jueves, 28 de mayo de 2009

Realismo




Christophe Honoré (“Les chansons d’amour”, una peliculita mona a la que me referí en una entrada anterior de este blog) llevaba hace unos meses su última cinta, “La Belle Personne”, a la sección oficial del festival de San Sebastián, del que salió sin premio. Este último trabajo acaba de estrenarse en España sin ningún bombo, incluso de tapadillo, lo que es una pena porque se trata de una película muy bellamente filmada.


Su punto de partida ya concentra bastante interés: Honoré adapta “La princesse de Clèves”, de Madame de La Fayette, un clásico de la literatura francesa, escrito en el siglo XVII y tratado ya por el cine en varias ocasiones (hace unos diez años, en “La carta”, de Manoel de Oliveira), sólo que la acción se traslada a un instituto parisino de hoy en día. Al parecer, la operación fue pergeñada por Honoré como reacción ante un comentario despectivo de Nicolas Sarkozy (al que subyacía un clasismo aterrador) al enterarse de que el temario de unas oposiciones administrativas de bajo nivel incluía la novela de Madame de La Fayette. En realidad, toda la película parece concebida y puesta en escena como ataque a la idea de que lo sublime, lo simplemente bello, sea o deba ser patrimonio exclusivo de una élite social, intelectual o económica. Idea cuya valentía y pertinencia me parece que admite pocas discusiones.


La hiperestilización del mundo retratado, con unos adolescentes quiméricamente guapos y sensibles, supone un placer para los sentidos, y acoge con perfecta coherencia los estrictos códigos éticos y estéticos de la novela original. “La belle personne” si sitúa por este motivo en el extremo opuesto al realismo de “La clase” de Laurent Cantet o “L’esquive” de Abdel Kechiche (películas que encuentro excelentes, por otra parte), que se desarrollaban en entornos similares y además, en el segundo caso, empleando igualmente la coartada literaria.

En su estreno donostiarra, la película fue precisamente tildada de “poco realista”, bajo el argumento de que un adolescente actual jamás se expresaría con la pedante precisión de sus protagonistas, acusación totalmente absurda de tan irrelevante (¿desde cuándo el realismo es un imperativo en lugar de una opción?). En todo caso, la película resulta en todo momento coherente consigo misma y con sus arriesgadas premisas iniciales, lo que me parece digno de admiración. No se trata de una cinta perfecta (encuentro serios fallos en el desarrollo del personaje de Nemours-Louis Garrel), pero viéndola experimenté ocasionales ramalazos de emoción genuina, y su combinación de delicadeza y radicalidad perduran en mi recuerdo.


NOTA: Encuentro en la película otro motivo de admiración. El concepto del enamoramiento que retrata, concepto que ya estaba en "La princesa de Clèves", me parece sumamente original y contracorriente para los baremos que imperan en la actualidad. Frente al estándar que propugna la mezcolanza de amor-enamoramiento como salvador del individuo y de la Humanidad entera por extensión, la visión de Honoré-La Fayette se centra en el enamoramiento como enajenación pasajera potencialmente destructiva, un peligro del que conviene protegerse. Podrá o no estarse de acuerdo con esta tesis, pero situarla en el corazón de una película me parece hoy una opción llena de valentía... y un alarde de realismo.

Cenicitas


Little Ashes” (“Sin límites”, en España) es una coproducción hispano-británica dirigida por Paul Morrison, que hace una década fuera nominado al Oscar a la Mejor Película Extranjera por un filme ignoto e irrelevante llamado “Solomon and Gaenor”.

La película se basa en una historia conocida, la que resulta de la compleja relación de amistad y desencuentros entre Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí, centrándose sobre todo en sus años universitarios en la madrileña Residencia de Estudiantes. Es de esperar que la guionista y el director se hayan documentado profusamente para realizar su trabajo: si es así, no se nota en absoluto, por lo descabellado no ya del retrato de los tres artistas en cuestión, sino de la España de la época en general, y el espíritu del grupo humano retratado en particular. De todos modos, ni siquiera el hecho de que Buñuel se nos muestre como un esnob y un fascista arrepentido a tiempo, que Dalí parezca más bien oligofrénico que excéntrico y que en Lorca no haya nada del irresistible, incomparable encanto personal sobre el que se ha escrito largo y tendido (Buñuel en especial, y de manera conmovedora) resulta lo más ofensivo de la cinta. Lo peor es su absoluta impotencia artística, su incapacidad para dotar a un solo fotograma de la inspiración de la verdad y la vida. De una planicie inaudita, la película parece dirigida por un funcionario: de hecho, en sus mejores momentos posee algo del look de una miniserie de la Televisión Española de los 80. En los peores, no se sabe muy bien lo que parece: aberrante secuencia en la que Dalí y Lorca, al verse iluminados por la luna llena mientras se dan un chapuzón nocturno en Cadaqués, parecen ponerse de acuerdo para ejecutar una extraña coreografía subacuática tipo “Escuela de sirenas” como preludio a un (hurtado) encuentro sexual.
Mención aparte para los actores, que están especialmente mal: sobre todo, el Robert Pattinson pre-“Crepúsculo” en la piel de Dalí, y Marina Gatell, que interpreta un personaje ficticio (pero basado en Margarita Manso) sobreactuando tanto o más que cuando protagonizaba la inenarrable serie “Lalola”.

martes, 26 de mayo de 2009

Agatha, te presento a Brüno...


Hace tres años se estrenaba en los cines de todo el mundo una farsa llamada "Borat", concebida y protagonizada por el cómico británico Sacha Baron Cohen, que obtuvo un inmenso éxito comercial, además de múltiples premios. Hubo quien reclamaba para Baron Cohen, incluso, el Oscar al mejor actor de aquel año por su interpretación de un repulsivo, reaccionario periodista kazajo de visita en el hedonismo desquiciado de los Estados Unidos.


Con "Brüno", de próximo estreno, se espera repetir el éxito gracias a un nuevo personaje, situado esta vez en el extremo opuesto al anterior: alemán y gay, el tal Brüno se siente plenamente integrado dentro del ámbito temático que le ha tocado cubrir -el proceloso mundo de la moda, la estética y los desfiles-, y la comicidad procede precisamente de esa delirante identificación. En el fondo se trata de un aggiornamiento del estereotipo a la Alfredo Landa en "No desearás al vecino del quinto" (o de los chistes de mariquitas de Arévalo), aunque cabe esperar que con más corrosividad y talento.


Del trailer, ya en la red, se deduce que el montaje definitivo de la película va a mantener la documentación de una acción llevada a cabo por Baron Cohen-Brüno cuando, en la Semana de la Moda de Milán, irrumpió en pleno desfile de la empresaria española Ágatha Ruiz de la Prada arrasando con todo lo que tenía a su paso. Hace poco leía una entrevista con la señora Ruiz de la Prada en la que ésta afirmaba no haber visto con muy buenos ojos que esto ocurriera, lo que me parece bastante poco verosímil. Primero, porque resulta improbable que la performance se llevara a cabo sin que mediara un previo acuerdo entre la productora de la cinta y la firma de moda. Y segundo, porque considerando la naturaleza del caso al que nos enfrentamos (una mujer que basa su éxito en la venta de licencias, y que se muestra particularmente orgullosa de haber irrumpido en el mercado de las puertas blindadas con sus diseños naïf), más bien nos la imaginamos poniendo velas a la virgen de su parroquia en agradecimiento a este providencial acto que va a situar su nombre y su logotipo en los cines y televisiones de todo el mundo dentro de muy poco tiempo ("Me chifla ir a misa", rezaba el titular de una entrevista en El Correo Español del pasado domingo. La propia diseñadora añadía después: "Encuentro que es lo más, una maravilla").

Ved el tráiler en cuestión, y opinad por vosotros mismos. Se aconseja particular atención entre los segundos 52 y 57:


domingo, 24 de mayo de 2009

Cannes, c'est fini

El jurado de Cannes 09



Bueno, pues ayer tuvo lugar la ceremonia en la que se concedían los premios oficiales del festival de Cannes 2009. No voy a hacer un recuento del palmarés, porque para éso ya están los diarios, y además llevo unos días dando la brasa con el tema: me limitaré a una breve valoración.

Ninguna sorpresa en cuanto a la Palma de Oro entregada a Michael Haneke por "Das weisse Band", de la que ya circulan en internet algunas imágenes de una fuerza notable. El director de "Funny Games", "La Pianista" y "Caché" consigue por fin un primer premio del festival que era difícil que se le escapara esta vez, siendo presidenta Isabelle Huppert. Por mi parte, sin haber visto la película, reconozco mi debilidad por el talento de Haneke.

"Un prophète" de Jacques Audiard, Premio Especial del Jurado, era la segunda favorita. Christoph Waltz, la revelación de "Inglorious Basterds" de Tarantino, contaba también entre los favoritos en el apartado de interpretaciones masculinas. Más división había en el de las actrices: el trabajo de Carlotte Gainsbourg en "Antichrist" de Lars Von Trier había sido alabado por algunos, mientras que otros lo consideraron simplemente histérico y risible. Giovanna Mezzogiorno y Penélope Cruz figuraban en muchas quinielas, pero no pudo ser.
Los premios concedidos al cine asiático han constituido la sección más sorprendente del palmarés. "Kinatay" de Brillante Mendoza o "Thirst"de Park Chan-wook tenían sus fans, pero también una amplia masa de detractores. La película china de Lou Ye, premiada por su guión, había dejado más bien indiferente a la mayoría. La apuesta asiática ha dejado fuera del palmarés a algunas de las favoritas más o menos de consenso, como "Bright Star" de Jane Campion, "The Time that Remains" de Elia Suleiman y "Los abrazos rotos" de Pedro Almodóvar. Salvo esta última película, aún no he visto ninguna de las que concursaban este año, así que no puedo valorar esta decisión. Pero, personalmente, no me parece mal que el jurado tenga un criterio propio y actúe en consecuencia. Por eso no entiendo los numeritos que a menudo monta la prensa cuando no se premia las películas que han designado como sus favoritas. Este año, Huppert y sus compañeros han tenido la astucia de nadar y guardar la ropa, reservando los premios gordos para quienes se esperaba, y utilizando el resto del palmarés para reflejar unos gustos personales e independientes. La verdad, no me parece una mala noticia.
NOTA: De todos modos, el mejor de los premios es el especial que ha concedido el Jurado Ecuménico (que haya un "jurado ecuménico" en un festival europeo del siglo XXI ya es en sí algo bastante exótico) a "Antichrist" de Lars Von Trier, por su misoginia. Al parecer, entre otras cosas, se incide en que el mensaje de la película sugiere que las mujeres son peligrosas para la humanidad, y que la quema de brujas que tuvo lugar en la Edad Media no fue una idea tan peregrina, al fin y al cabo. ¡Lars, ese genio del marketing!

sábado, 23 de mayo de 2009

Cannes: últimas películas a concurso

La prensa ha visto y juzgado ya las últimas películas a concurso del festival. "Visage", de Tsai Ming-liang ha tenido una acogida globalmente negativa, mientras que a "Map of the sounds of Tokyo" de Isabel Coixet la han recibido... aún peor. La crítica sobre lo último de la directora española aparecida en Variety no tiene desperdicio.

Así las cosas, y siempre si hay que hacer caso a los críticos internacionales, la Palma de Oro se la disputarían "Das Weisse Band" de Michael Haneke, "Un Prophète" de Jacques Audiard, "Los abrazos rotos" de Pedro Almodóvar, "The Time That Remains" de Elia Suleiman y "Bright Star" de Jane Campion.

Por otra parte, la película "J'ai tué ma mère", que narra la conflictiva relación entre una madre hortera y su hijo gay y está dirigida por un canadiense de veinte años (¡!) llamado Xavier Dolan, ha conseguido varios premios extraoficiales. La película e presentó en la Quincena de Realizadores con considerable éxito de crítica.

Mañana, el palmarés oficial.

viernes, 22 de mayo de 2009

Cannes:última hora

La película de Elia Suleimane "El tiempo que queda", presentada hoy a concurso en la sección oficial del festival, se sitúa claramente como otra de las favoritas a la Palma de Oro. Como era de esperar, a lo último de Gaspar Noé le ha pasado todo lo contrario: principal candidata al premio al mayor bodrio del certamen.

jueves, 21 de mayo de 2009

Cannes: That's entertainment!

¿A quién le vas a dar la palma este año, Isabelle?


El festival de Cannes está a punto de terminar. Un año más, el evento se ha ganado a pulso su lugar en el podio como el mayor, más mediático y poderoso festival de cine del mundo. Sus cabezas pensantes juegan con ventaja (todo el mundo quiere llevar su película a Cannes), pero hay que decir que además poseen un admirable talento publicitario, que les lleva a dar cada año con la combinación perfecta entre sensacionalismo, calidad y espectáculo. Sólo contemplar el programa diario de la sección oficial es un ejercicio sumamente revelador: qué genialidad en la yuxtaposición de las obras, qué extraordinario sentido del ritmo, qué perfección en el tempo que alterna el escándalo previsible (Lars Von Trier) con la reconfortante planicie más previsible aún (Ken Loach), la esperadísima y pomposa obra de un joven pope contemporáneo (Tarantino) con el trabajo sobrio y ágil de un anciano maestro (Alain Resnais), que comienza y termina con los trabajos menos esperados (Andrea Arnold, Lou Ye, Coixet) y pone la carne en el asador con el segmento central (Ang Lee, Campion, Von Trier, Almodóvar, Tarantino, Haneke). Independientemente de lo que pueda pensarse de la calidad de las obras a concurso, el impacto logrado en los medios, y en las frágiles mentes de los aficionados, es de primer orden. Chapeau, Gilles Jacob! Chapeau, Thierry Frémaux!

Este domingo se entregan los premios. Repasemos los favoritos, según los comentarios de la prensa internacional:

1) "Das Weisse Band", de Michael Haneke: el magnífico director austriaco ya ha tenido grandes éxitos en el concurso del festival (en particular con "La Pianista" y "Caché"), pero no posee aún la Palma de Oro. En esta ocasión, parece haber traído la obra perfecta para resarcirse. Según la mayoría, se trata de un filme redondo, denso y resonante, perfectamente puesto en escena. No olvidemos además que Isabelle Huppert, la presidenta del jurado, ha trabajado en varias ocasiones con Haneke, habiéndose cubierto de premios gracias a su trabajo en la mencionada "La Pianista". Si la Palma se le escapa, nos dejaría a todos bastante descolocados.


2) "Un Prohète", de Jacques Audiard. El director francés no gusta a todo el mundo. Personalmente, disfruté mucho sus anteriores "Sur les lèvres" y "De battre mon coeur s'est arreté" mientras las veía, aunque a día de hoy no tenga de ellas un recuerdo memorable. Su cine es algo enfático, pero me parecería muy mezquino negarle un gran talento narrativo. En esta ocasión, el drama carcelario que ha traído a la Croisette ha provocado la admiración de la mayoría. Sería un razonable Premio Especial del Jurado o a la Mejor Dirección, o incluso una Palma de Oro nada descabellada.

3) "Los abrazos rotos", de Almodóvar. La mayoría de las críticas cosechadas han sido excelentes, a menudo entusiastas. Muchos vuelven a reclamar para Almodóvar la Palma de Oro, aunque es cierto que con "Todo sobre y madre" y "Volver" estas voces eran más generalizadas, y en ambas ocasiones tuvo que conformarse con otros premios. Al respecto, estoy impresionado con la obsesión destructiva de algunos: en su chat de El País Digital, Carlos Boyero no se ha cortado un pelo para mentir flagrantemente, afirmando que Le Monde y Le Figaro habían puesto "a parir" (sic) a "Los abrazos rotos", como él mismo hizo con motivo de su estreno español. En realidad, la crítica de Le Figaro era predominantemente positiva, y la de Le Monde, más fría, trataba al director español con respeto, dando a entender que globalmente había hecho una buena película, aunque lastrada por ciertas carencias. Como digo, la mayor parte de la prensa internacional ha alabado la cinta, aunque sí es cierto que no se ha generado el arrebato colectivo de las anteriores incursiones almodovarianas en el concurso de Cannes. Por cierto, también ha habido coincidencia al alabar el trabajo de Penélope Cruz: junto con Giovanna Mezzogiorno en "Vincere", es la favorita al premio a la mejor actriz. En cuanto al crítico (por decir algo) de El País, o habla de oídas, o ha sido traicionado por su propio wishful thinking. Ambas posibilidades lo invalidan como informador, y empañan seriamente la credibilidad del medio para el que trabaja.

Otras películas bien recibidas han sido "Looking for Eric" de Ken Loach (no por todo el mundo, desde luego), "Inglorious Basterds" de Tarantino (idem), "Taking Woodstock" de Ang Lee (más idem), "Bright Star" de Jane Campion, "Fish Tank" de Andrea Arnold y la mencionada "Vincere" de Marco Bellocchio. Si la Palma de Oro la ganara alguna de ellas, tampoco habría suicidios ni revueltas populares. Mientras escribo estas líneas, no se han mostrado aún las películas de Isabel Coixet, Tsai Ming-liang, Gaspar Noé y Elia Suleiman.

Gane quien gane, este año ha vuelto a ser el de Lars Von Trier, que demuestra una vez más su habilidad para alzarse con el premio al director del que más se habla. Su "Antichrist" fue el escándalo del año desde el primer pase de prensa, gracias a la misoginia que al parecer sobrevuela sobre la cinta (ninguna novedad en el director danés), y a varias secuencias-choque, de entre las que destacan: a) Charlotte Gainsbourg se corta su propio clítoris con unas tijeras de podar, y la acción puede observarse con todo detalle en primer plano b) Charlotte Gainsbourg taladra la pierna de Willem Dafoe, antes de reventarle los testículos de un golpe y hacerle eyacular sangre c) Un zorro (el animal) habla como si estuviéramos en una fábula de La Fontaine, y lo hace para pronunciar la portentosa frase "El caos reina" d) Al son de Haëndel, un niño muere al precipitarse por una ventana mientras sus padres, ajenos a todo, follan por toda la casa.

Cuentan las crónicas que Manohla Dargis, famosa crítica de The New York Times, cantaba "That's entertainment" a la salida de la proyección de "Antichrist". La canción podría haber operado como una perfecta banda sonora desde el primer al último día de este admirable festival.

martes, 19 de mayo de 2009

Muntadas: Baile de fantasmas



Este mes se ha dado a conocer la noticia de que Antoni Muntadas ha ganado el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2009. Se da la coincidencia de que el mes pasado publiqué una crítica sobre su última exposición en Madrid. Allá va:




Antoni Muntadas. Situaciones y Media Sites / Media Monuments
Del 21 de marzo al 23 de mayo de 2009
La Fábrica Galería. Madrid



Segunda exposición individual de Antoni Muntadas en la madrileña La Fábrica Galería. Esta vez, con dos series de fotos cargadas de reflexiones sociopolíticas, constante innegociable en la obra del creador catalán.

Muntadas: Baile de fantasmas



Antoni Muntadas (Barcelona, 1942) es ciertamente un artista catalán, pero limitar su eco a definición tan sucinta supone un ejercicio de reduccionismo antes que de concisión: en realidad, nos encontramos ante un creador que ha ensayado casi todas las disciplinas artísticas conocidas, con particular atención al ámbito de lo audiovisual (pionero del vídeo-arte, su trabajo es ya prácticamente un clásico del medio), y su figura es de un genuino cosmopolitismo, a años luz de toda impostación o veleidad coyuntural. En Muntadas, la globalización (o mondialisation: quizá el término francés resulte aún más apropiado para el caso) es una realidad absoluta, incuestionable, individual y universal al mismo tiempo.


La Fábrica, galería en la que a lo largo de la última temporada está cobijando algunos de los eventos expositivos más sugestivos de la escena artística madrileña (al menos, sobre el papel) muestra estos días dos de las series más recientes de Muntadas, Situaciones (2008) y Media Sites / Media Monuments (2007). En total, cuarenta y tres fotografías en color y blanco y negro que, de algún modo, sintetizan de manera bastante fiel las inquietudes políticas, existenciales y estéticas del barcelonés.


Situaciones configura un artefacto en el que se yuxtaponen dos o más imágenes en las que las diferencias son sutiles, a menudo casi inapreciables, con el fin de materializar una secuencia temporal. El momento corresponde a un tiempo congelado, cristalizado, que parece corresponder a aquel instante mágico en que se producía la armonía de los elementos que lo componen. Armonía falsa, como sabemos, ya que se intuye por debajo de ella el latido resonante y perverso de la alienación. La sala de embarque de un aeropuerto, una pasarela por la que transitan a contraluz los pasajeros de un buque, el lobby de un museo o un centro comercial, son los entornos que sirven como marco a la actividad social de unos individuos que tienen algo de fantasmagórico en su triste deambular.


Mientras tanto, el proyecto Media Site / Media Monuments presenta a su vez tres variaciones, en Buenos Aires, Washington D.C. y Budapest, de un enfoque similar en el que la dimensión temporal vuelve a resultar decisiva. En ella se enfrentan dos versiones de unos entornos que han tenido una particular significación de orden político y reivindicativo. En una de ellas se recoge, a modo de documento histórico, el momento preciso en que se materializó el evento determinante (indígenas americanos acampados frente a la Casa Blanca, el automóvil en que fue asesinado el político chileno Orlando Letelier, la Europa Oriental previa al desmoronamiento de la URSS, las manifestaciones de las madres de la Plaza de Mayo en torno al Obelisco bonaerense, la reciente y vergonzosa tragedia de la discoteca República Cromañón). La otra recoge el mismo espacio a posteriori, cuando la carga política se supone rebajada por el tiempo y el olvido, pero que de algún modo permanece encapsulada como en un acto de posesión. Una vez más, el espectro de una realidad que se considera pasada pero que en realidad durará siempre (“el siempre de los hombres”, escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa), se resiste a abandonar el contexto físico del que surgió pese a los complejos intereses sociales, económicos y políticos que propugnan su desahucio.


Los fantasmas, pues, se apoderan de los espacios retratados por Muntadas como tantas veces lo han hecho en la ficción dramática de los cuerpos humanos y las casas encantadas. Por lo general, en estos casos lo que se espera es el advenimiento de un héroe (ha llegado a darse el caso de que tal héroe vistiera sotana) que ponga fin a la pesadilla expulsando al intruso del organismo que habita. Aquí la labor del artista –que también es, a su manera, un héroe- se sitúa sin embargo en las antípodas del exorcismo: suya es la misión de reavivar al ectoplasma latente, de retratar al aparecido para enfrentarnos con su verdad dolorosa, inapelable. Se ha hablado mucho en tiempos recientes de “memoria histórica”, en ocasiones escudando el terror a los fantasmas políticos tras un ejercicio supuestamente piadoso que hace referencia a otros espíritus de existencia más cuestionable: “que en paz descanse”, suele decirse (cada vez menos) de lo que no es ya -¿acaso fue otra cosa en otro momento?- sino materia orgánica corrupta. Y, en realidad, es el descanso de los vivos lo que se reclama. A Muntadas, como a quien esto escribe, no le interesan los espíritus que se nos representa como originarios de un difuso Más Allá. A cambio, se equipa con su arsenal de médium para invocar una realidad que existió y no debería ser olvidada, devolviéndola a las coordenadas geográficas donde se desarrolló y en las que, se quiera o no, quien sea sensible a ello aún puede percibir su reverberación.

lunes, 18 de mayo de 2009

Bergman

Bibi Andersson y Liv Ullman en "Persona"


Ya hace casi dos años que falleció el director de cine sueco Ingmar Bergman. La mayor parte de las manifestaciones públicas que en relación a este hecho se hicieron en su momento fueron como mínimo de respeto, y abundó la rendida admiración. Se habló incluso de Bergman como uno de los grandes genios de la historia del cine, afirmación con la que no puedo estar más de acuerdo. Pero, mientras esto ocurría, ni por un momento pude dejar de pensar que en muchos ámbitos, y durante mucho tiempo, a Bergman se lo ha considerado un rollo insoportable, un director moroso y aburrido, autor de un cine ridículamente intelectual. Soy testigo de lo muy de moda que ha estado decir con toda tranquilidad cosas como que “El séptimo sello” era un tostón, o que “Sonata de otoño” no hay dios que la aguante. En esos ámbitos de los que hablo, el único cine que queda bien alabar es el americano, y fuera de él a Berlanga, porque todo lo demás es sencillamente un coñazo. No digo que no haya que ser comprensivos con el fenómeno: aunque todo esto nos queda ya muy lejano, hay en este país toda una generación traumatizada por las sesiones de cine-fórum, y demasiados culturetas de pega que lo que en realidad adoraban (pero no podían reconocerlo, pues quedaba carca y como mal) era el fútbol y/o la copla, y que en cuanto pudieron salir del armario (¡libertad sin ira!) irrumpieron en el vasto mundo exterior como un elefante en una cacharrería. Ellos corrieron la voz de lo aburrido que era Bergman y, a fuerza de repetirla con insistencia, esta afirmación acabó revistiéndose del fulgor de las verdades absolutas, indiscutibles. La prueba de ello es que la mayor parte de la gente que hoy en día se reafirma en lo aburrido que es Bergman, cuando se le pregunta con qué películas del director sueco exactamente se ha aburrido, es incapaz de nombrar una sola. Vamos, que hablan de oídas.


Por mi parte, cuando accedí a la obra del director nórdico yo era demasiado joven e inexperto como para haberme dejado contaminar por aquella creencia. Apenas adolescente, vi algunas de sus películas en un breve ciclo (una vez más) de La 2; pocos años más tarde (yo creo que estaba estudiando alguno de los últimos cursos del colegio), otro ciclo en el mismo canal me permitió admirar la mayor parte de su obra. En la primera ocasión, me enamoré de aquel cine preciso y magnético. En la segunda, mi amor alcanzó el peso demoledor de la confirmación. Si Buñuel (sobre el que ya he escrito en varias ocasiones dentro este blog) fue para mí un flechazo abrasador e irracional, que me provocó una adhesión que -durando aún- nunca he alcanzado a explicarme del todo bajo argumentos lógicos, mi pasión por Bergman tiene una naturaleza, me parece a mí, más sosegada y explicable. En Bergman encuentro milagrosamente concentrado todo lo que amo en el arte, y especialmente en el cine. El misterio, la originalidad, la puesta en escena como herramienta formal, el rostro humano como máximo generador de fuerza plástica y expresiva, la precisión narrativa, la capacidad de los fotogramas para sugerir, desvelar mucho más de lo que superficialmente parecen contener. Se trata de un cine que no es exactamente solemne (en el sentido de pesado o altisonante), pero sí por decirlo de algún modo intenso, como lo son algunos sueños, o como los ritos religiosos. A él le deben mucho algunos de los mejores directores que han venido después, desde Kieslowski hasta Almodóvar, desde Woody Allen hasta Desplechin, Haneke, Von Trier o Tsai Min-liang.


Siendo poco más que un niño, no podía entender del todo los conflictos existenciales, metafísicos o psicológicos de los personajes de, pongamos por caso, “Escenas de un matrimonio” o “Persona”, pero eso me daba igual. Lo que me asombraba y me hipnotizaba de aquellas películas no era lo que contaban, sino el modo en que estas cosas eran contadas, es decir, el lenguaje mismo que inventaban sus imágenes, y del que éstas se servían para materializar los muy precisos guiones del autor. Vi estas y otras obras de Bergman prácticamente en estado de trance: “Fresas salvajes”, “El manantial de la doncella”, “Gritos y susurros”, “Los comulgantes”, “Un verano con Monika”, “El rostro”, junto con las dos que he mencionado al principio de este párrafo, son las que me dejaron una impresión más honda. Curiosamente, “Fanny y Alexander”, quizá su obra más popular y difundida, fue una de las últimas que vi: una obra maestra que admite poca discusión, una pieza perfecta que amalgama entre otras cosas drama shakespeariano y religioso, crónica familiar y de una iniciación a la vida, y una bella reflexión sobre la verdad y la representación, el teatro, la palabra y la imagen. Si me obligaran a hacer una lista de mis películas favoritas, con la condición de que ésta fuera tan breve que para enumerara bastaran los dedos de una mano, en ella incluiría sin dudarlo “Fanny y Alexander”. “Persona” tampoco andaría lejos, desde luego.


Total, que yo no puedo concebir que alguien se aburra viendo una película de Bergman. No digo que no me lo crea, mucho menos que no lo respete. También me cuesta horrores concebir que alguien encuentre entretenido ver una competición de Fórmula 1 en televisión, con esos coches dando monótonas e idénticas vueltas una y otra vez alrededor del mismo circuito, pero no me cabe duda de que hay cientos de miles de personas en el mundo que comparten esa afición, y además nada malo encuentro en ello. Por tanto, insisto, me lo creo, en el sentido de que lo asumo como una realidad que existe y de la que no tengo motivos para dudar. Pero concebirlo (según la primera acepción de la RAE: “Concebir: Comprender, encontrar justificación a los actos o sentimientos de alguien”) es algo que por mucho que intente, me cuesta horrores. Salvo, claro está, por los mencionados traumas sufridos por tanto asiduo obligado al cine-forum sesentero, que han podido resultar tan mostruosos que se han incorporado a los ADNs a modo de mutación, y transmitido por tanto a las siguientes generaciones. ¡Cuánto mal ha hecho la dictadura a este país, madre mía!

sábado, 16 de mayo de 2009

Francia de cartón piedra

El auténtico pain au chocolat. Descarte imitaciones.


Hacía tiempo que tenía ganas de visitar “Le Pain Quotidien”, establecimiento que la cadena belga de panaderías-pastelerías-cafeterías ha abierto cerca de mi casa, en Madrid. Se me hacía la boca agua ante la posibilidad de poder comer al fin croissants como los franceses en España. En París o en Bruselas, ni se me ocurriría desayunar en un “Pain Quotidien”, habiendo en estas ciudades como hay multitud de pequeños locales mucho más acogedores y artesanales, pero para Madrid me pareció una opción razonable. Así que el pasado fin de semana fui allí a merendar con un par de amigos. Como teníamos hambre (somos vascos, y los vascos hambrientos comemos, como todo el mundo sabe) pedimos una amplia selección de productos salados y dulces. Un par de grandes tartines con ricotta, y con mostaza, y con jamón, e higos, y miel, y un gofre escarchado con frutas, y un pain au chocolat, y tarta de manzana con canela, y zumos de manzana, y jengibre, y naranja. Leído suena maravilloso, pero en la práctica resultó sólo regular. Los sabores, correctos y sin personalidad, carecían por completo de la intensidad y delicadeza de la bollería francesa. El pan de las tartines estaba cortado en lonchas demasiado delgadas, las mostazas sabían sobre todo a curry, el pain au chocolat racaneaba su endurecido relleno y los zumos estaban aguados. Además, el comedor era demasiado ruidoso, mientras que al efecto teatral de la gran mesa comunal no le encontré particular gracia. El efecto conjunto resultaba de una intensa falsedad, como si se hubiera intentado reproducir un ambiente concreto (sea éste el que sea; el de un salón de té francés no, en todo caso) mediante procedimientos estandarizados. A nadie que haya comido en Francia un verdadero pain au chocolat, hecho con verdadero hojaldre de verdadera mantequilla, le parecerá otra cosa que un insulso simulacro lo que le ofrecerán en la franquicia madrileña de la multinacional. En Madrid, lo más parecido que he encontrado a la bollería francesa son los delgados croissants que, a modo de medialunas argentinas, despachan en Clarita, local de la calle Corredera Baja de San Pablo. Por lo demás, la opción más sensata para desayunar o merendar fuera de casa en la capital española es buscar un bar donde hagan buenos bocadillos o sepan poner tomate y aceite en una rebanada de pan, que por fortuna hay bastantes.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Culebrón arty


Hace no mucho, la argentina Lucía Puenzo, hija del también director Luis Puenzo (“La historia oficial”, “Gringo viejo”) dirigió una película llamada “XXY”, que pasó con éxito por diversos festivales y mereció alabanzas mayoritarias. La historia de una joven hermafrodita y su despertar a la vida estaba bien narrada, y había en ella sensibilidad y talento visual, pese a cierta tendencia al subrayado lírico. La protagonista, Inés Efrón, era además todo un descubrimiento, sencillamente perfecta en el papel para el que había sido elegida.

Después de este gran éxito, Puenzo ha decidido dirigir “El niño pez”, basándose al parecer en una novela que ella misma publicó hace unos años. Y ha contado para ello de nuevo con Efrón en el papel principal. Pero, por desgracia, el resultado no es el mismo, ni parecido siquiera.

Puenzo vuelve a situar su foco sobre la cuestión sexual, la adolescencia y la educación sentimental, pero el tratamiento de estas cuestiones no sobrepasa aquí lo anecdótico, hasta el punto de quedar reducido, en la práctica, al estatus de ladrillos con los que se erige una historia digna del culebrón caribeño más desmelenado. En realidad no habría nada que objetar a esto, salvo por el hecho de que a Puenzo parece horrorizarle la idea de que la tomen por una melodramática, por lo que interpone entre la historia y el espectador un método narrativo fragmentado (al que, desde que existen Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, he desarrollado alergia) y un estilo de dirección a la búsqueda permanente de la intensidad. El resultado, bastante extraño, es un melodrama exploit con pretensiones artísticas que en su tramo final se precipita alegremente hacia lo grotesco. El arranque de este desquiciado giro lo establece una escena, tópica hasta la parodia, en la que la protagonista, desde la bañera, proporciona un corte radical a su (notoriamente falsa) melena llena de ondas, tras lo cual luce un interesante y favorecedor peinado garçon asimétrico.

No creo, sin embargo, que esta película fallida sea completamente despreciable. Como indicaba antes, bajo su superficie lustrosa y pulida de cine indie late una descabellada historia de pasiones, lucha de clases, explotación sexual, incesto, parricidio y redención que demuestra que Lucía Puenzo es una cantante de rancheras atrapada en el exigente cuerpo de una intelectual. Impresionante hallazgo que merece el precio de la entrada al cine.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Tetro, de Coppola


Hay bastante expectación ante "Tetro", la última película de Francis Ford Coppola, que se estrenará este mismo mes en el festival de Cannes (que comienza este miércoles, día 13 de mayo), donde inaugurará la paralela y no competitiva Quincena de realizadores.


Nadie sabe muy bien qué esperar de esta cinta ya que, como indiqué en un texto anterior, la anterior película del realizador americano, "Youth Without Youth", dejó a todo el mundo perplejo. Y a la mayoría, para mal.

"Tetro" se rodó en Buenos Aires, en inglés (sobre todo) y español, en blanco y negro (sobre todo) y color, y cuenta una historia familiar sobre un padre-genio que ensombrece las carreras y las vidas de sus hijos, en especial la del tal Tetro, interpretado por Vincent Gallo (el actor originalmente seleccionado era Matt Dillon, que se cayó de cartel a última hora). Curiosamente, el no muy estelar actor aparece en todos los carteles como principal reclamo, en ocasiones con su nombre escrito en caracteres más voluminosos que los de Coppola, que es la auténtica estrella de todo esto. El resto del reparto protagonista es interesante, aunque tampoco hay en él nombres que arrastren masas: el debutante Alden Ehrenreich, Klaus Maria Brandauer, Maribel Verdú y, en un papel de gurú editorial originalmente ofrecido a Javier Bardem y después cambiado de sexo y edad, Carmen Maura.

Cuando aún no se ha producido la presentación oficial de la cinta, se nos está atiborrando de imágenes y vídeos de la misma. No sólo en la web oficial (http://www.tetro.com/), sino en youtube y cía. Allí puede verse ya el primer trailer, mientras que otros han publicado nada menos que los primeros minutos de la película. Es imposible realizar juicio alguno sobre el producto completo disponiendo únicamente de esta información, pero lo que sí es seguro es que la fotografía será soberbia, y el acabado técnico impecable. Lo contrario habría resultado bastante extraño en una obra de Coppola, cierto es, así que esto no es decir mucho. En fin. Honestamente: estoy deseando ver la película.

martes, 5 de mayo de 2009

El sueño del explorador

Crítica que publiqué el pasado mes de abril:
Manu Arregui. Objeto Singularísimo
Del 24 de Marzo al 30 de Abril de 2009
Galería Espacio Mínimo. Madrid

El artista cántabro Manu Arregui expone por tercera vez en la galería Espacio Mínimo de Madrid. En esta ocasión, sorprende con una apuesta ganada por explorar nuevos territorios, mientras persevera en su reflexión sobre la convivencia entre realidad y virtualidad.


El sueño del explorador


Uno de los sueños recurrentes del ser humano es aquel en el que, con múltiples variaciones, el durmiente se ve a sí mismo cayendo en un abismo que parece no tener fin. El sueño suele presentarse de un modo tan vívido que no es raro que la sensación de abandono frente al vacío permanezca aún unos instantes después del retorno a la vigilia. Las interpretaciones que Freud y otros popes del psicoanálisis asocian a esta experiencia inciden en la manifestación de un deseo, bien sea el de entrega a la tentación erótica, o de regreso al negligente paraíso de la infancia. Quizá no sean éstas las intenciones que hay detrás de las últimas piezas de Manu Arregui, pero lo cierto es que resulta difícil no atisbar que tras ellas asoma el complejo mundo de los deseos, y que éstos convergen hacia una sofisticada y plácida tensión sexual, así como hacia la huída de la mutación que el tiempo impone sobre los cuerpos.

Hacía ya tres años que Arregui (Santander, 1970) no era objeto de una exposición individual en Madrid, donde regresa de la mano de los galeristas de Espacio Mínimo. El artista licenciado en la Universidad del País Vasco es uno de los creadores de nuestro panorama que más y mejor han explorado (en más de un sentido, como veremos más adelante) las posibilidades del vídeo y la imagen virtual: recordemos, entre otros de sus trabajos, “Coreografía para cinco travestis” (2001) o “Un impulso lírico del alma” (2007). En la colectiva del Guggenheim “Chacun à son goût” se presentaba “Irresistiblemente bonito” (2008), en la que el mensaje acerca de las tensión existente entre realidad y deseos (resuelta mediante un enfrentamiento de imágenes reales e infográficas) se hacía más transparente, y otorgaba al artefacto un raro poder al mismo tiempo balsámico y desasosegante. Este último es precisamente uno de los trabajos presentes en la exposición que nos ocupa, y su papel dentro de ella resulta clave, al operar como enlace entre la obra anterior de Arregui y el claro paso adelante constituido por el resto de las piezas seleccionadas.

En primer lugar, tenemos otro vídeo llamado “Streaming”, en el que un individuo de edad indefinida pero en todo caso breve, protagonista prototípico de la obra de Arregui, se entrega a una caída libre que al mismo tiempo parece una suspensión en el vacío, con un cierto deleite extático rayano en el autoerotismo. La imagen, sometida a un exquisito tratamiento visual potenciado por el uso de la iluminación, resulta hipnótica. En ocasiones aparecen el pixelado y el símbolo típicos de la descarga de imágenes a través de internet. Hasta que, en un momento dado, se nos enfrenta con su reflejo puramente virtual que el protagonista ha subido en la red. Aquí, al contrario que en “Irresistiblemente bonito” (en especial, con el montaje que pudo verse en el Guggenheim), lo virtual y lo real no resuelven su intercambio dialéctico mediante el principio de la confrontación, sino que uno contiene al otro como en una matrioshka (o como en un embarazo). Se fantasea así con la posibilidad de una armónica convivencia con las imágenes virtuales, arrojadas al mundo digital como producto y reflejo materializado de nuestra actividad subconsciente.

Esta idea, la de la materialización a través de lo digital, conforma también la esencia de las tres esculturas que completan la muestra. Realizadas en resina a través de la técnica de la estereolitografía, son susceptibles de reproducción a través de un simple archivo informático descargable de la red. De hecho, en la base de las piezas puede leerse con total nitidez la dirección URL a través de la cual Arregui hace disponibles al público los respectivos archivos, incidiendo así en el hecho de que, detrás del objeto tangible y la obra de arte, lo que hay no es otra cosa que una secuencia de unos y ceros alojada en un espacio electrónico. Más aún que el vídeo antes citado, estas esculturas (Objeto Singularísimo 1, 2 y 3) suponen una novedad de la obra del artista cántabro, novedad magníficamente resuelta. Ya habíamos podido disfrutar de un avance de este cambio de aires en la última edición de Arco, aunque en aquella ocasión únicamente se presentaba una pieza que quedaba algo perdida en el denso, prolijo magma de la feria. La ampliación del número de piezas, junto con el sobrio montaje ideado para la ocasión, potencian la auténtica fuerza de una serie un poco turbadora que de nuevo alía sin complejos lo orgánico y lo tecnológico. Una fumarola, una espiral gaseosa, una anémona que procede de la secuencia de varias manos unidas a través de un misterioso núcleo, son las trazas que adopta lo que en realidad podría ser un mismo engendro poliforme, un visitante del mundo virtual que se instala en la sala de exposiciones de la galería como testimonio de su difuso origen. Algo hay en ellas, por tanto, que remite a los seres u objetos maravillosos que en otros tiempos eran traídos de tierras remotas para el deleite de las masas urbanas. Y algo en Manu Arregui de explorador que viaja hacia dimensiones desconocidas con el único fin de expandir sus propios contornos y ofrecer al público un trofeo o una prueba de su hazaña. Esa es en realidad la mayor singularidad de esta exposición, aunque, obviamente, no su único atractivo.