miércoles, 29 de septiembre de 2010
Novecento o la contradicción
Por fortuna, nuestro mundo está lleno de rarezas y extravagancias, de paradojas e incoherencias. Cuando tocamos el ámbito de la política, las contradicciones alcanzan su máxima expresión. Hay, por ejemplo, partidos políticos (y personas) que afirman ser al mismo tiempo nacionalistas y de izquieras, y desde hace unos cuantos años casi todos los que se llaman a sí mismo “liberales” son de derechas. Capítulo aparte merece el cine político.
Y, dentro de éste, aún reservaría unos cuantos párrafos en este libro de la incoherencia para “Novecento”, película dirigida por Bernardo Bertolucci en 1976. ¿Qué lógica tiene una superproducción comunista, financiada por productores privados, protagonizada por grandes estrellas y destinada a arrasar en las taquillas mundiales, pero que al mismo tiempo abogaba por la rebelión de los proletarios y la erradicación de los patrones? En su propia excentricidad llevaba el germen de la destrucción: tras su estreno, fue considerada un fracaso de público, y las críticas fueron dispares, cuando menos. Sin embargo, pronto fue rehabilitada en la opinión general, y con el paso del tiempo se la ha llegado a considerar un clásico. Su naïf épica del proletariado no ha resistido demasiado bien pero, una vez más, la magnificencia y la garra de la puesta en escena han arrasado con todas sus carencias. El otro día, volviendo a ver las cuatro horas de “Novecento” en La 8, lo pasé como un enano.
Con todos sus excesos, sus demagogias y maniqueísmos, con sus sanguinarios fascistas de tebeo y sus angélicos y valientes campesinos, sus personajes-símbolo, la película está dotada de un soplo lírico y un sentido del espectáculo indiscutibles, y ahí radica su triunfo. Las escenas de masas son como deberían serlo todas, están perfectamente recogidas por una cámara que se mueve con el ritmo de una coreografía, mientras que los momentos íntimos, subrayados por uno de los dos mejores trabajos jamás realizados por Ennio Morricone (el otro es sin duda “Érase una vez en América”) resultan bellísimos, de una intensidad notable. Y no se puede hablar de esta película sin mencionar a su prodigioso reparto: sólo por ver a este grupo humano tan fotogénico y tan vigoroso, merece la pena adherirse a la propuesta de Bertolucci: Robert deNiro cuando aún era un actor y no una caricatura; Gérard Depardieu ídem; una Dominique Sanda que era fácilmente la mujer más bella que había en las pantallas de aquella época; Stefania Sandrelli llena de frescura y vitalidad; la gran (y decrépita) diva Francesca Bertini haciendo de monja; Donald Sutherland y Laura Betti produciendo auténtico pavor en sus personajes de fachas sin escrúpulos; y pequeños pero jugosos papeles para Sterling Hayden, Alida Valli y un inmenso Burt Lancaster, al que se le reserva una de las mejores escenas de la cinta, el turbador momento junto a una niña campesina en un establo.
Por cierto, que escribo estas líneas el día de la huelga general. No sé lo que se dirá a posteriori pero, viendo los resultados de la convocatoria hasta el momento, me temo que el fondo ideológico de la película de Bertolucci ha quedado definitivamente por los suelos: por fortuna, la vigencia de su forma no podría ser mayor.
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1 comentario:
Querido Pano.
Como dice al cominenzo de su crítica, el mundo está lleno de muchas cosas que conviven a la vez en perfecta armonía. Lo que me llama la atención es esa manía que tienen los ricos de hacerse comunistas, llámese "Novecento" o los Bardem.¿Será que el dinero todo lo puede?.
Confieso que no he visto la película, y mucho me temo que las cosas seguirán así; cuatro horas son mucho y no tengo el suficiente entusiasmo.
Un saludo.
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