jueves, 16 de septiembre de 2010
Chabrol
Por si queda alguien que no se haya enterado, ha muerto Claude Chabrol, uno de los últimos vestigios de la primera ola de la Nueva Ola francesa. Creo que ya sólo quedan Godard y Rivette. Al contrario que ellos, Chabrol nunca mostró demasiado interés por experimentar con el lenguaje y la forma. En un momento de su carrera, incluso se convirtió en una especie –bastante sui generis- de director de género (negro). Sin embargo, decir que su estilo se aburguesó o se hizo más convencional me parece una solemne estupidez.
Una vez más, queda demostrado el fatal deslenguamiento de los contertulios profesionales, que por lo general no tienen ni idea de nada, pero se ven en la estresante necesidad de opinar sobre todo, que para eso les pagan. El día de la muerte del maestro francés, lo más repetido sobre él era que fue “un azote” para la burguesía de su país, pero que, contradictoriamente, en los últimos años sus películas perdieron fuelle debido a un supuesto “aburguesamiento”. Me pregunto si de verdad todos esos charlatanes profesionales habrán visto una sola peli de Chabrol, del joven o del más reciente; y, de haberlo hecho, si habrán entendido algo. En realidad, Claude Chabrol siempre mantuvo un estilo que primaba la claridad narrativa –nunca traicionó esta premisa-, y su cine resultaba en los últimos tiempos muchos más incendiario y estilísticamente poderoso que al principio. La aparente gelidez de la forma de películas como “La ceremonia” o “Gracias por el chocolate” provenía en realidad de un rigor extremo, que contrasta con el griterío vacuo y soporífero de la mayor parte de los directores franceses de las últimas dos décadas (eso, por no hablar del resto del mundo). En este contexto, creo firmemente que no ha habido un Chabrol menos burgués y más rebelde que el de las dos películas citadas. Otra cosa que caracterizaba su trabajo es el estupendo trabajo de los actores. Isabelle Huppert, su sospechosa habitual, pocas veces ha estado más precisa y mejor afinada que bajo sus órdenes, lo que es decir mucho. En "Gracias por el chocolate" su personaje, una psicópata asesina, está expuesto sin ningún subrayado psicológico, y actúa constamente como una especie de autómata, mientras algunas sutiles decisiones de puesta en escena (como el modo en que Huppert desaparece del plano, un poco al estilo de las películas de vampiros o zombis) bastan para definirlo. Si se presta atención a la película, uno se da cuenta de que es difícil ser más arriesgado y radical de lo que Chabrol es aquí.
En fin, que es una lástima, pero habrá que irse acostumbrando a que ni los mejores de todos pueden vivir eternamente.
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