martes, 3 de febrero de 2009

Me retracto



Hace muy poco, en un texto dedicado a la televisión actual y a Eva Arguiñano, venía a decir algo así como que el panorama televisivo me parece tan desolador que ni el programa del Gran Wyoming en La Sexta me estimula demasiado. El cómico que en el pasado nos proporcionó grandes momentos en la pequeña pantalla (sobre todo con El peor programa de la semana, de breve existencia) se habría convertido en un formulaico recitador de chistes más o menos ingeniosos, pieza central de un show plano y poco sorprendente.


Pues bien, no sabéis cuánto me alegro de poder decir que he cambiado completamente de opinión de un día para otro, y que me retracto de lo dicho, y además encantado. Lo que presencié por casualidad el pasado lunes, 2 de febrero, por la noche, obró el milagro. Imagino que serán pocos los que a estas alturas no sepan nada de la historia. Seré breve al describirla: al parecer, el programa del Gran Wyoming y el canal Intereconomía (extrema derecha católica/catódica) mantienen una larga trifulca de la que no están excluídos los insultos personales. En un momento dado, la copresentadora de La Sexta llegó a ser acusada de no ejercer el periodismo, sino "el oficio más antiguo del mundo" (literal), por Xavier Horcajo, el extraño y crispado tipo que presenta un programa de Intereconomía llamado "Más se perdió en Cuba". Una cosa bastante desquiciada y sorprendente en pleno siglo XXI. Como colofón, y seguro de tener entre manos el misil aniquilador definitivo, Horcajo presentó ("¡exclusiva mundial!") y emitió un vídeo en el que se apreciaba con toda claridad (con demasiada claridad, diría) cómo, durante un ensayo, Wyoming se dedicaba a gritar toda clase de improperios despóticos y machistas contra una becaria que por error se ha colado en plano. El vídeo resulta de una agresividad inusitada: produce tanta vergüenza ajena como repugnancia moral y estética. También cierta sensación de incredulidad, que uno interpreta como reacción defensiva ante un desagrado inasumible. Pero héte aquí que, este pasado lunes por la noche, tras un largo paripé preparatorio en el que aparentemente se iba a escenificar el enésimo asalto del combate Horcajo-Wyoming, el programa de La Sexta desvelaba que le había colado un gol a su competidor de Intereconomía: el vídeo era en realidad un montaje, así que su veracidad no había sido contrastada antes de la emisión por la cadena enemiga.

Esta venganza, tan brutal como sibilina, no puede producirme otra cosa que admiración. A su salvaje manera, Wyoming ha puesto en escena el mejor momento televisivo español en un programa de no-ficción del que tengo memoria. Hay en su acto una mala baba que quizá no sea menor que la mostrada por sus siniestros contrincantes. Pero no puede dejarse de reconocer que su forma de encauzar esa mala baba ha rayado en esta ocasión la pura genialidad. Por fin, ocurre que Wyoming ha tenido la suerte de habérselas visto con unos enemigos que eran terreno abonado: cuando uno se enfrenta a un bufón, demostraría muy poca inteligencia pretendiendo derribarlo a base de circunspección y dignidad herida. La mejor opción de todas, la única que asegura el triunfo, consiste en explotar la naturaleza bufonesca del adversario, limitándose a empujarlo un pelín en el sentido de su propia naturaleza, que es también el de su autodestrucción. Eso es precisamente lo que Wyoming ha hecho, y la jugada le ha salido redonda. Principal beneficiado de todo ello: el espectador.

Por supuesto, no han faltado las críticas de las asociaciones del gremio, que han invocado cuestiones deontológicas (pfffff...) y la dignidad de la profesión periodística (más pffff...), con notable fariseísmo. Por su parte, ayer mismo Wyoming mostraba en su programa un regodeo más bien mezquino por su triunfo, además de atacar de nuevo no sólo a sus enemigos originales, sino también a quienes le han criticado después (en especial, a los medios del Grupo PRISA). Una lástima. Pero nada de esto puede empañar el buen momento que se nos deparó este pasado lunes, cuando, por unos minutos, rememoramos un regocijo que creíamos exiliado de nuestras pantallas domésticas desde la edad de oro de la telecomedia británica, allá por los 70-80.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No soporto a Wyoming.

Anónimo dijo...

4 de febrero

Te la colamos gordito

Un locutor de televisión dice haber engañado a un competidor que se tomó en serio una representación de su mal humor proyectado sobre una becaria. Yo creo que se precipita, porque en realidad aún no ha podido demostrar que el citado competidor se lo haya creído. Al competidor le bastaría con mostrar una supuesta cola ignota del vídeo máster con un cartel que dijera: «Sabemos que, a pesar de las apariencias, no estás representando una farsa, y que, en el fondo, eres así de cabrón. Y hemos pasado una buena tarde divulgándolo.» Es lo que tienen las estupideces, que son como muñecas rusas.

Ahora bien, a las estupideces socialdemócratas las adornan siempre diversas plusvalías. Como al FC Barcelona. Según han informado ellos mismos, los farsantes quisieron hacer pedagogía con el competidor y desmostrar que no verifica sus informaciones. Es tan conmovedor que me mareo. ¿Pero qué es lo que habría de comprobarse? ¿No estaba acaso el locutor maltratando de suboca a una becaria? Para su desgracia, aunque es muy dudoso que los farsantes alcancen a comprenderlo, esa escena ha existido y es veraz. Y por otro lado: ¿acaso la empresa (perfectamente enterada y cómplice de los manejos) no remitía al programa y al propio locutor («esta noche hablará del asunto») como toda explicación? Mucho peor son los buenos sentimientos que exhibieron. En el momento de desvelar la farsa, la locutora del locutor vino a disculparse ante los miles y miles de personas que habían caído en el engaño. No pensamos que iban subirlo a youtube, argumentó con suprema y pálida candidez, como echándole la culpa al competidor. Igual que el bobo de Welles, pidiendo perdón por los muertos que ocasionó su marcianada. ¡Oh, no! Si hubiera sabido que iban a morir…, snif.

Pero entre las plusvalías, despunta la impunidad. ¡Te la colamos gordito!, reventó el locutor de risa. Gordito. Repítanlo, pero será inútil: no oirán el eco indignado. ¡Son socialdemócratas! Ahora piensen en la posibilidad de que el competidor cogiera a una periodista socialdemócrata y la llamara gordita. O bajita. O cardito. Oh, socialdemócratas, todas las tardes jugando en campo propio. Disculpen, añoro las codas. Esta descripción perfecta de Andrew Anthony, en El desencanto, del tipismo socialdemócrata, esta gente, mon semblable, mon frère: «Me veía a mí mismo como alguien que comprendía el mundo y para mantener esa percepción era indispensable que no intentara comprenderme a mí mismo.»

Arcadi Espada

http://www.arcadiespada.es/page/2/