Christophe Honoré (“Les chansons d’amour”, una peliculita mona a la que me referí en una entrada anterior de este blog) llevaba hace unos meses su última cinta, “La Belle Personne”, a la sección oficial del festival de San Sebastián, del que salió sin premio. Este último trabajo acaba de estrenarse en España sin ningún bombo, incluso de tapadillo, lo que es una pena porque se trata de una película muy bellamente filmada.
Su punto de partida ya concentra bastante interés: Honoré adapta “La princesse de Clèves”, de Madame de La Fayette, un clásico de la literatura francesa, escrito en el siglo XVII y tratado ya por el cine en varias ocasiones (hace unos diez años, en “La carta”, de Manoel de Oliveira), sólo que la acción se traslada a un instituto parisino de hoy en día. Al parecer, la operación fue pergeñada por Honoré como reacción ante un comentario despectivo de Nicolas Sarkozy (al que subyacía un clasismo aterrador) al enterarse de que el temario de unas oposiciones administrativas de bajo nivel incluía la novela de Madame de La Fayette. En realidad, toda la película parece concebida y puesta en escena como ataque a la idea de que lo sublime, lo simplemente bello, sea o deba ser patrimonio exclusivo de una élite social, intelectual o económica. Idea cuya valentía y pertinencia me parece que admite pocas discusiones.
La hiperestilización del mundo retratado, con unos adolescentes quiméricamente guapos y sensibles, supone un placer para los sentidos, y acoge con perfecta coherencia los estrictos códigos éticos y estéticos de la novela original. “La belle personne” si sitúa por este motivo en el extremo opuesto al realismo de “La clase” de Laurent Cantet o “L’esquive” de Abdel Kechiche (películas que encuentro excelentes, por otra parte), que se desarrollaban en entornos similares y además, en el segundo caso, empleando igualmente la coartada literaria.
En su estreno donostiarra, la película fue precisamente tildada de “poco realista”, bajo el argumento de que un adolescente actual jamás se expresaría con la pedante precisión de sus protagonistas, acusación totalmente absurda de tan irrelevante (¿desde cuándo el realismo es un imperativo en lugar de una opción?). En todo caso, la película resulta en todo momento coherente consigo misma y con sus arriesgadas premisas iniciales, lo que me parece digno de admiración. No se trata de una cinta perfecta (encuentro serios fallos en el desarrollo del personaje de Nemours-Louis Garrel), pero viéndola experimenté ocasionales ramalazos de emoción genuina, y su combinación de delicadeza y radicalidad perduran en mi recuerdo.
NOTA: Encuentro en la película otro motivo de admiración. El concepto del enamoramiento que retrata, concepto que ya estaba en "La princesa de Clèves", me parece sumamente original y contracorriente para los baremos que imperan en la actualidad. Frente al estándar que propugna la mezcolanza de amor-enamoramiento como salvador del individuo y de la Humanidad entera por extensión, la visión de Honoré-La Fayette se centra en el enamoramiento como enajenación pasajera potencialmente destructiva, un peligro del que conviene protegerse. Podrá o no estarse de acuerdo con esta tesis, pero situarla en el corazón de una película me parece hoy una opción llena de valentía... y un alarde de realismo.