lunes, 20 de abril de 2009

Invierno glacial

Una Emmanuelle Béart pre-colágeno sostiene su violín con decisión en "Un corazón de invierno"


La Filmoteca Española prosigue con su excelente ciclo dedicado al cine y la melancolía. Una lástima que la mayor parte de las películas seleccionadas la haya visto ya: estoy, como casi siempre por otro lado, ansioso de descubrimientos. Por eso fui la semana pasada a ver “Un corazón en invierno”, película dirigida en 1992 por Claude Sautet y protagonizada por el lujoso trío Daniel Auteuil / Emmanuelle Béart / André Dussolier.


Hace ya unos cuantos años (¿hace falta que vuelva a mencionar que hubo un tiempo dorado en que La 2 programaba todo tipo de películas, de esas que algunos llaman “de autor”?) que tuve acceso al cine de Sautet, lección de la que no guardaba un recuerdo memorable. Historias ambientadas en el medio burgués de la Francia de los años 70, conflictos existenciales y sentimentales un poco flous, y Romy Schneider en la cumbre de su talento y su belleza. Mucho después, presencié un pase también televisivo de “Nelly y el señor Arnaud”, su última película, que me dejó más bien frío: encontré en sus imágenes algo de irritantemente relamido, estatuario, y además Schneider había sido sustituida por una Emmanuelle Béart que había iniciado ya su escalada de cirugía. Digresión: no soy capaz de comprender el caso de esta mujer, inamoviblemente empeñada en enmascarar a base de colágeno y quién sabe qué otros aditivos químico-quirúrgicos una belleza tan extrema y original y unas dotes interpretativas no menores.


Volviendo a “Un corazón en invierno”, la película, ganadora en el año de su producción de múltiples premios internacionales (entre ellos, un León de Plata en Venecia… compartido con “Jamón, jamón”, de Bigas Luna) me dejó un sabor agridulce. Dulce, por el exquisito gusto de Sautet al escoger los elementos de partida: unos personajes perfectamente dibujados, inmersos en batallas con las que resulta muy sencillo identificarse; un guión trazado con tiralíneas, perfectamente estructurado y medido; unos encuadres maravillosamente compuestos, donde queda patente el sello del director de fotografía Yves Angelo, que ilumina los escenarios del París contemporáneo como si fueran auténticos cuadros decimonónicos; un excelente ramillete de actores, en el que los secundarios no quedan por debajo del espléndido trío protagonista. Y agrio, porque todo esto queda arruinado por una puesta en escena carente de nervio y personalidad.


Viendo esta película de Sautet comprendí lo que debieron de sentir en su momento los directores y teóricos de la nouvelle vague al contemplar los trabajos de sus detestados Delannoy o Autant-Lara, a los que acusaron con furia de ejecutar un trabajo académico e inane. Cada plano de esta película desprende un aroma dulzón a cadáver, porque no contiene otra cosa que cuerpos sin vida, incluso aunque esos cuerpos pertenezcan a unos (estupendos) actores de carne y hueso. Todo el magnetismo, la magia y la energía quedan neutralizados por una especie de principio de clasicismo que en realidad no me pareció otra cosa que mojigatería visual. El resultado es un trabajo indiscutiblemente mono, una cosita decorativa que puede encontrarse incluso encantadora, pero en modo alguno una buena película. Con todo y con eso, no puedo decir que ver “Un corazón en invierno” me pareciera una experiencia completamente desgraciada o inútil: aunque sólo sea como inmejorable registro de lo que Mademoiselle Béart fue un día, encuentro que la película justifica sobradamente su existencia.

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