jueves, 29 de abril de 2010

Ciudad de vida y muerte


Ciudad de vida y muerte”, de Chuan Lu, es la película que ganó la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián, decisión que –por una vez y sin que sirva de precedente- dejó satisfecha a la mayor parte de la crítica nacional. A lo largo de más de dos horas, narra la ocupación de la ciudad china de Nanking por las tropas japonesas justo antes de la II Guerra Mundial, sin ahorrar una sola atrocidad, lo que incluye ajusticiamientos masivos, violaciones y, en el momento más chocante de todos, el asesinato arbitrario de una niña arrojándola por la ventana. La película no lo explica, pero parece ser que detrás de un comportamiento tan perverso subyacía el intenso racismo de los japoneses, que consideraban a la población china claramente inferior. Bajo esta premisa, basta con que el expectador realice una sencilla traslación desde el Holocausto judío por los nazis –ejercicio un tanto burdamente alentado por los creadores de la película-, con el que todos estamos de lo más familiarizados gracias a la abundante filmografía y literatura en circulación, de manera que Chuan Lu se considera eximido de la penosa tarea de hacer psicológica y sociológicamente verosímiles los hechos que presenta.

Por lo demás, las referencias formales son evidentes, y se apoyan sobre todo en el Spielberg de los 90 –que es, en mi opinión, la época menos interesante de este director-, y en los clásicos del fotoperiodismo. Nada que objetar a esto último: si nos parece bien que en “Barry Lyndon” Kubrick compusiera e iluminara sus planos inspirado en las telas de Gainsborough o Watteau, ¿por qué no tendría derecho Chuan a filmar la guerra como una sucesión de postales de Capa y Cartier-Bresson? El problema es que el material genético manejado es sumamente inestable, y sensible a las mutaciones, la más monstruosa de las cuales se produce cuando, en una escena supuestamente emotiva en la que unas manos femeninas van alzándose a contraluz, nos encontramos de lleno en un anuncio de la lotería de Navidad. Por desgracia, no es ése el único momento en que esto ocurre.

A su favor hay que decir que casi siempre se logra el admirable objetivo de derrotar en su propio terreno a las superproducciones bélicas norteamericanas contemporáneas. “Ciudad de vida y muerte” está realizada con más gusto, con más nervio y vigor que la mayor parte de ellas. Esto redime en parte sus muchas limitaciones, aunque no sea suficiente para evitar la sensación de que nos encontramos ante un artefacto manierista y dudoso.

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