jueves, 29 de abril de 2010

Kurosawa, Lucas, robots y samurais



Se cumple este año el centenario del nacimiento del director japonés Akira Kurosawa, que junto con Ozu y Mizoguchi integra el trío de grandes maestros nipones, y que posiblemente sea de los tres el único que ha disfrutado de algo parecido a un reconocimiento masivo en occidente. Frente a la poesía delicada y abstracta de Mizoguchi o la despojada exquisitez plástica de Ozu, el cine de Kurosawa –que combina el nervio narrativo del western con el esplendor visual de las mejores superproducciones- se basa en códigos inmediatamente asimilables por el espectador europeo o americano, y su influencia en algunos directores que han venido después (Sergio Leone, Coppola, y una vez más Scorsese, por nombrar algunos de los mejores) es evidente. Pronto tendremos una expo prometida por la Alhóndiga de Bilbao. Mientras tanto, calentamos con un breve –raquítico, diría yo- ciclo en la Filmoteca Española.

El otro día fui a ver “La fortaleza escondida”, película dirigida por Kurosawa en 1958, en scope y blanco y negro. Como de costumbre, sala llena y aplausos al principio y al final. A mí la película no me volvió loco: creo que no ha envejecido tan bien como otras del mismo director. Me distraen un poco su tono de comedieta crispada, la fallida estructura narrativa cercana a la novela picaresca, y sobre todo el agresivo registro de los actores, que no paran de gritar ni un instante. En el otro platillo de la balanza, la composición de los planos es admirable (¡qué buen uso del scope!), como lo es la perfección con que están filmadas sus muchas escenas de acción. Kurosawa era capaz de cargar sus imágenes con una energía casi paroxística: creo que nadie ha filmado mejor que él un grupo de hombres a caballo, y ése ya es un mérito a tener en cuenta.

Lo más interesante de esta “Fortaleza escondida” es analizar su argumento con el fin establecer algunas comparaciones. A saber: una princesa en peligro es escoltada por un guerrero a través de las líneas enemigas que han derrotado a su ejército, atravesando agrestes parajes con la ayuda de dos pobres diablos que no dejan de discutir entre sí. ¿Os suena a alguna otra película rodada más de veinte años después? Por si acaso, os adelanto la respuesta: parece bastante claro que George Lucas se basó en ella para definir el argumento de “La guerra de las galaxias”. La estética de la “space opera”, además, debe también mucho a la rigurosa composición y planificación de Kurosawa, aunque nunca alcanza –es mi opinión- la sorprendente calidad de éstas.

Hablando del tema, procedo a confesar que tuve una infancia de auténtico friki-Star Wars. Había visto todas las películas (las tres que existían entonces), y mis amigos y yo quedábamos en nuestras casas para jugar con los lamentables muñecos de plástico y las naves del merchandising oficial. Convertirse en un caballero jedi me entonces parecía la mayor aspiración que cualquier ser humano razonable debía albergar.

Veinte años después, volví a ver las películas con gran decepción. De la infecta “segunda trilogía” ya ni hablo.

Si hubiera conocido antes “La fortaleza escondida”, es probable que me hubiera ahorrado todo este aburrido y banal proceso de flechazo-desencanto.

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