lunes, 16 de febrero de 2009

Una cuestión de moral (y 2)



Rivette (abajo) vs. Pontecorvo (arriba). Irrepetible duelo a muerte


Me gustaría extenderme en un momento dado sobre una parte importante de la crítica cinematográfica actual, que encuentro no sólo plana y repetitiva, sino que directamente se ha equivocado de profesión: deberían dedicarse a escribir sinopsis en dossieres de prensa, y no opiniones sobre cine. Hay muchos que se llaman a sí mismos críticos, y que después dedican tres cuartas partes de sus columnas a contarnos el argumento de la película, un ejercicio tan absurdo como destructivo. Si ya me han contado la peli de cabo a rabo, ¿qué interés tendrá en verla todo ese público (mayoritario) al que lo que más le importa es la intriga narrativa? En fin. De todos modos, no hace falta llegar a estos extremos para darse cuenta de que la crítica se encuentra bastante adocenada, con honrosas excepciones. Además, lo expuesto es aplicable sobre todo a los críticos americanos. En el caso de España detecto, entre otros problemas, un intensísimo terror a ser percibido como un pedante o un elitista. Algo muy español, por otra parte. Como consecuencia, se echa de menos no sólo un poco de profundidad y de originalidad, sino sobre todo algo de imaginación o, incluso, una pizca de locura, que nunca está de más. Me temo que hoy en día sería imposible un caso como el que enfrentó a Jacques Rivette con Gillo Pontecorvo en los años 60, y es una lástima.


Rivette es uno de los directores de la nouvelle vague francesa, que en el momento cumbre del movimiento no disfrutó del reconocimiento internacional y de la difusión de Truffaut, Godard o Chabrol. Sin embargo, sus películas, que combinaban un absoluto rigor estético con cierta fantasía y excentricidad conceptual, son apasionantes: “Paris nous appartient”, “Céline et Julie vont en bateau”, “Duelle”… En épocas más recientes, Rivette fue el autor de la magistral “La bella mentirosa” (una de mis películas favoritas de los años 90), “¡Vete a saber!” o “La duquesa de Langeais”, su último (y estupendo) estreno. Mucho antes de todo eso, Rivette fue crítico en la revista “Cahiers du Cinéma”, donde expresaba sus opiniones algo intransigentes, basadas en un firme concepto de lo que el cine debía y no debía ser, y sobre todo de lo que debía permitirse a sí mismo.


Continuemos: por otro lado estaba Gillo Pontecorvo, prometedor cineasta italiano en los 60 que quedó en eso, una promesa, por mucho que le fuera otorgada el León de Oro de Venecia en 1966 con “La batalla de Argel”. Después no hizo nada digno de mención, como no sea la lamentable “Queimada” con Marlon Brando, y una improbable crónica del asesinato de Carrero Blanco por ETA en “Operación Ogro”, donde uno de los terroristas era José Sacristán. Antes aún que eso, en 1959, había dirigido una peliculita llamada “Kapò”, ambientada en un campo de concentración nazi. “Kapò” fue mayoritariamente considerada una película de denuncia de los crímenes nazis, y como tal fue alabada, y ganó premios, y estuvo incluso nominada al Oscar como mejor película extranjera, pero provocó las iras de Jacques Rivette que, en su faceta como crítico cinematográfico, escribió para los Cahiers un artículo que tituló nada menos que “De la abyección”. En él, se acusaba a Pontecorvo de ser despreciable, moralmente repulsivo… cuando se suponía que lo único que había ejecutado era el enésimo canto contra el horror de los campos de exterminio alemanes. El agudo ojo de Rivette se había posado en un plano concreto, un plano cuya concepción le había bastado para reprobar duramente la catadura del director. En aquel plano, una de las reclusas, interpretada por Emmanuelle Riva, se suicidaba agarrándose desesperadamente a la valla electrificada del campo: la cámara ejecutaba entonces un brevísimo, discreto movimiento de travelling (para los no iniciados, en un travelling la cámara se desliza a lo largo de unos raíles instalados en el suelo), de manera que el cadáver quedaba artísticamente colocado en la composición final del plano. He aquí lo que escribió Rivette: “Observen en Kapo el plano en que Emmanuelle Riva se suicida arrojándose sobre los alambres de púa electrificados: el hombre que en ese momento decide hacer un travelling hacia adelante para encuadrar el cadáver en contrapicado, teniendo el cuidado de inscribir exactamente la mano levantada en un ángulo del encuadre final, ese hombre merece el más profundo desprecio”. ¡Guau! ¿No sería maravilloso encontrarnos algo así, escrito en alguna de las revistas o suplementos culturales de hoy en día? Me temo que tendremos que conformarnos con seguir soñando.
Todo esto me venía a la cabeza tras salir de ver la inmundicia que este año va a ganar el Oscar a la mejor película. Esta vez la reflexión moral no es aplicable a un travelling, sino a toda una concepción sobre una obra audiovisual. ¿Dónde están los Rivettes del siglo XXI cuando se los necesita?

Por cierto, el famoso travelling de Kapò podéis verlo pinchando aquí. Juzgad por vosotros mismos si Rivette exageraba o era un prodigio de lucidez.

No hay comentarios: