viernes, 23 de abril de 2010

David Cívico en Espacio Marzana: Elefantes y pianos de cola


Crítica que publiqué el mes pasado en prensa:

El artista David Cívico presenta en la bilbaína Espacio Marzana el segundo episodio de un muy personal proyecto que tuvo como marco anterior el Museo Artium de Gasteiz. Abanico cromático blanquinegro, sugerencias conceptuales y humor sofisticado para una interesante propuesta en la que destaca un sencillo y hermoso diseño expositivo.

Centrémonos, en primer lugar, en el artista. David Cívico (Donostia, 1974) es uno de los creadores vascos más destacados de su generación, como remarca la circunstancia de su inclusión en la reciente “Bilbao Arte New York-en”, la reciente exposición divulgativa sobre la trayectoria de la institución bilbaína celebrada en Manhattan, y a la que nos hemos referido en diversas ocasiones en estas mismas páginas. Cívico pertenece, pues a la nutritiva cosecha de Bilbao Arte, donde presentó, hace ya casi una década, la instalación “Proyecto Red”, después de haber sido seleccionado para las becas de creación del centro bilbaíno. Entre sus hitos recientes, podemos destacar la presencia en las colectivas de 2008 “Calypso” (junto a otros nuevos artistas becados por la Diputación de Bizkaia), en la bilbaína Sala Rekalde, y “Entornos próximos”, en el Museo Artium de Gasteiz, la muestra bienal de arte vasco que en aquella ocasión le hacía compartir cartel con Ismael Iglesias o Zigor Urrutia, entre otros. Decididamente inquieto, ha profundizado en la creación audiovisual con “Txakurkalea”, ambicioso largometraje protagonizado por perros que reflexionaba sobre las transformaciones del entorno urbano, y que se ha mostrado en diversos pases especiales complementado con otras manifestaciones artísticas, así como en festivales de cine independiente.

En esta ocasión, Cívico presenta en la galería Espacio Marzana de Bilbao un proyecto que constituiría en realidad el segundo episodio de una narración global de tres, denominada “Los insaciables”, que habría representado su primer capítulo en el Artium (el tercero aún no se habría divulgado) y que, según parece, surgió como reflejo de la doble inspiración recibida por historias tan dispares como la delirante catedral que un hombre llamado Justo Gallego lleva décadas construyendo con sus propias manos en Mejorada del Campo, Madrid y unas perturbadoras imágenes sobre abusos policiales en una comisaría de los mossos d’esquadra en el barrio de Les Corts, en Barcelona, divulgadas en fechas no muy lejanas. Las conexiones entre ambas manifestaciones de la imprevisible realidad no resultan evidentes; su relación con la obra terminada del propio artista, tampoco. En todo caso, de algún modo se anticipaban en Gasteiz los temas y la iconografía que ahora puede contemplarse en Bilbao, con un mural que representaba un ligero elefante volador, orquestando un sugestivo y avieso juego de opuestos.

En la elección del título para esta segunda hoja de su tríptico aún incompleto, no hay que descartar que Cívico haya recurrido nuevamente a la ironía. En efecto, recordemos que un diorama es la recreación –generalmente con fines didácticos- de una escena realizada en escala reducida mediante maquetas, artificio muy popular en los museos de arte natural desde el siglo XIX y que hoy, cuando nos conjura recuerdos de cielos pintados en algodonosos tonos pastel, precarias recreaciones de la sabana africana con todos sus habitantes del reino animal o, peor aún, elefantiásicos belenes montados en entidades bancarias para disfrute de niños y grandes, posee connotaciones decididamente kitsch que resulta interesante explorar. Tan dudoso concepto expositivo es rescatado por el artista donostiarra subvirtiendo algunos de los pilares sobre los que se ha erigido en la práctica, pero respetando insólita y estimulantemente otros. Así, en una instalación compuesta únicamente en colores blanco y negro, medio centenar de elefantes primorosamente modelados en plastilina campan a sus anchas sobre un piano de cola invertido, colocado a su vez sobre una base de botes de pintura vacíos y apilados. Nada de fondos celestes creando melosas ambientaciones, ni de pretensiones de verosimilitud. Y, sin embargo, la escena resulta de una extraña naturalidad a los ojos del espectador, que difícilmente concibe estar viendo otra cosa que no sea una manada de animales integrados en su entorno natural, por mucho que la cualidad simbólica, narrativa y distanciadora del sencillo cromatismo elegido, que las sugerencias conceptuales invocadas por el instrumento musical empleado fuera de su contexto, nos lleven a territorios más abstractos. Junto a esta escena, que responde con cierta literalidad al título de la exposición, la misma plastilina negra ha sido modelada en forma de cristalizaciones naturales, entidades de naturaleza mineral que de algún modo formulan la tensión entre lo efímero y lo permanente, lo naturalmente originado y lo obtenido por la mano humana (y, más evidentemente, entre lo duro y lo blando). De nuevo, la confrontación entre los polos se sitúa en el centro de los intereses de Cívico, operación que ejecuta con unas notables economía de medios y ausencia de énfasis.

Junto a estos elementos, se expone en Marzana una extensa serie de dibujos en la que se muestra un mosaico de imágenes diversas (pot pourri que incluye escenas cotidianas, entornos naturales, sugerencias arquitectónicas o misteriosos troquelados), con el denominador común de los apagados tonos grisáceos velados aún por lo que posee la apariencia de neblina lechosa. Una de las piezas del políptico que se crea a través del diseño expositivo no es más que un paspartú blanco que enmarca un fragmento visible de la blanca pared de la galería. Perfecta representación de lo que la obra de Cívico nos permite entrever: siquiera un fragmento de los contornos de nuestra propia percepción.

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