miércoles, 21 de abril de 2010
Anish Kapoor en el Guggenheim Bilbao
Todo indicaba que se trataba de la exposición estrella de la temporada. Anish Kapoor, prima donna de la escena artística contemporánea, presentaba una retrospectiva en el museo Guggenheim de Bilbao. Piezas de escala inabarcable. Inauguración a bombo y platillo. Espectacular instalación con un disparador que arroja proyectiles de cera rojo sangre contra la pared. Los indicios hacían presagiar mucha fanfarria y todo tipo de embobamientos colectivos. Pues bien, no ha sido así. Por fortuna.
La expo de Kapoor en el Guggenheim se convierte en un sugestivo paseo por la obra del artista de origen hindú, con las paradas de rigor en algunos de sus iconos y sellos de fábrica. Casi siempre modesta y sencilla -lo que no evita la sospecha razonable de que el montaje ha debido de costar un congo-, no parece destinada a abrumar, y en alguno de sus tramos (sala de espejos) se consigue algo rarísimo, que los trucos de feria más básicos y añejos se revistan de una dignidad nueva, generando sensaciones cercanas a la revelación. Fantásticas también las esculturas de cemento, evocando formas cercanas, según la sensibilidad del espectador, a los intestinos o los excrementos, que por algún motivo me recordaron a los vaciados de humanos y animales sorprendidos por la erupción del Vesubio que se exhiben en Pompeya. Tampoco faltan, por supuesto, las consabidas recreaciones de un vacío azul cobalto y una carne del color del lacre, o un sol amarillo rabioso. En fin, no más de treinta minutos me demoré en la segunda planta del museo bilbaíno, pero fue una media hora de lo más agradable. Recomiendo vivamente la visita.
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