jueves, 23 de septiembre de 2010

Un respeto para Saura


Hace unos días vi por televisión “Cría cuervos”, de Carlos Saura. La película ganó en 1976 el Premio Especial del Jurado del festival de Cannes –toda una proeza en el cine español-, y la Palma de oro fue nada menos que “Taxi driver” de Scorsese. Viendo su actual cine acartonado y algo naïf nadie lo diría, pero hubo un tiempo en que las películas de Carlos Saura eran ovacionadas en todo el mundo. Por lo que a mí respecta, no es uno de mis directores favoritos, pero creo que tiene algunas grandes películas, como “La caza” y “La prima Angélica”. En general, creo que sus ambiciones estaban por encima de su talento real como director, y que tendía al embarullamiento y al totum revolutum. “Elisa, vida mía” (1977), también vista en la tele hace poco, es un buen ejemplo de ello: una buena idea contada de manera original, arruinada por un uso atacante de la banda sonora –varios extractos de música barroca- y un descabellado protagonismo de Géraldine Chaplin, cuyo extraño acento franco-británico no la hacía muy verosímil como hija de Fernando Rey.

En fin, que “Cría cuervos” tiene defectos muy similares a la última película citada: de nuevo, la Chaplin con su persistente acentito; de nuevo una música -el “Por qué te vas” de Jeannette- que se hizo famosísima, pero que seriamente valorada es un horror, y algunas ingenuidades y énfasis innecesarios de guión amenazan con dar al traste con la operación. Y sin embargo, milagrosamente, no lo consiguen. Y esto se debe a que en esta película la verdad late con tanta fuerza y con una nitidez tan absoluta que es imposible no enamorarse de ella, como uno se enamora muchas veces en la vida real de personas no del todo agraciadas, o de inteligencia dudosa, cuando las conoce y atisba en ellas indicios de una personalidad real, indiscutible.

La anécdota argumental -la historia de la niña obsesionada por la muerte (normal, puesto que su madre acaba de morir tras una larga agonía), convencida de tener en sus manos el poder para matar a unos y salvar a otros, encerrada en un pequeño mundo de convenciones e hipocresías del último franquismo y la primera democracia-, se expone mediante toda una batería de pesados simbolismos, y no me parece gran cosa. Sin embargo, encuentro magistral la manera en que se capta y expone el ambiente que sirve como marco a la historia. Esa España burguesa de una pequeñez y una fealdad estomagantes, esas maneras cursis de las amas de casa, ese deje autoritario de los cabezas de familia, los pisos enormes de largos pasillos y luces mortecinas, las niñas bailando en la habitación en las que las confinan para su esparcimiento, las medias voces, los ocasionales estallidos de histeria, junto con los medidísimos movimientos de cámara ideados por Saura, crean un ambiente muy peculiar, de una fuerte densidad, y remiten de inmediato a toda una época. Yo era demasiado pequeño por aquel entonces, pero hay algo en esa película que me invoca recuerdos que posiblemente ya sólo habiten en mi subconsciente. Saura tuvo en su día el talento para lograr –quizá no del todo conscientemente- que su cámara registrara todo el aire de un tiempo y un lugar que ya (quiero pensar) han desaparecido, y sólo por eso merece un respeto.

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