Desde que comenzaron los títulos de crédito, éstas se vieron superadas por algo que seguí con tanta pasión como incredulidad. Me estaba costando asimilar la magnitud de lo que desfilaba ante mis ojos, que poseía una significatividad estética que no tenía nada que ver con cualquier cosa que se hubiera hecho para la televisión con anterioridad. No ya con cualquier serie diaria, culebrón, telecomedia o telefilm, sino con las miniseries más lujosas o los seriales americanos de gremios (abogados, policías, médicos, etc), que quedaban de pronto borrados de un plumazo, reducido su peso al del polvo. Lynch asumía las limitaciones televisivas, pero las estiraba hasta el límite, utilizando sus herramientas estilísticas con efectos cercanos a la hipnosis. Como digo, me costaba asimilarlo, pero me encantaba igualmente. Cuando presencié la secuencia en la que los padres de Laura Palmer son informados del hallazgo del cadáver de la susodicha, mi boca estaba tan abierta que en ella habría podido entrar enterita la pantalla de la Black Trinitron familiar. Y al terminar el primer episodio ya sabía que acababan de marcarme para toda la vida. Después, capítulo tras capítulo, seguí fascinado el devenir de los personajes que interpretaban unos fantásticos Kyle MacLachlan, Michael Ontkean, Piper Laurie, Joan Chen, Ray Wise, Grace Zabriskie o Lara Flynn Boyle. Aunque mi favorita era Audrey Horne, la rica heredera cuya lengua era capaz de anudar los rabitos de las cerezas, y que estaba interpretada por una carnal Sherilyn Fenn. Seguro que recordáis la escena.
A medida que la serie avanzaba, fue perdiendo gas, a lo que no fue ajena la creciente confusión de los guiones, y sobre todo el reemplazo de Lynch por otros directores. Sin embargo, el estilo de “Twin Peaks” fue inmediatamente imitado por toda clase de seguidores, algunos de los cuales tuvieron bastante éxito (“Picket Fences” o “Expediente X” a la cabeza), pero su influencia no se limitó a tan mediocre ámbito, sino que ha sido inconmensurable. En realidad, sentó las bases de un nuevo lenguaje televisivo, que es el vigente hoy en día, y del que beben todas –de la primera a la última- las series idolatradas por el público y la crítica, que en mi opinión no le llegan al original ni a la suela del zapato.
Qué suerte tenéis, Miriam y Carlos, por descubrir “Twin Peaks” en pleno 2010. Cómo os envidio.
viernes, 23 de abril de 2010
David Cívico en Espacio Marzana: Elefantes y pianos de cola
Crítica que publiqué el mes pasado en prensa:
El artista David Cívico presenta en la bilbaína Espacio Marzana el segundo episodio de un muy personal proyecto que tuvo como marco anterior el Museo Artium de Gasteiz. Abanico cromático blanquinegro, sugerencias conceptuales y humor sofisticado para una interesante propuesta en la que destaca un sencillo y hermoso diseño expositivo.
Centrémonos, en primer lugar, en el artista. David Cívico (Donostia, 1974) es uno de los creadores vascos más destacados de su generación, como remarca la circunstancia de su inclusión en la reciente “Bilbao Arte New York-en”, la reciente exposición divulgativa sobre la trayectoria de la institución bilbaína celebrada en Manhattan, y a la que nos hemos referido en diversas ocasiones en estas mismas páginas. Cívico pertenece, pues a la nutritiva cosecha de Bilbao Arte, donde presentó, hace ya casi una década, la instalación “Proyecto Red”, después de haber sido seleccionado para las becas de creación del centro bilbaíno. Entre sus hitos recientes, podemos destacar la presencia en las colectivas de 2008 “Calypso” (junto a otros nuevos artistas becados por la Diputación de Bizkaia), en la bilbaína Sala Rekalde, y “Entornos próximos”, en el Museo Artium de Gasteiz, la muestra bienal de arte vasco que en aquella ocasión le hacía compartir cartel con Ismael Iglesias o Zigor Urrutia, entre otros. Decididamente inquieto, ha profundizado en la creación audiovisual con “Txakurkalea”, ambicioso largometraje protagonizado por perros que reflexionaba sobre las transformaciones del entorno urbano, y que se ha mostrado en diversos pases especiales complementado con otras manifestaciones artísticas, así como en festivales de cine independiente.
En esta ocasión, Cívico presenta en la galería Espacio Marzana de Bilbao un proyecto que constituiría en realidad el segundo episodio de una narración global de tres, denominada “Los insaciables”, que habría representado su primer capítulo en el Artium (el tercero aún no se habría divulgado) y que, según parece, surgió como reflejo de la doble inspiración recibida por historias tan dispares como la delirante catedral que un hombre llamado Justo Gallego lleva décadas construyendo con sus propias manos en Mejorada del Campo, Madrid y unas perturbadoras imágenes sobre abusos policiales en una comisaría de los mossos d’esquadra en el barrio de Les Corts, en Barcelona, divulgadas en fechas no muy lejanas. Las conexiones entre ambas manifestaciones de la imprevisible realidad no resultan evidentes; su relación con la obra terminada del propio artista, tampoco. En todo caso, de algún modo se anticipaban en Gasteiz los temas y la iconografía que ahora puede contemplarse en Bilbao, con un mural que representaba un ligero elefante volador, orquestando un sugestivo y avieso juego de opuestos.
En la elección del título para esta segunda hoja de su tríptico aún incompleto, no hay que descartar que Cívico haya recurrido nuevamente a la ironía. En efecto, recordemos que un diorama es la recreación –generalmente con fines didácticos- de una escena realizada en escala reducida mediante maquetas, artificio muy popular en los museos de arte natural desde el siglo XIX y que hoy, cuando nos conjura recuerdos de cielos pintados en algodonosos tonos pastel, precarias recreaciones de la sabana africana con todos sus habitantes del reino animal o, peor aún, elefantiásicos belenes montados en entidades bancarias para disfrute de niños y grandes, posee connotaciones decididamente kitsch que resulta interesante explorar. Tan dudoso concepto expositivo es rescatado por el artista donostiarra subvirtiendo algunos de los pilares sobre los que se ha erigido en la práctica, pero respetando insólita y estimulantemente otros. Así, en una instalación compuesta únicamente en colores blanco y negro, medio centenar de elefantes primorosamente modelados en plastilina campan a sus anchas sobre un piano de cola invertido, colocado a su vez sobre una base de botes de pintura vacíos y apilados. Nada de fondos celestes creando melosas ambientaciones, ni de pretensiones de verosimilitud. Y, sin embargo, la escena resulta de una extraña naturalidad a los ojos del espectador, que difícilmente concibe estar viendo otra cosa que no sea una manada de animales integrados en su entorno natural, por mucho que la cualidad simbólica, narrativa y distanciadora del sencillo cromatismo elegido, que las sugerencias conceptuales invocadas por el instrumento musical empleado fuera de su contexto, nos lleven a territorios más abstractos. Junto a esta escena, que responde con cierta literalidad al título de la exposición, la misma plastilina negra ha sido modelada en forma de cristalizaciones naturales, entidades de naturaleza mineral que de algún modo formulan la tensión entre lo efímero y lo permanente, lo naturalmente originado y lo obtenido por la mano humana (y, más evidentemente, entre lo duro y lo blando). De nuevo, la confrontación entre los polos se sitúa en el centro de los intereses de Cívico, operación que ejecuta con unas notables economía de medios y ausencia de énfasis.
Junto a estos elementos, se expone en Marzana una extensa serie de dibujos en la que se muestra un mosaico de imágenes diversas (pot pourri que incluye escenas cotidianas, entornos naturales, sugerencias arquitectónicas o misteriosos troquelados), con el denominador común de los apagados tonos grisáceos velados aún por lo que posee la apariencia de neblina lechosa. Una de las piezas del políptico que se crea a través del diseño expositivo no es más que un paspartú blanco que enmarca un fragmento visible de la blanca pared de la galería. Perfecta representación de lo que la obra de Cívico nos permite entrever: siquiera un fragmento de los contornos de nuestra propia percepción.
jueves, 22 de abril de 2010
Alicia en 3D
Admito mis sentimientos contradictorios ante el cine de Tim Burton, a quien reconozco un interesante sello personal y un notable talento visual, de quien he disfrutado mucho algunas películas, pero que también me irrita con su tendencia a simplificar todo el material que cae en sus manos, a aplanar y despojar de misterio sus elementos de partida. A domesticarlos, como si dijéramos. Su versión de “Alicia en el País de las Maravillas” no me pareció una excepción. En su aproximación al personaje de Lewis Carroll, la protagonista pasa de ser una niña a una joven casadera (requisito de origen evidentemente comercial), mientras se eliminan todas las referencias psicoanalíticas del original, que es lo que las mejores versiones anteriores de la historia habían explotado. A cambio, se opta por un mensaje feminista de todo a un euro que convierte en mucho más inverosímil lo que le sucede a Alicia una vez que ha regresado a su origen londinense que sus fantasiosas aventuras anteriores. Por desgracia, las secuencias de batallas y luchas contra dragones tampoco sobrepasan el rutinario y pomposo estilo impuesto por Peter Jackson con su adaptación de “El señor de los anillos”, que ojalá nunca hubiera visto la luz. Y las interpretaciones son irregulares, desde una absurda Anne Hathaway (que por momentos parece estar parodiando a Isabelle Adjani en “La reina Margot”) hasta una correcta Helena Bonham-Carter, pasando por el irrelevante descubrimiento Mia Wasikowska en el papel central, y un Johnny Depp pasablemente sobreactuado.
A cambio de todo esto, Burton compone sus planos con mimo, apoyado en una escenografía que debe tanto a Walt Disney como a Jean Cocteau (y a “El Mago de Oz”, versión Judy Garland), mientras que el recurso a la novedad técnica de moda, el 3D, no me parece que aporte nada interesante en casi ningún momento. Una excepción: el plano en el que un sombrero de copa se eleva desde un cadalso, perfecto ejemplo de lo que la tecnología debe constituir en el cine, es decir, una herramienta al servicio de una voluntad poética, expresiva o narrativa. Y no un fin en sí misma, vamos.
Me refería antes a las “mejores versiones anteriores” de Alicia. No estaba pensando, desde luego, en la animada de Disney, ni a la que se hizo también en Hollywood en los años 30. Menos aún en las muchas adaptaciones televisivas. Hablo de “Giulietta de los espíritus”, de Fellini, que no adapta oficialmente los libros de Carroll pero sin duda se basa en ellos, y que revisé hace no mucho en vídeo. La película de Fellini es un prodigio visual y está lleno de sugerencias, y sobre todo conmueve porque ofrece la imagen del esfuerzo de un hombre tendente a la neurosis (Fellini) tratando de representar un retrato de mujer igualmente neurótica, mediante una asombrosa batería estilística de orden casi visionario. Recomiendo el ejercicio de ver esta Giulietta y compararla con la muy poco elocuente Alicia de Burton.
miércoles, 21 de abril de 2010
Anish Kapoor en el Guggenheim Bilbao
Todo indicaba que se trataba de la exposición estrella de la temporada. Anish Kapoor, prima donna de la escena artística contemporánea, presentaba una retrospectiva en el museo Guggenheim de Bilbao. Piezas de escala inabarcable. Inauguración a bombo y platillo. Espectacular instalación con un disparador que arroja proyectiles de cera rojo sangre contra la pared. Los indicios hacían presagiar mucha fanfarria y todo tipo de embobamientos colectivos. Pues bien, no ha sido así. Por fortuna.
La expo de Kapoor en el Guggenheim se convierte en un sugestivo paseo por la obra del artista de origen hindú, con las paradas de rigor en algunos de sus iconos y sellos de fábrica. Casi siempre modesta y sencilla -lo que no evita la sospecha razonable de que el montaje ha debido de costar un congo-, no parece destinada a abrumar, y en alguno de sus tramos (sala de espejos) se consigue algo rarísimo, que los trucos de feria más básicos y añejos se revistan de una dignidad nueva, generando sensaciones cercanas a la revelación. Fantásticas también las esculturas de cemento, evocando formas cercanas, según la sensibilidad del espectador, a los intestinos o los excrementos, que por algún motivo me recordaron a los vaciados de humanos y animales sorprendidos por la erupción del Vesubio que se exhiben en Pompeya. Tampoco faltan, por supuesto, las consabidas recreaciones de un vacío azul cobalto y una carne del color del lacre, o un sol amarillo rabioso. En fin, no más de treinta minutos me demoré en la segunda planta del museo bilbaíno, pero fue una media hora de lo más agradable. Recomiendo vivamente la visita.
martes, 20 de abril de 2010
Más sobre Cannes: ausentes y paralelos
Se ha difundido ya la programación de las secciones paralelas no oficiales del festival de Cannes, la Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica. Disculpadme por hurgar en la herida una y otra vez, pero no hay en ellas ninguna película de un director español. Este año la presencia nacional en el conjunto del certamen es si cabe más pobre que de costumbre. Y ésa es mucha pobreza; indigencia, más bien.
Abundando en el tema, algunos de los detalles más interesantes de esta próxima edición cannoise hacen referencia a las grandes ausencias. A destacar:
•A falta de confirmaciones de última hora, por el momento no estaría lo último de Terrence Malick, “Tree of life”. Gran proyecto protagonizado por Brad Pitt y Sean Penn, se habla ya de obra maestra (¿cuántas veces habremos vivido esta historia?), aunque al parecer la conocida manía perfeccionista del autor norteamericano está retrasando el estreno una y otra vez. Hace unos meses, su presencia en la sección oficial de Cannes se daba como segura.
•Tampoco estará “Somewhere”, de Sofia Coppola, con Stephen Dorff en la piel de una vividora estrella de Hollywood que ha de hacerse cargo de su hija. Otra apuesta casi segura que parece perdida.
•“Black Swann”, de Darren Aronofsky, thriller fantástico con ballet de fondo con Natalie Portman, no estaba lista. Tampoco estará “Inception”, de Christopher Nolan, con un reparto estelar, de la que sin embargo ya circulan múltiples trailers.
•Dicen que a Julian Schnabel le ofrecieron presentar su último trabajo fuera de concurso, a lo que él se habría negado. No lo veremos en Cannes, por tanto.
En cuanto a las mencionadas secciones paralelas, son pródigas en desconocidos y potenciales descubrimientos. Ningún nombre realmente conocido en ellas. Una rareza: el elegante y joven actor Louis Garrel (hijo de Philippe, gran director de cine) presenta este año un cortometraje en la Quincena. Veremos…
sábado, 17 de abril de 2010
Las virtudes de "La isla interior"
Que a uno lo sorprenda una película, sea cual sea el motivo de la sorpresa, ya es en sí una buena noticia. Bajo esta premisa, hay que alegrarse de la existencia de “La isla interior”, lo último de Félix Sabroso y Dunia Ayaso, y una buena película española contemporánea.
En mi opinión, reúne esta película dos grandes virtudes que la elevan a kilómetros sobre el 99% de sus congéneres. Una, que está asombrosamente bien escrita. Gracias un guión que confía en el misterio y la ambigüedad, y en la inteligencia del espectador para dejarse seducir por ellas, gracias a un retrato sobrio y certero de los personajes, gracias a una excelente construcción y encadenamiento de las situaciones, gracias a lo auténtico (léase “sincero”, “verosímil”) que todo resulta en él, puedo afirmar sin miedo a equivocarme que estamos ante el mejor libreto nacional –Almodóvar aparte- de los últimos años.
La segunda e infrecuente virtud de “La isla interior” es la exactitud en su dirección de actores. No es sólo que los protagonistas estén excelentes: es que hasta el último de los secundarios e intérpretes episódicos pronuncia sus réplicas con impecable convicción. Me gustaría destacar en este sentido a una actriz llamada Emi Cazorla, a la que hasta ahora no tenía el gusto de conocer, y que está fantástica en un personaje que en otro contexto podía haberse convertido en una caricatura infecta. Centrándonos en la familia protagonista, encuentro que ni siquiera los tics compositivos de Alberto San Juan empañan la perfección del conjunto. Tanto él como Cristina Marcos, Géraldine Chaplin y Celso Bugallo están maravillosos. Y Candela Peña, aún un paso más allá.
Es cierto que la puesta en escena no está a la altura de todo lo anterior, lo que impide a la película ser una gran obra. Una vez más, se intenta reproducir los rasgos estilísticos de Papá Pedro, pero –como ha quedado bien probado- nada de esto funciona sin la inagotable y rarísima inventiva del director de “La ley del deseo”. Ayaso y Sabroso demuestran ser unos directores competentes –lo que ya es mucho, si uno mira un poquito alrededor-, pero se les ve demasiado el plumero de las referencias, que ni de lejos saben igualar.
Por lo demás, “La isla interior” trata sobre la herencia, la congénita y la adquirida, y envía su mensaje con transparencia pero sin obviedad, con intensidad pero sin asfixia, con densidad dramática pero sin tremendismo, y sobre todo con una admirable apariencia de honestidad.
La verdad, qué gustazo, ir a ver una película española y salir del cine con la sensación de que ha sido una buena inversión el tiempo a ello dedicado.
jueves, 15 de abril de 2010
Bene Bergado y la vida social
Son etapas, imagino. Pero últimamente rehúyo la vida social todo lo que puedo: lo justo para no parecer huraño, que no conviene nada. Así, por ejemplo, cuando me entero de que hay una exposición interesante, salvo contadísimas excepciones intento no visitarla el día de la inauguración. Siempre hay tiempo.
Rompí esta norma la semana pasada, porque la ocasión lo merecía. La estupenda Bene Bergado inauguraba en la galería Espacio Mínimo de Madrid. Hom@, se llama el invento. A Bergado acabo de entrevistarla (la entrevista se publicará en prensa esta misma semana), y además publiqué una breve reseña de la exposición para el número de abril de Vanity Fair, así que ya habrá noticias sobre el asunto en este blog. Por ahora, os recomiendo, desde luego, que os paséis por la galería, donde seguro que seréis muy bien recibidos y podréis presenciar la obra de una artista sofisticada y (diga lo que diga ella) dotada de un interesante sentido del humor.
En todo caso, el día de la inauguración había tanta gente que era difícil ver realmente las piezas expuestas, de manera que lo mejor fue reencontrarme con algunas personas a las que aprecio, lo que me hizo disfrutar doblemente de algo algo que por momentos había temido como una especie de deber. Habían venido a Madrid para la ocasión Manu Arregui, Richard Corpas, Elssie Ansareo, Eduardo García Nieto, Miguel Ángel Gaüeca y Sira Cornejo, entre otros. Un bálsamo, vamos; y la mejor manera de evitar toda tentación misántropa. Así sí se puede.
La selección de Cannes 2010
Por fin, los responsables del festival de Cannes (del 12 al 23 de mayo de 2010) han publicado los detalles de la sección oficial de este año. Destaco los siguientes aspectos:
•El festival lo abre el "Robin Hood" de Ridley Scott, de la que ya he visto el trailer, y que tiene una pinta espantosa.
•Como se esperaba, "Biutiful", lo último del temible González Iñarritu, rodado en España y con un reparto que encabeza Javier Bardem, es la representante nacional a concurso. Puesto que he detestado casi todo lo que este director mexicano ha hecho hasta ahora –su falsedad estética y social, su insufrible y chirriante demagogia me ponen de los nervios-, me temo lo peor.
•El jurado, sin embargo, parece extrañamente diseñado para favorecer esta película. Entre sus componentes, Benicio del Toro (que ha trabajado con Iñarritu y Bardem en el pasado, y del que se conoce su cercanía personal a ambos) y Giovanna Mezzogiorno (que coprotagonizó con Bardem “El ambor en tiempos del cólera").
•Una buena noticia: el gran Víctor Erice también forma parte del jurado que preside Tim Burton.
•La cuota del cine italiano no está cubierta (como todos esperábamos) por Nanni Moretti, sino por Daniele Luchetti, con una comedia aterradoramente titulada “La nostra vita”, y que protagoniza el sex-symbol Raoul Bova.
•El rancio Nikita Mikhalkov comparece con la segunda parte de “Quemado por el sol”, aquella chuchería pseudo-chejoviana de los noventa.
•Una rareza también en competición: Bertrand Tavernier adaptando “La princesse de Montpensier”, novela de la maravillosa autora del siglo XVII, Madame de La Fayette (ver mi entrada sobre “La princesa de Clèves”).
•La presencia francesa a concurso se completa con una peli del estupendo Xavier Beauvois, otra del actor y director Mathieu Amalric y otra del argelino Rachid Bouchareb, que ya rompió la pana hace unos años en Cannes con "Indigènes". Atención al argumento de la peli de Beauvois: ¡un drama sobre monjes cistercienses que se alzan para defender sus creencias al confrontarse a los fundamentalistas! La rareza promete.
•Entre los consagrados a concurso, destacan Abbas Kiarostami, Mike Leigh y Takeshi Kitano. Pocos popes este año, rompiendo claramente la tendencia de los últimos tiempos.
•De los nuevos valores con tendencia a crear polémica destaca el tailandés Apichatpong Weerasethakul, tan amado como detestado por críticos y cinéfilos.
•Doug Liman, autor de pelis de acción como la saga Bourne, es la presencia más marciana y sorprendente, con un thriller que protagonizan Nami Watts y Sean Penn.
•Ya fuera de concurso, en la sección paralela Un Certain Regard, está la última de Manoel de Oliveira, “O estranho caso de Angelica”. ¡Bien! En la misma sección, Godard y Lodge Kerrigan.
•Proyecciones especiales de los últimos Woody Allen, Stephen Frears, Oliver Stone (¡la segunda parte de “Wall Street”!), Gregg Araki, Otar Iosseliani y el blando actor Diego Luna, que firma su primer trabajo como director.
A priori, por lo que a mí respecta y salvo los Oliveira, Allen, Kitano, Iosseliani o Beauvois, la selección se presenta un pelín floja, pero nunca se sabe. Cannes siempre da sorpresas: de eso vive, y bien que hace.
Más noticias, a medida que se desvele el resto de la programación (Semana de la crítica, Quincena de Realizadores, etc).
lunes, 12 de abril de 2010
El mayor espectáculo del mundo
Esto sí que es un evento. Los cines españoles, de los menos dados en todo el mundo al reestreno de clásicos, acogen la versión restaurada de "Lola Montès", película mítica dirigida en 1955 por el maestro Max Ophüls. Lleno de emoción, vi la cinta el otro día en una sala de los cines Verdi, que presentaba una nutrida audiencia a pesar de la nula publicidad (ni una crítica en prensa).
En su estreno original, “Lola Montès” –que se tomaba todo tipo de licencias para narrar la vida de una legendaria cortesana del siglo XIX que, tras una juventud de opulencia y disipación y precipitar una revolución popular contra uno de sus amantes, el rey Ludwig I de Baviera, terminó sus días exhibida en un circo americano- fue masacrada por gran parte de la crítica e ignorada por el público. Al parecer, su estructura narrativa –que hoy se ha convertido en uno de sus principales atractivos- resultaba demasiado revolucionaria para la época. En lugar de limitarse a ejecutar un biopic plano y lineal, Ophüls prefirió centrarse en el espectáculo circense en que la protagonista se integraba, espectáculo maravilloso y denigrante al mismo tiempo, que además servía de hilo de continuidad en el que se engarzaban tres flash-backs (en orden no cronológico) sobre distintos momentos de su vida. Así, un material de partida digno de cualquier peliculilla de Sara Montiel recibía un tratamiento narrativo sorprendente que, junto con cierta ironía en el tono, pulverizaba toda sugerencia sentimentaloide, lo que puede llevar al desconcierto a los más incautos. Por otra parte, como artefacto puramente visual la película es un prodigio lleno de inventiva y sofisticación. La pantalla se comprime y se ensancha según la conveniencia del instante, adaptando las posibilidades del Cinemascope a lo requerido por los elementos del cuadro. Los colores y la textura de la fotografía de Christian Matras, extrañamente antipictóricos, se anticipan a lo que después harían un Visconti y un Fellini, y aún mucho más tarde un Tim Burton. Por otra parte, Max Ophüls era capaz de desplazar la cámara constantemente (“la vida es movimiento”, hace decir a Lola en un momento dado) sin que el riesgo del mareo o la histeria se intuyan siquiera en ningún momento: los fastuosos travellings y panorámicas, los movimientos de grúa se suceden tanto en el circo como en los salones y carruajes, y en unos exquisitos exteriores compuestos con el mismo gusto que si de decorados palaciegos se tratara.
Encuentro incluso que el único punto débil de la cinta, la mediocre Martine Carol, se resuelve mediante la astuta estrategia de hacer de la necesidad virtud. Carol era en aquel momento una estrella en Francia (su brillo de sex-symbol instantáneo duraría ya muy poco, y hoy apenas se la recuerda), y había protagonizado varios pastelones históricos –al estilo “Madame Du Barry” o “Caroline Chérie”- a las órdenes de su marido, Christian-Jacque. Su contratación se debió a motivos puramente comerciales, pero posiblemente contribuyó al fracaso final de la empresa. Ophüls poco podía hacer para evitar la inexpresividad y la insuficiente presencia de la actriz, así que se apoyó en su lado maniquí de cera para la sección del circo –efecto reforzado por la onírica iluminación-, mientras no eludía su vulgaridad en las escenas retrospectivas, todo lo cual termina aportando un atractivo extra al conjunto al acentuar su raro carácter antinovelesco por diversas vías. Es posible, sin embargo, que hiciera falta el transcurso del tiempo para que este efecto pudiera ser apreciado.
En todo caso, han mostrado su entusiasmo por la película directores como Truffaut, Scorsese, Coppola o Kubrick (entusiasmo que se aprecia aún mejor si uno se fija en la clara influencia del estilo de Ophüls en las mejores películas de estos directores).
No deberíais desaprovechar la ocasión. Una película así no se debe, no se puede ver en la pantalla doméstica. Si podéis, entrad en el cine para admirar como merece esta “Lola Montès”, una película única, una rareza que es además una de las grandes obras maestras del siglo XX. Así de claro.
viernes, 9 de abril de 2010
Polanski en plena forma
“El escritor”, última película de Roman Polanski, tiene por título original “The Ghost Writer”, es decir, “el negro” (tipo “affaire Ana Rosa Quintana”), mientras que tampoco se ahorran las sugerencias fantasmales, a tono con la historia. El nombre que le han colgado a la versión española es, en más de un sentido, insatisfactorio e insuficiente. Pero esto es sólo una anécdota.
Siguiendo con el tema, en realidad no hay prácticamente nada en el desarrollo de la película que no supere lo anecdótico. Ni el thriller sobre macroconspiraciones, abusos de poder y cloacas políticas, ni la traslación al plano psicológico de los conflictos expuestos, me parecieron nada novedosos o particularmente interesantes. Sin embargo, todo está tan bien hecho, dirigido con tanta precisión y resuelto visualmente con tanto brío, que encuentro la película de lo más disfrutable. La puesta en escena de Polanski, implacable, extiende sus poderosos tentáculos por cada resquicio de la cinta, hasta el punto de que incluso lo más gratuito termina presentando toda la apariencia de ser imprescindible. Un ejemplo ilustrativo: el largo plano en el que una nota corre de mano en mano hasta llegar a su destinataria. La intensidad del momento creado por Polanski nos prepara para el final, igualmente espléndido. Otra muestra de la pericia del director polaco: la actriz Olivia Williams interpreta su personaje en un registro muy similar al que utilizaba en “An education”. Sin embargo, si en ésta última la encontré insufriblemente falsa, en “El escritor” dan ganas de aplaudir cada una de sus intervenciones. Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Tom Wilkinson y (en menor medida) Kim Cattrall, están igualmente estupendos.
Otra nota al margen: parece increíble que los toques finales de postproducción fueran dados por Polanski desde la cárcel, en Suiza. Así pues, la acrisolada perfección de su acabado sería producto del encierro y la incertidumbre. Interesante idea sobre la que profundizar.
martes, 6 de abril de 2010
Obsesiones
Leo en los papeles que el gran Manoel de Oliveira rueda estos días "O estranho caso de Angelica", una historia que ya quiso poner en pie hace más de medio siglo, lo que fue imposible debido a cuestiones de censura. Parece ser que el hombre lleva toda su vida obsesionado con un hecho real en el que él mismo intervino cuando, siendo joven, se le encargó que fotografiara el bellísimo cadáver de una prima de su esposa.
Me parece prodigioso y conmovedor que alguien lleve décadas incubando una obsesión, y que ésta termine cristalizando en una obra artística que sobreviene cuando se tienen más de cien años. No sé cómo será finalmente la película -aunque lo último que el director portugués ha estrenado, "Singularidades de una chica rubia", permite albergar las mejores esperanzas-, pero la historia de su alumbramiento ya me parece una maravilla en sí misma. Sus protagonistas serán Ricardo Trêpa, nieto del realizador (al que además interpreta), y la española Pilar López de Ayala (como la bella muerta). Muchos de vosotros quizá os preguntéis cómo es posible que las compañías de seguros permitan que alguien más que centenario dirija películas (cuando en Estados Unidos, por ejemplo, resultaría imposible: ¡cuánto talento desperdiciado!). Pues bien, la explicación es sencilla: antes de iniciar cada rodaje, Oliveira documenta escrupulosamente y por escrito el desarrollo de la puesta en escena, de manera que, si por causas fatales tuviera que interrumpirse su participación, uno de sus hijos tomaría el relevo sin tener que hacer nada más que seguir dichas instrucciones al pie de la letra. Fantástica idea, o eso me parece a mí.
Oliveira me viene también a la mente por los días que acabo de pasar en Oporto, donde él nació. La dignidad melancólica y vetusta de la ciudad recuerda al maestro sólo en parte. Encuentro a Oliveira decididamente mucho más cosmopolita y "brand bourgeois" que el entorno del que proviene, aunque esto puede ser una falsa percepción mía. En todo caso, su inconfundible estilo de una plasticidad siempre exquisita y sorprendente me inspiró a cada paso durante mi visita a la ciudad del Duero, como atestiguan las fotos del viaje... Que no pienso divulgar en este foro, por supuesto.
En tierra hostil
Por fin vi la película que ha ganado este año el Oscar. Y lo que me sorprendió de ella es precisamente lo poco sorprendente que resulta. Prácticamente nada nuevo o apasionante a lo largo del considerable metraje de “En tierra hostil”, de Kathryn Bigelow. Su estilo de serie B con un chute de adrenalina procura alternativamente la simpatía que dispensamos a la aparente falta de pretensiones y la irritación generada por un mensaje ambiguo y algo hipócrita. La inmoderada y pueril fascinación que parece mostrarse por un mundo de belicosos macho men tampoco ayudó a que digiriera mejor el producto. Pero no es de esto de lo que me quejo, sino de que viéndola no obtuve la menor emoción. Nada me hizo saltar de mi butaca, ni empaticé lo suficiente con lo que veía como para sufrir verdaderamente cuando los protagonistas aparecen desactivando mortíferos explosivos, bombas humanas incluídas. En resumen, que todo me dejó bastante frío. Y parece razonable la sospecha de que esto era justo lo contrario de lo que se pretendía.
No sé, estoy a punto de pensar que quizá me perdí algo de esta película alabada casi unánimemente, y cuyos pocos ataques recibidos se centran en cuestiones no artísticas sino digamos morales. Pero no creo que llege a comprobarlo: por desgracia, mi tiempo es demasiado escaso como para emplearlo en volver a ver “En tierra hostil”.
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domingo, 4 de abril de 2010
En Oporto
Entre otras cosas, lo que uno intenta hacer en sus vacaciones es desconectar de la operativa habitual, hasta el punto que no es raro que valoremos la bondad de los días de asueto en función del grado de “desconexión” que se ha logrado.
En mi caso (como en el de mucha gente), la desconexión de la rutina implica también la desconexión de la red, con este blog a la cabeza. Por eso hace una semana larga que no lo actualizo.
Pues bien: vuelvo a la rutina, que ya va siendo hora. Y lo hago precisamente para dar un par de pinceladas sobre mis vacaciones, por si a alguien le interesara el tema (nunca se sabe lo que puede interesar a las personas).
El caso es que la mayor parte de la Semana Santa la pasé en la ciudad portuguesa de Oporto. La idea era básicamente huir de las procesiones –folklore y religión de la mano y elevadas a la enésima potencia: ¿cabe imaginar mayor pesadilla?- sin trasladarme demasiado lejos, y puedo decir que lo conseguí. Pero además la visita me sirvió para realizar algunos descubrimientos, lo que siempre es de agradecer.
El primer descubrimiento fue la ciudad en sí. Oporto es un tipo de ciudad cada vez más inusual, al menos en Europa: la Vieja Capital Aún No Remozada. Sus calles estrechas, sus empedrados, sus vetustos comercios –maravillosas tiendas de ultramarinos-, sus cafés decididamente cutres, sus abigarrados barrios populares, crean un ambiente cercano a la alucinación. Mención aparte para un nuevo testimonio de la obsesión de los portugueses con los azulejos, que decoran algunas de las fachadas civiles y religiosas más impresionantes. Las enormes gaviotas sobrevolando las plazas del centro también contribuyen a la irrealidad ambiental. Y la visión del Duero desde sus puentes no tiene precio. Conclusión: hay que conocer Oporto a toda costa. Daos prisa, antes de que cambie.
Dos visitas imprescindibles en las afueras de la ciudad. La primera, el salón de té y restaurante Boa Nova, diseñado en 1958 por el arquitecto Alvaro Siza y ubicado en la localidad costera de Leça das Palmeiras. Según nos aseguró el maître, todo el mobiliario que decora el comedor principal es original. El lugar no sólo es precioso, sino que en él se come francamente bien (sabroso arroz de marisco).
La otra visite resultó aún mejor. El Museo Serralves es el centro de arte más visitado del país luso, aunque las exposiciones que nos encontramos tampoco llamaban al entusiasmo. Ahora bien, el edificio está rodeado por un fantástico y descomunal jardín, un entorno natural de belleza embriagadora y algo artificiosa, que esconde una auténtica joya. Se trata de una villa originalmente construda por el conde Carlos Alberto de Prado, una mansión art déco que también puede visitarse y resultó ser una de las casas más increíbles en las que he estado nunca. Por una vez, me faltan las palabras para describirla. Se presenta al público sin un solo mueble, y ni falta que le hace para generar la certeza de que uno podría ser feliz sólo por vivir en ella. Indescriptible la sensación de armonía, confort y equilibrio que producen sus luminosas estancias.
No puedo imaginar mayor lujo en la habitabilidad de un espacio.
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