lunes, 13 de abril de 2009

Supervivientes


Crítica que publiqué el pasado mes de marzo


Walker Evans.
Del 15 de enero al 22 de marzo de 2009
Fundación Mapfre. Madrid



Walker Evans no sólo fue uno de los fotógrafos con más talento de su generación, sino también un referente sobre cierta concepción de la disciplina fotográfica. Sus poderosas imágenes de la Gran Depresión americana permiten establecer vínculos con la actual coyuntura socioeconómia, pero sobre todo ofrecen un impresionante fresco de la supervivencia humana.

Supervivientes


El fotógrafo americano Walker Evans (St. Louis, Missouri, 1903 - New Haven, Connecticut, 1975) era uno de esos artistas que experimentan, al menos de cara al exterior, cierto rechazo por el propio término Arte. Sus coordenadas estéticas, irreductiblemente realistas, le hicieron abominar por ejemplo del trabajo de otra gran figura como su colega de origen europeo Steichen, cuyas imágenes filtraban la realidad a través del tamiz de una sofisticada estilización. Sin embargo, hay en todo esto algo de engañoso, pues negar que el trabajo de Evans un carácter subjetivo y estilizado es un ejercicio que sólo puede llevar a cabo un ingenuo o un miope.

La exposición que ahora atraviesa sus últimos días en la sala madrileña de la Fundación Mapfre lo prueba con creces. Las fotografías expuestas, todas ellas de pequeño formato, son muchas cosas, y dicen muchas cosas también. Entre ellas, que a veces la distancia que separa un reportaje fotoperiodístico testimonial y una pieza puramente artística puede ser imperceptible: el matiz descansa, en el fondo, en la excepcionalidad el talento del autor en cuestión. Otra enseñanza que se extrae es que el ser humano, como el resto de las especies, está programado desde su nacimiento para sobrevivir incluso en las condiciones más adversas.

La muestra resulta bastante completa, aunque una gran parte de la obra expuesta corresponde a la década de gloria de Evans, los años 30 del pasado siglo. Hay instantáneas en blanco y negro del paisaje urbano neoyorquino, y también de otras ciudades estadounidenses. Delicados autorretratos, a modo de miniaturas, tomados en Francia. Unas cuantas muestras del reportaje realizado en La Habana, donde el fotógrafo fue contratado para retratar la miseria de un país bajo la dictadura de Gerardo Machado. Escenas sencillas y emocionantes, de una conmovedora cotidianeidad, en las cafeterías de Brooklyn y las playas de Coney Island. Interiores domésticos en los que se presta particular atención al recio mobiliario. Apuntes de esculturas africanas. Testimonios de la decadencia de las viejas plantaciones del sur. Reveladores y sutiles estampas de carteles publicitarios. Instantes más reveladores y sutiles aún, en una barbería de y para negros, en los destartalados exteriores de un barrio afroamericano. Retratos de los hombres y mujeres rurales que Evans encontró en Alabama, donde convivió tres semanas junto a una familia de aparceros. Retratos de gente corriente en el metro, en la calle, en pleno ejercicio de supervivencia.

La supervivencia del hombre bajo unas determinadas condiciones sociales llega a marcar, de hecho, toda la obra de Walker Evans, y no resulta extraño que quien nos ocupa haya pasado a la posteridad como el fotógrafo de la Gran Depresión norteamericana, la que siguió al crack bursátil de 1929. Parece difícil representar con más veracidad y talento todo un estado general de ánimo, un espíritu comunitario que prevaleció prácticamente durante una década y que, en días como los que ahora atravesamos, quizá resulte oportuno rememorar. Aún abierto a la experimentación, Evans mantuvo sus firmes códigos estéticos hasta el final, pero jamás quedó desfasado: tales códigos resultaban sencillamente perfectos como vehículo para reproducir una determinada coyuntura socioeconómica, pero su vigencia se mantiene en innumerables imágenes de la degradación urbana mucho después, ya en los años sesenta. Y aún una década más tarde, una serie de polaroids en color sobre carteles y señales de tráfico, extrañamente abstractas, trascienden el pop para reproducir algo de atemporal, inmanente.

Del humanismo y la elegancia de Evans dan buena muestra todas las instantáneas seleccionadas, muy especialmente las de la serie cubana. Aunque el propósito original tendía a lo propagandístico, lo que en realidad vemos en ellas es el vívido retrato de una sociedad llena de nervio y dinamismo, donde de nuevo la supervivencia es posible a pesar de las lacras y las limitaciones. Sólo en una ocasión parece jugarse la baza miserabilista (niños semidesnudos recostados en las calles), pero incluso en ese caso no hay ofensa posible, ni lo obvio llega a presidir la función.

Estilizadas o no, las fotografías de Walker Evans están tocadas por una gracia inefable, y si conmueven es precisamente por el enorme pudor del ojo que se ubica detrás de la cámara. Su confianza en los recursos del ser humano para sobreponerse a la catástrofe es una buena noticia en los tiempos que corren.

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