lunes, 12 de abril de 2010
El mayor espectáculo del mundo
Esto sí que es un evento. Los cines españoles, de los menos dados en todo el mundo al reestreno de clásicos, acogen la versión restaurada de "Lola Montès", película mítica dirigida en 1955 por el maestro Max Ophüls. Lleno de emoción, vi la cinta el otro día en una sala de los cines Verdi, que presentaba una nutrida audiencia a pesar de la nula publicidad (ni una crítica en prensa).
En su estreno original, “Lola Montès” –que se tomaba todo tipo de licencias para narrar la vida de una legendaria cortesana del siglo XIX que, tras una juventud de opulencia y disipación y precipitar una revolución popular contra uno de sus amantes, el rey Ludwig I de Baviera, terminó sus días exhibida en un circo americano- fue masacrada por gran parte de la crítica e ignorada por el público. Al parecer, su estructura narrativa –que hoy se ha convertido en uno de sus principales atractivos- resultaba demasiado revolucionaria para la época. En lugar de limitarse a ejecutar un biopic plano y lineal, Ophüls prefirió centrarse en el espectáculo circense en que la protagonista se integraba, espectáculo maravilloso y denigrante al mismo tiempo, que además servía de hilo de continuidad en el que se engarzaban tres flash-backs (en orden no cronológico) sobre distintos momentos de su vida. Así, un material de partida digno de cualquier peliculilla de Sara Montiel recibía un tratamiento narrativo sorprendente que, junto con cierta ironía en el tono, pulverizaba toda sugerencia sentimentaloide, lo que puede llevar al desconcierto a los más incautos. Por otra parte, como artefacto puramente visual la película es un prodigio lleno de inventiva y sofisticación. La pantalla se comprime y se ensancha según la conveniencia del instante, adaptando las posibilidades del Cinemascope a lo requerido por los elementos del cuadro. Los colores y la textura de la fotografía de Christian Matras, extrañamente antipictóricos, se anticipan a lo que después harían un Visconti y un Fellini, y aún mucho más tarde un Tim Burton. Por otra parte, Max Ophüls era capaz de desplazar la cámara constantemente (“la vida es movimiento”, hace decir a Lola en un momento dado) sin que el riesgo del mareo o la histeria se intuyan siquiera en ningún momento: los fastuosos travellings y panorámicas, los movimientos de grúa se suceden tanto en el circo como en los salones y carruajes, y en unos exquisitos exteriores compuestos con el mismo gusto que si de decorados palaciegos se tratara.
Encuentro incluso que el único punto débil de la cinta, la mediocre Martine Carol, se resuelve mediante la astuta estrategia de hacer de la necesidad virtud. Carol era en aquel momento una estrella en Francia (su brillo de sex-symbol instantáneo duraría ya muy poco, y hoy apenas se la recuerda), y había protagonizado varios pastelones históricos –al estilo “Madame Du Barry” o “Caroline Chérie”- a las órdenes de su marido, Christian-Jacque. Su contratación se debió a motivos puramente comerciales, pero posiblemente contribuyó al fracaso final de la empresa. Ophüls poco podía hacer para evitar la inexpresividad y la insuficiente presencia de la actriz, así que se apoyó en su lado maniquí de cera para la sección del circo –efecto reforzado por la onírica iluminación-, mientras no eludía su vulgaridad en las escenas retrospectivas, todo lo cual termina aportando un atractivo extra al conjunto al acentuar su raro carácter antinovelesco por diversas vías. Es posible, sin embargo, que hiciera falta el transcurso del tiempo para que este efecto pudiera ser apreciado.
En todo caso, han mostrado su entusiasmo por la película directores como Truffaut, Scorsese, Coppola o Kubrick (entusiasmo que se aprecia aún mejor si uno se fija en la clara influencia del estilo de Ophüls en las mejores películas de estos directores).
No deberíais desaprovechar la ocasión. Una película así no se debe, no se puede ver en la pantalla doméstica. Si podéis, entrad en el cine para admirar como merece esta “Lola Montès”, una película única, una rareza que es además una de las grandes obras maestras del siglo XX. Así de claro.
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