martes, 24 de marzo de 2009

Proyecciones



Crítica que publiqué el pasado febrero:




Rineke Dijkstra. Park Portraits
Del 29 de enero al 16 de marzo de 2009
La Fábrica Galería. Madrid



La artista holandesa Rineke Dijkstra expone en La Fábrica una selección de sus fotografías de adolescentes captados en parques públicos. Confuso ejercicio en el que los retratados terminan reflejando unos sentimientos que proyecta sobre ellos el ojo que los capta, y que por lo demás les son ajenos.

Proyecciones



El trabajo de la fotógrafa Rineke Dijkstra (Sittard, Holanda, 1959) es uno más de los que, con cierta ligereza y abundando en tópicos comúnmente aceptados, han sido etiquetados con el adjetivo psicológico. El predominio de la figura humana captada en plano medio o corto, la utilización de espacios neutros, la dramatización de la postura corporal de unos modelos cuyas expresiones faciales reflejan además cierto desvalimiento –producto, posiblemente, del mero cansancio- han contribuido sin duda a esta clasificación. Aunque, en realidad, si profundizamos un poco en el asunto, sí podría afirmarse que las fotografías de Dijkstra reflejan con bastante fidelidad los rasgos de una determinada psicología. Lo que ocurre es que el elemento psicológico no se encuentra donde por lo general se espera encontrarlo, es decir, en la materialización visual de un conjunto formado por rasgos personales, temores, anhelos y contradicciones de los individuos retratados, sino que radica en un punto muy anterior a la ejecución del trabajo, en la propia concepción del mismo. Por supuesto, esto termina trascendiendo inevitablemente en el resultado obtenido.


Recordemos que, ya en 2005, las fotografías de Dijkstra fueron objeto de una exposición (“Retrats”) en el CaixaForum de Barcelona, en la que el leit motiv oficial consistía en recoger individuos en proceso de cambio de identidad. Bajo esta definición se reunían por ejemplo mujeres que acababan de dar a luz, refugiados de guerra o adolescentes de ambos sexos, gran paradigma del cambio y la transición. Éstos últimos aparecían retratados, en la serie “Beach Portraits”, vistiendo sus ropas de baño en las en playas de diversos rincones del mundo donde habían sido encontrados por la artista. El mensaje incidía en la fragilidad del ser humano en un momento de crisis, en el que la fragilidad interior encontraba su reflejo en unos cuerpos descompensados, sometidos a torturas hormonales que los hacían parecer permanentemente fuera de lugar. Desubicados en su entorno inmediato. Dentro de sus precarias vestimentas. En las expectativas que se ha depositado en ellos, y que no resulta sencillo comprender del todo, menos aún llegar a cumplirlas.


La operación se repite con estos “Park Portraits”, en las que la naturaleza abrupta de las playas deja paso al verdor de los parques públicos. Por lo demás, no se detectan muchos cambios. Todos los retratados son niños o adolescentes que individualmente, en parejas o grupos reducidos, miran fijamente a la cámara reflejando expresiones neutras que, según el ánimo del espectador, pueden interpretarse como perplejidad, esperanza, desafío o angst vital. En realidad, lo que prevalece es una cierta añoranza sobre esta época compleja y fructífera de la vida humana, o al menos una indagación que tiene más de ejercicio introspectivo que de mirada escrutadora sobre la identidad del otro. Subyace en todo ello una proyección de las neurosis y malestares propios del adulto sobre estos individuos adolescentes cuya autoconciencia es bastante más limitada que la del ojo que los observa. Salvando las distancias, la archiconocida novela de J.D. Salinger “El guardián entre el centeno” articulaba un dispositivo similar, aunque con un muy superior poder empático que ha constituido en gran medida el motivo de su éxito entre varias generaciones sucesivas. De algún modo, parece haberse ido a la búsqueda y captura de congéneres de Holden Caulfield (el recordado héroe de Salinger) por parques de todo el mundo, para colocarlos en una vitrina y ofrecerlos orgullosamente a la curiosidad del público.


Otra referencia, quizá algo tópica pero bastante oportuna, sería el “Peter Pan” de James M. Barrie, aunque aquí la duda que se plantea es a quién atribuir el estatus de espíritu que se resiste a abandonar la niñez para aceptar la llegada de la edad adulta: ¿los jóvenes en su uniforme escolar, la niña con alas de hada y tutú rosa… o la artista que paraliza su imagen para la foto?. O, menos evidente pero aún más representativa, está la magistral película de André Téchiné “Los juncos salvajes”, cuya exuberante secuencia del baño en un río parece evocarse de manera bastante literal. Por lo demás, las bazas que brinda la edad objeto de análisis son empleadas con notable astucia: en ningún momento se pasa por alto la desproporcionada longitud de unas extremidades, las imperfecciones que adornan un cutis juvenil, un desarreglo en la masa corporal. Hay que agradecer sin embargo a Dijkstra la gentileza de no haber convertido todo esto una especie de parada de los monstruos, opción que habría resultado sin duda mucho más antipática. Sería injusto no reconocer a sus imágenes un respeto por el material manejado y una delicadeza que terminan por constituir la principal virtud del trabajo que expone La Fábrica.

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