lunes, 6 de septiembre de 2010
Por fin, gran cine
Contra mi propio pronóstico interno, he adorado “Bright Star”, de Jane Campion. La película compitió en el festival de Cannes del año pasado, cuyo jurado, presidido por Isabelle Huppert, la ignoró completamente en el reparto de premios (como ignoró la que, de todas cuantas llegué a ver, me parece la mejor película presentada en aquella edición, “Los abrazos rotos”, de Almodóvar). Y algunos críticos la calificaron como “académica”. Soy incapaz de concebir semejante miopía.
“Bright Star” es justo lo contrario a académica. Su aproximación a la época del romanticismo inglés está a años luz de los productos televisivos de la BBC, de los peores James Ivory y del “Sentido y sensibilidad” de Ang Lee. La puesta en escena de Campion, vital e imaginativa, consigue materializar de una manera admirable el sentimiento abstracto de la pasión amorosa, y además transmite son sutileza el complejo sistema de condicionantes sociales que dificultaban esta pasión. Cada plano de Abbie Cornish (¡qué maravillosa actriz, por cierto!) irradia toda la luz de la verdad y la belleza, y la emoción de sus escenas junto a Ben Whishaw (también excelente) posee una cualidad tangible y veladamente sensual. Cómo están elegidos, iluminados, encuadrados y filmados los tejidos y trajes de la época –en especial los extraordinariamente bellos que viste Cornish, y que se supone ha diseñado el propio personaje- es, por sí solo, todo un recital de gusto y creatividad. Jane Campion es una auténtica directora de cine, no una ilustradora, y aquí lo deja más claro que nunca: aporta una mirada, una visión personal, fascinante, sobre un mundo determinado sometido a unas estrictas normas sociales y con unas excelentes posibilidades plásticas. Así, demuestra que eso que en España se llama “película de época” no tiene por qué ser necesariamente un envarado y mortuorio desfiles de postales. Demostración que en su momento ya realizaron Visconti, Ophüls, Truffaut, Kubrick o Eric Rohmer, y, más recientemente, el Olivier Assayas de “Les destinées sentimentales” y el Scorsese de “La edad de la inocencia”. A esa misma estirpe pertenece “Bright star”.
Durante el visionado de su primera mitad, sentí varias veces la poderosa inyección de adrenalina que el cuerpo genera cuando nos encontramos ante una obra maestra. Esa emoción rara que nos llena de una euforia inmediata, que nos pone al borde tanto de la risa como del llanto. Después irrumpe una escena que supone un punto de inflexión, en la que la protagonista lee las cartas de su amado tumbada sobre un campo de violetas, y en la que se roza imperdonablemente la afectación y la vacuidad publicitaria de una Isabel Coixet (¡pero no tanto, no nos alarmemos!): después de esto, la película siguió pareciéndose buenísima, aunque ya no era lo mismo. Con todo y con eso, creo que es con diferencia lo mejor que he visto en el cine en lo que llevamos de año.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario