martes, 2 de febrero de 2010

Entre muñecos de cera


Estas dos últimas semanas han programado en Antena 3TV una miniserie sobre Adolfo Suárez, antiguo presidente del gobierno español. Movido por la curiosidad, vi una buena porción del primer episodio. Todo muy poco interesante: guión inverosímil y lleno de tópicos, fealdad visual netamente televisiva e interpretaciones acartonadas, típicas de este tipo de trabajos con vocación histórica. Parece como si la conciencia de estar interpretando a personajes reales cuya existencia ha marcado el devenir político de un país intimidase a los actores (o a quienes los dirigen), resultando en esos ridículos parlamentos declamativos en que acaban convirtiéndose todos los diálogos. No encontré un miligramo de verdad en el trabajo del reparto… hasta que apareció en pantalla el personaje de Carmen Díez de Rivera.

Díez de Rivera, apodada “la musa de la Transición”, fue una estrecha colaboradora de Suárez durante la política de éste, para luego sumarse a las listas del PSOE. Falleció joven, hace una década. Pero lo más apasionante (y, lo admito, sensacionalista) de su biografía sucedió mucho antes de los hechos narrados en la miniserie. Hija de la marquesa de Llanzol (que durante el franquismo era considerada la mujer más elegante de España, la mujer más bella de España, amiga e inspiradora de Balenciaga, y blablablá), siendo apenas adolescente se fugó con uno de los vástagos de Serrano-Suñer (cuñado de Franco y miembro de su gobierno): la hicieron volver a casa revelándole que el chico del que se había enamorado era en realidad su hermano, puesto que la marquesa y el político de la dictadura la habían engendrado como consecuencia de su relación adúltera. Traumatizada, la pobre mujer quiso hacerse monja, luego se fue de cooperante a Africa, y terminó como política de izquierdas. Se ha dicho también que fue amante de Suárez, aunque esto último nadie lo ha podido confirmar. Un historión: no me extraña que haya quien reclame una miniserie para ella solita, como he podido leer últimamente.

El caso es que la actriz que interpretaba a la dama en cuestión es la colombiana Juana Acosta, a la que hasta ahora no había seguido en absoluto: claro que su filmografía no es, precisamente, para tirar cohetes. Pues bien, me bastaron apenas diez minutos de su trabajo en esta mediocre serie televisiva para darme cuenta de que me encontraba ante una actriz de primera categoría. La verosimilitud que aporta al personaje es extraordinaria: habla con el mismo timbre de voz, con el mismo tono e inflexiones, y emplea el mismo lenguaje corporal que uno atribuiría al personaje real (que, por cierto, no tengo la menor idea de cómo hablaba, ni me importa en absoluto). Pero no porque lo imite –no tiene ninguna pinta de ello-, sino porque lo crea y le insufla vida ante los ojos del espectador. Para quien ve la serie, Carmen Díez de Rivera era así, y punto. Y no encontré ningún manierismo, ninguna afectación o autoconsciencia en el resultado visible, que es lo que importa. La puesta en práctica de este proceso, justo el inverso al habitual, me sorprendió muy gratamente. Por desgracia, la actriz estaba trabajando entre muñecos de cera, y además sus diálogos eran tan idiotas como los del resto, así que poco podía hacer por mejorar las cosas.

Espero seguir viendo cómo Juana Acosta realiza otras piruetas por el estilo: creo que puede depararnos grandes momentos en el futuro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

totalmen deacuerdo juana acosta, hace las cosas muy bien es muy buena actriz y sobresale apesar que el resto del elenco sean unos maniqui mal armados.