miércoles, 3 de febrero de 2010
Las demi-mondaines
Uno de mis últimos descubrimientos literarios ha sido la escritora francesa Colette (1873-1954), con cuyas maravillosas novelitas me topé revisando la librería de la casa de verano de mis padres. Las historias que narra la autora francesa son más bien ligeras, pequeños cuentos sentimentales en su mayoría, pero lo hace tan bien, con una ironía y una sensualidad, y una ausencia de cursilería tal, que resultan irresistibles.
Cuando supe que Stephen Frears iba a adaptar al cine “Chéri” y “El fin de Chéri”, dos de las obras más conocidas de Colette, no di dos duros por la empresa: imaginaba que al perderse en la traslación a imágenes lo mejor de la fuente literaria, su delicioso lenguaje, la mera anécdota argumental se convertiría en un esqueleto demasiado endeble para una película. Sin embargo, debo decir que el resultado me ha sorprendido positivamente.
En primer lugar, “Chéri” está muy bien rodada, lo que ya es mucho. Los planos duran lo que deben durar y poseen una cualidad expresiva, y revelan una determinada visión personal del director sobre el mundo que retrata. Frears filma a la perfección una época en la que lo decorativo alcanzó una presencia descomunal, casi monstruosa, hasta el punto de que incluso cuando los personajes se encuentran en exteriores (un jardín, la terraza de un hotel) están tan asfixiados por el ambiente como si se desenvolvieran en el más recargado de los salones. Los detalles de muebles y vestuario son presentados con una fantástica mezcla de fascinación e ironía, la misma que se depara a las cortesanas protagonistas. Una crispada Michelle Pfeiffer no interpreta a Léa de Lonval como uno se la imaginaba, al hacerla parecer por momentos antes una heroína de Tennessee Williams que una démi-mondaine en el fin de sus grandes días, pero su belleza y su magnífica presencia ocupan fantásticamente el plano. Kathy Bates, en mi opinión, está estupenda como Madame Peloux: cada vez que suelta una carcajada, el espectador desea también reír, aunque no sabe si hacerlo con ella o de ella. Las escenas que comparten, así como todas aquéllas en las que interviene el resto de sus compañeras de profesión (más o menos inspiradas en las auténticas Emilienne d’Alençon, Liane de Pougy o Carolina Otero, aunque éstas eran algo más jóvenes en la época) son posiblemente lo mejor de la cinta.
Es cierto que, finalmente, la historia sobre la decadencia de los cuerpos y la insatisfacción amorosa termina sabiendo a poco cuando se encienden las luces de la sala, pero hasta entonces uno ha disfrutado bastante con esta versión honesta y curiosamente fiel en espíritu al original del universo de Colette.
Una última recomendación para todo aquel a quien le interese el tema de las grandes prostitutas de lujo. El escritor naturalista Emile Zola publicó en 1880 una obra maestra titulada "Nana", que de algún modo incorporaría un reverso más denso y oscuro de los personajes retratados por Colette. "Nana" es la que prefiero de todas las novelas de Zola que he leído, porque en ella se relaja un poco el tremendismo habitual en este autor, y porque pese a algunos detalles que a priori podrían resultar antipáticos (la mujer fatal recibe su castigo de enfermedad y muerte, y la tesis sobre la decadencia social en el Segundo Imperio es demasiado transparente) el genio del escritor nunca brilló tanto a la hora de retratar personajes y ambientes.
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