lunes, 26 de abril de 2010
Descubrir "Twin Peaks" en 2010
Hace unos días, unos amigos me hicieron un regalo maravilloso por impulso. Se trataba de un pack de películas de Mizoguchi en DVD, que he procedido a devorar inmediatamente, contra mi costumbre. La ocasión lo merecía.
El caso es que mi regalo no era su única compra. Tras pasarse por la FNAC más cercana, se habían hecho con otro pack, éste con todo "Twin Peaks", del primer al último capítulo. En España, la serie de David Lynch fue emitida por Telecinco en los años 90, pero ellos no la habían visto en su momento: ni idea de dónde estaban metidos por aquel entonces. A lo que voy a es a que de inmediato sentí una envidia terrible por ellos. El motivo de mi envidia no era su nueva adquisición (yo también podría tenerla, bastando para ello con desembolsar unas pocas decenas de euros), sino que iban a vivir lo que a mí me parece un momento sublime, como es el descubrimiento de la gran obra maestra televisiva de todos los tiempos. Eso es algo que nadie podrá devolverme ya.
En 1990, la serie se estrenó en España precedida de una impresionante campaña promocional. Yo, que entonces era un adolescente que ya tenía a Lynch entre sus favoritos gracias a “Dune”, “El hombre elefante” y "Terciopelo Azul”, me senté ante el televisor lleno de expectativas. Desde que comenzaron los títulos de crédito, éstas se vieron superadas por algo que seguí con tanta pasión como incredulidad. Me estaba costando asimilar la magnitud de lo que desfilaba ante mis ojos, que poseía una significatividad estética que no tenía nada que ver con cualquier cosa que se hubiera hecho para la televisión con anterioridad. No ya con cualquier serie diaria, culebrón, telecomedia o telefilm, sino con las miniseries más lujosas o los seriales americanos de gremios (abogados, policías, médicos, etc), que quedaban de pronto borrados de un plumazo, reducido su peso al del polvo. Lynch asumía las limitaciones televisivas, pero las estiraba hasta el límite, utilizando sus herramientas estilísticas con efectos cercanos a la hipnosis. Como digo, me costaba asimilarlo, pero me encantaba igualmente. Cuando presencié la secuencia en la que los padres de Laura Palmer son informados del hallazgo del cadáver de la susodicha, mi boca estaba tan abierta que en ella habría podido entrar enterita la pantalla de la Black Trinitron familiar. Y al terminar el primer episodio ya sabía que acababan de marcarme para toda la vida. Después, capítulo tras capítulo, seguí fascinado el devenir de los personajes que interpretaban unos fantásticos Kyle MacLachlan, Michael Ontkean, Piper Laurie, Joan Chen, Ray Wise, Grace Zabriskie o Lara Flynn Boyle. Aunque mi favorita era Audrey Horne, la rica heredera cuya lengua era capaz de anudar los rabitos de las cerezas, y que estaba interpretada por una carnal Sherilyn Fenn. Seguro que recordáis la escena.
A medida que la serie avanzaba, fue perdiendo gas, a lo que no fue ajena la creciente confusión de los guiones, y sobre todo el reemplazo de Lynch por otros directores. Sin embargo, el estilo de “Twin Peaks” fue inmediatamente imitado por toda clase de seguidores, algunos de los cuales tuvieron bastante éxito (“Picket Fences” o “Expediente X” a la cabeza), pero su influencia no se limitó a tan mediocre ámbito, sino que ha sido inconmensurable. En realidad, sentó las bases de un nuevo lenguaje televisivo, que es el vigente hoy en día, y del que beben todas –de la primera a la última- las series idolatradas por el público y la crítica, que en mi opinión no le llegan al original ni a la suela del zapato.
Qué suerte tenéis, Miriam y Carlos, por descubrir “Twin Peaks” en pleno 2010. Cómo os envidio.
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