lunes, 20 de septiembre de 2010

Caballos, tiempo y movimiento


Crítica de arte que publiqué hace unas semanas:

Aunque hoy en día su nombre no siempre aparece en el lugar que le corresponde dentro de la pequeña historia del cine, Eadweard Muybridge fue uno de los pioneros que participaron en la génesis de esta forma de expresión artística. Y, más aún que eso, hoy su trabajo promueve todo tipo de reflexiones sobre el tiempo y su plasmación. La Tate Britain devuelve a este artista un primer plano que le corresponde por derecho propio.

Caballos, tiempo y movimiento

Eadweard Muybridge (1830-1904) fue, como mínimo, uno de los artistas más inclasificables de los que se tiene noticia. Nacido en Gran Bretaña como Edward James Muggeridge, decidió cambiar su nombre aportando a éste una grafía más teatral y arcaizante, y emigró a los Estados Unidos, donde curiosamente conseguiría gran fama como fotógrafo de paisajes: de hecho, contribuyó decisivamente a construir la imponente iconografía del Oeste americano que ha perdurado hasta el día de hoy. Pero, en realidad, la porción principal de su notoriedad se la debe a otro logro muy distinto: sus trabajos animados por la pretensión de aprehender el movimiento y el tiempo mediante la técnica fotográfica.

El multimillonario y político Leland Stanford, prototipo del self-made man tan apreciado por la cultura popular de su país, había arrojado la apuesta de que, durante el galope, los caballos no apoyan ninguna de sus patas en el suelo al menos por una fracción de tiempo. Por supuesto, lo que a toda costa necesitaba esta persona tan obstinada como pudiente era probar su creencia (que en realidad contaba con tantos adeptos como detractores a mediados del siglo XIX), lo que con los medios de la época no parecía sencillo. Muybridge fue, pues, llamado para tal fin. Contando con un generoso preupuesto y armado de su notable imaginación, dedicó varios años –y múltiples inventos sucesivos- a perfeccionar la prueba que se le exigía. Hay que aclarar que parte de la culpa de lo dilatado del proceso hay que atribuirla a un asesinato pasional cometido por el propio Muybridge, del que éste fue absuelto gracias de nuevo a Stanford, quien financió también el coste de los abogados. El toque maestro tuvo lugar en 1879: Muybridge plantó un complicadísimo armatoste de su invención, compuesto por una docena de cámaras dotadas de un obturador ultrarrápido y de unos disparadores accionados por el movimiento del objeto captado, frente a un largo plano inclinado blanco, e hizo desfilar un caballo al trote por este pasillo. El resultado, eureka, fue una secuencia de instantáneas que diseccionaba el movimiento del equino con casi perfecta nitidez, y que brindó a Stanford el triunfo irrefutable que anhelaba. Pero, además de esto, era evidente que el producto ofrecía unas interesantes posibilidades poéticas, que aún hoy podemos apreciar. Muybridge perseveró, mejorando su técnica y explorando en el movimiento de otros animales, y también de los seres humanos.

Para ser el inventor del cine, a Muybridge le faltó, entre otras cosas, ser capaz de obtener la secuencia del movimiento de un cuerpo que no se desplaza (lo suyo fue en realidad una especie de proto-travelling), así como añadir al fenómeno los alicientes comerciales que después tendrían en mente los hermanos Lumière. Sin embargo, su contribución fue esencial para la causa.

Es curioso que, apenas una década más tarde de todo esto, el filósofo francés Henri Bergson publicaría su tesis “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”, iniciando así una fructífera e influyente carrera centrada en la reflexión sobre el tiempo y la materia. Interesado en el concepto de duración, se rebelaba contra la metodología científica consistente en reducir el tiempo-duración (variable continua) a una variable discreta compuesta por instantes estáticos. Que es exactamente en lo que Muybridge había basado la parte más reconocida de su carrera artística. Influido por el propio Bergson (que además era su pariente político), el escrito Marcel Proust creó la primera obra maestra de la literatura del siglo XX, “En busca del tiempo perdido”, bajo un similar principio del tiempo como duración, en el que navega la conciencia de los individuos, y en el que determinadas experiencias sensoriales (la conocida magdalena mojada en té), o la propia creación artística, adquieren un papel fundamental, al permitir viajar de inmediato de un punto a otro de este continuo. La literatura –la creación- permite resucitar a los fantasmas del pasado, recobrando así el tiempo (en “Le temps retrouvé”). Pero, por mucho que la obra de Muybridge, con su aparente momificación del continuo en secuencias estáticas, pueda oponerse en apariencia a estos principios, hay que recordar una vez más que en realidad el suyo fue uno de los primeros y más importantes pasos en la génesis del cinematógrafo, lo que no lo alejaría tanto de Bergson o de Proust como podía pensarse. De hecho el cine resulta ser, hasta el momento, la expresión artística más eficaz para cubrir el objetivo de capturar el tiempo y reproducirlo una y otra vez, como apuntaba Andrei Tarkovski.

Desde el 8 de septiembre, la londindense Tate Britain dedica una estupenda retrospectiva al fotógrafo británico, con más de 150 de sus obras. Concebida originalmente por la Corcoran Gallery of Art de Washington, sus comisarios, Ian Warrell y Carolyn Kerr, han ideado sin duda una de las citas artísticas más apasionantes de la temporada.

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