martes, 19 de mayo de 2009

Muntadas: Baile de fantasmas



Este mes se ha dado a conocer la noticia de que Antoni Muntadas ha ganado el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2009. Se da la coincidencia de que el mes pasado publiqué una crítica sobre su última exposición en Madrid. Allá va:




Antoni Muntadas. Situaciones y Media Sites / Media Monuments
Del 21 de marzo al 23 de mayo de 2009
La Fábrica Galería. Madrid



Segunda exposición individual de Antoni Muntadas en la madrileña La Fábrica Galería. Esta vez, con dos series de fotos cargadas de reflexiones sociopolíticas, constante innegociable en la obra del creador catalán.

Muntadas: Baile de fantasmas



Antoni Muntadas (Barcelona, 1942) es ciertamente un artista catalán, pero limitar su eco a definición tan sucinta supone un ejercicio de reduccionismo antes que de concisión: en realidad, nos encontramos ante un creador que ha ensayado casi todas las disciplinas artísticas conocidas, con particular atención al ámbito de lo audiovisual (pionero del vídeo-arte, su trabajo es ya prácticamente un clásico del medio), y su figura es de un genuino cosmopolitismo, a años luz de toda impostación o veleidad coyuntural. En Muntadas, la globalización (o mondialisation: quizá el término francés resulte aún más apropiado para el caso) es una realidad absoluta, incuestionable, individual y universal al mismo tiempo.


La Fábrica, galería en la que a lo largo de la última temporada está cobijando algunos de los eventos expositivos más sugestivos de la escena artística madrileña (al menos, sobre el papel) muestra estos días dos de las series más recientes de Muntadas, Situaciones (2008) y Media Sites / Media Monuments (2007). En total, cuarenta y tres fotografías en color y blanco y negro que, de algún modo, sintetizan de manera bastante fiel las inquietudes políticas, existenciales y estéticas del barcelonés.


Situaciones configura un artefacto en el que se yuxtaponen dos o más imágenes en las que las diferencias son sutiles, a menudo casi inapreciables, con el fin de materializar una secuencia temporal. El momento corresponde a un tiempo congelado, cristalizado, que parece corresponder a aquel instante mágico en que se producía la armonía de los elementos que lo componen. Armonía falsa, como sabemos, ya que se intuye por debajo de ella el latido resonante y perverso de la alienación. La sala de embarque de un aeropuerto, una pasarela por la que transitan a contraluz los pasajeros de un buque, el lobby de un museo o un centro comercial, son los entornos que sirven como marco a la actividad social de unos individuos que tienen algo de fantasmagórico en su triste deambular.


Mientras tanto, el proyecto Media Site / Media Monuments presenta a su vez tres variaciones, en Buenos Aires, Washington D.C. y Budapest, de un enfoque similar en el que la dimensión temporal vuelve a resultar decisiva. En ella se enfrentan dos versiones de unos entornos que han tenido una particular significación de orden político y reivindicativo. En una de ellas se recoge, a modo de documento histórico, el momento preciso en que se materializó el evento determinante (indígenas americanos acampados frente a la Casa Blanca, el automóvil en que fue asesinado el político chileno Orlando Letelier, la Europa Oriental previa al desmoronamiento de la URSS, las manifestaciones de las madres de la Plaza de Mayo en torno al Obelisco bonaerense, la reciente y vergonzosa tragedia de la discoteca República Cromañón). La otra recoge el mismo espacio a posteriori, cuando la carga política se supone rebajada por el tiempo y el olvido, pero que de algún modo permanece encapsulada como en un acto de posesión. Una vez más, el espectro de una realidad que se considera pasada pero que en realidad durará siempre (“el siempre de los hombres”, escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa), se resiste a abandonar el contexto físico del que surgió pese a los complejos intereses sociales, económicos y políticos que propugnan su desahucio.


Los fantasmas, pues, se apoderan de los espacios retratados por Muntadas como tantas veces lo han hecho en la ficción dramática de los cuerpos humanos y las casas encantadas. Por lo general, en estos casos lo que se espera es el advenimiento de un héroe (ha llegado a darse el caso de que tal héroe vistiera sotana) que ponga fin a la pesadilla expulsando al intruso del organismo que habita. Aquí la labor del artista –que también es, a su manera, un héroe- se sitúa sin embargo en las antípodas del exorcismo: suya es la misión de reavivar al ectoplasma latente, de retratar al aparecido para enfrentarnos con su verdad dolorosa, inapelable. Se ha hablado mucho en tiempos recientes de “memoria histórica”, en ocasiones escudando el terror a los fantasmas políticos tras un ejercicio supuestamente piadoso que hace referencia a otros espíritus de existencia más cuestionable: “que en paz descanse”, suele decirse (cada vez menos) de lo que no es ya -¿acaso fue otra cosa en otro momento?- sino materia orgánica corrupta. Y, en realidad, es el descanso de los vivos lo que se reclama. A Muntadas, como a quien esto escribe, no le interesan los espíritus que se nos representa como originarios de un difuso Más Allá. A cambio, se equipa con su arsenal de médium para invocar una realidad que existió y no debería ser olvidada, devolviéndola a las coordenadas geográficas donde se desarrolló y en las que, se quiera o no, quien sea sensible a ello aún puede percibir su reverberación.

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