martes, 7 de abril de 2009

Un cuento de Navidad

Imperial Deneuve, en "Un cuento de Navidad"

Por fin se ha estrenado en España “Un cuento de navidad”, película de Arnaud Desplechin que, pese a su título, nada tiene que ver con la novela breve de Charles Dickens que ha sido llevada al cine montones de veces: ya sabéis, Mr. Scrooge, “soy el espíritu de las navidades pasadas”, y demás.


Este cuento de navidad se centra en una familia francesa de hoy en día, y transcurre casi íntegramente entre los muros de una bonita casa situada en la localidad norteña de Roubaix (Nord-Pas-de-Calais), donde no sólo nació el propio Arnaud Desplechin, sino, también uno de los más extraordinarios compositores cinematográficos de todos los tiempos, el gran Georges Delerue, así como el magnate de Louis Vuitton, Bernard Arnault.


No quisiera destripar la trama de la película, pero en ella intervienen entre otros una madre enferma (Catherine Deneuve), su adorable y anciano esposo (Jean-Paul Roussillon), tres hijos corroídos por las rencillas (Anne Consigny, Mathieu Amalric y Melvil Poupaud), las no menos problemáticas parejas de éstos últimos (Hippolyte Girardot, Emmanuelle Devos y Chiara Mastroianni), un sobrino artista atormentado por un amor imposible (Laurent Capelluto) y un nieto esquizofrénico (Emile Berling). Siguiendo un patrón bastante más viejo que el cine mismo, la familia se reúne por navidad, lo que, junto con un par de circunstancias más bien dramáticas que acaban de sobrevenir, provoca la eclosión de los conflictos larvados. Hay peleas a puñetazos, hay una obra teatral infantil, hay enfermedades incurables, tests genéticos, cálculo de esperanzas matemáticas, alcoholismo, destierros, deudas económicas y sentimentales, duelo por los antiguos muertos, madres desnaturalizadas, abuelas lesbianas, y hasta una misa del gallo. El contenido es en lo anecdótico más bien denso, ensayando una trama novelesca a menudo sometida a códigos estéticos que corresponden alternativamente al thriller (sobre todo, por el uso de la banda sonora) o a la comedia burguesa, mientras que el trasfondo emocional y existencial resulta lo de menos, por poseer una carga limitada. El guión hace trampa del modo más flagrante: la fullería consiste en anunciar a bombo y platillo la (frecuente) irrupción de los tópicos inmediatamente después de ésta, para disculparlos y evitar al espectador la irritación derivada de su descubrimiento. Por ejemplo, cuando Elisabeth dice que el luto indeterminado que carga a sus espaldas debe de ser la metáfora de algo, sólo que no sabe de qué. Otro caso significativo: el personaje de Ivan admite en voz alta que se ha propuesto salvar a su sobrino, en quien se ve reflejado, como medio para en realidad salvarse a sí mismo.

Poco importa, porque la película está puesta en escena con maravillosa e infrecuente suntuosidad. Desplechin puede llevar ases en la manga al comparecer a la mesa del guión, pero cuando juega la partida como director desempeña su labor con total transparencia, y su dominio del oficio le evita la dependencia de cualquier truco. Gracias a la mencionada disonancia entre un fondo dramático a más no poder y una forma que salta constantemente del noir a la comedia, se consigue una intensa sensación de película-evento, de pieza única a pesar de los lugares comunes sobre los que se erige.

Y también porque los actores están magníficos. Como siempre, resulta un placer impagable ver a la Deneuve en cada fotograma que la contiene (y son muchos, ¡gracias, Desplechin!). Perfecta en la ejecución de una Junon Vuillard a la que llena de gracia y de tonalidades, imperial como mera presencia, la actriz de “Belle de Jour” merece (por lo menos) una entrada en este blog para ella sola que ya está tardando en llegar. Cada una de las frases que salen de su boca, sus miradas, su gestualidad contenida, su infinita sabiduría para el ritmo y el matiz, hacen creíbles hasta los momentos más arriesgados, en los que aquí su personaje se lleva la palma. Roussillon fue galardonado con el César al mejor actor secundario por esta película, y su cálido trabajo no merecía otra cosa. Consigny, Amalric, Capelluto y Mastroianni están por momentos conmovedores y jamás rozan la espantosa intensidad tipo Actor’s Studio que habría podido temerse. La participación de Emmanuelle Devos, cálida y misteriosa, es otro regalo. Y hablando de regalos, está Melvil Poupaud: a riesgo de parecer banal (o rijoso), diré que cualquier película en la que él aparezca merece la pena ser vista, así estuviera dirigida por el mismísimo José Luis Garci.

No hay comentarios: