lunes, 2 de marzo de 2009

Curioso caso


El curioso caso de Benjamin Button” de David Fincher, película-río canónica del estilo que tradicionalmente ha triunfado en los Oscars, salió sin embargo de la ceremonia con una cosecha relativamente escasa: un total de tres premios, los que le correspondían de manera más evidente entre los trece a los que estaba nominada (mejor dirección artística, maquillaje y efectos especiales). Sin embargo, a falta de ver “Frost / Nixon”, a mí me pareció la mejor de las candidatas.

La premisa de partida de la película, extraída de una historia de Scott Fitzerald (esta premisa es en realidad prácticamente lo único que toma) es, per se, apasionante. Se trata de realizar una reflexión sobre el deterioro del ser humano y la pérdida mediante la colocación en el centro de la historia de un personaje cuyo crecimiento sigue un patrón cronológico inverso al natural, avanzando hacia una creciente juventud. El empleo de este ser extraordinario en medio de circunstancias ordinarias basta para situar en primer plano la cuestión relativa a la necesidad de superar dos traumas esenciales, el de la desaparición de los seres queridos y el de la progresiva, inevitable decadencia de los cuerpos. Es cierto que esta bonita idea medular no deja espacio a otras cuestiones cuyo tratamiento desde un punto de vista histórico o meramente humano habría resultado interesante: sobre todo las referidas a algunos de los puntos clave con los que el protagonista se cruza a lo largo de su trayectoria vital, como la guerra, la discriminación racial y sus consecuencias, el beat y el pop. Todo esto se trata de manera chocantemente superficial en el guión de Eric Roth, hasta llegar a extremos casi grotescos, como cuando el huracán Katrina y sus devastaciones acaban convertidos en desfachatada excusa para ofrecer las (supuestamente) poéticas imágenes de un colibrí suspendido en el aire y un reloj que funciona marcha atrás oxidándose en su sótano inundado. Es en este aplanamiento conceptual, y en la imparable evolución de la historia hacia relamidos terrenos fotonovelescos (por momentos, con una peligrosa cercanía a “Amélie” o “¿Conoces a Joe Black?”) donde se pueden establecer las principales pegas.


Hay, sin embargo, algunas grandes virtudes que no pueden pasarse por alto, sobre todo por lo raras que resultan (cada vez más) en este tipo de superproducciones. En particular, se encuentra presente una cierta voluntad de puesta en escena, una auténtica densidad del plano que por fortuna no se ve anulada por el uso de la cámara digital. La utilización de los clichés (narrativos, visuales) se ve redimida por el indiscutible nervio de la dirección, que no flaquea sino, quizá, hasta las secuencias finales centradas en la historia de amor entre Brad Pitt y Cate Blanchett. Otra buena noticia es el empleo de actores que de verdad representan su edad (mención específica para Tilda Swinton, Julia Ormond, Jared Harris y el casting de ancianos del asilo que sirve de hogar para los primeros años del protagonista) para aquellos personajes que se nos presentan en un único momento de su vida. El botox y el bisturí habrían casado muy mal con la reflexión sobre el paso del tiempo propuesto por la película, o al menos habrían constituido desvíos hacia terrenos muy diferentes, menos abstractos. En el otro extremo, el uso del maquillaje digital o de látex, las arrugas que se añaden o se borran del rostro de los actores, está curiosamente logrado, y se asume sin problemas en el contexto global de la fábula.


“El curioso caso de Benjamin Button” no es en absoluto una obra maestra, pero sí resulta un producto correcto, bien elaborado, que cuenta algo y lo hace de un modo eficaz y honesto, con toda la seguridad de quien es consciente de poseer el oficio de un auténtico director.

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