jueves, 11 de febrero de 2010

Enfermos


La Filmoteca Española dedica a la obra de David Lynch un ciclo que incluye todas sus películas (¡también los episodios de Twin Peaks, la mejor serie televisiva de todos los tiempos!), y una ocasión así no hay que desaprovecharla. Corrí a ver “Terciopelo azul”, película que me encantó y me aterró la única vez que la había visto antes, en un pase por televisión cuando yo no debía tener más de doce años.

En fin, que considero que “Terciopelo azul” sigue siendo una obra maestra. Dos décadas más tarde, ya no me aterró tanto, porque la comprendí mejor, pero me encantó por igual. Como “Ese oscuro objeto del deseo” de Buñuel (recordad un texto que escribí al respecto) es una película que incorpora tantas cosas que me gustan, y de tal magnitud, que era imposible que no volviera a enamorarme de ella. Sus temas principales, la confrontación entre las fuerzas de la irracionalidad y la cordura y el influjo de ambas sobre el individuo, y la atracción que inevitablemente provoca el misterio, aparecen aquí con perfecta nitidez, y bajo una grandiosa significatividad estética. En este sentido, “Terciopelo azul” es emocionante y sincera, como debe ser la obra de todo aquel que se considere un artista, y en su oscuridad formal y conceptual está toda la luz que irradia el verdadero talento. Hay en ella planos –el descubrimiento de la oreja cortada en la hierba, la primera aparición de Laura Dern emergiendo de las sombras, un perplejo y fascinado Kyle MacLachlan escondido en el armario, Isabella Rossellini cantando en el escenario, Dennis Hopper y la Rossellini desarrollando sus ritos sexuales- de una fuerza visual y un impacto subliminal que rara vez se han repetido, como no sea en algunos de los mejores momentos del propio Lynch (en la citada Twin Peaks, o en Mulholland Drive). Salí del cine con estas imágenes firmemente asidas a mi mente, y creo que aún no me he librado de ellas.

Quisiera aprovechar la ocasión para recordar que cuando se estrenó, allá por 1986, “Terciopelo azul” fue en general bien recibida por la crítica, pero hubo voces escandalizadas que calificaron la película de insana, y a su director poco menos que de enfermo mental. Algo no muy distinto de lo que ocurrió el año pasado (¡en pleno siglo XXI!) con “Anticristo”, de Lars Von Trier. La verdad, cada vez que escucho a alguien calificar de “enfermo mental” a un autor basándose en lo que cree percibir de su obra, no sé muy bien si partirme de risa o enrojecer de indignación: según el grado de mala baba de quien pronuncie este tipo de juicios, termino decidiéndome por una opción o la otra. Hace poco intervine en una situación de este tipo, y por desgracia me dio por lo segundo. Pero esa es otra historia (muy poco agradable) que no estoy seguro de querer contar.

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