Calentando motores para Arco09 y el empacho de arte contemporáneo que se avecina. Ayer, jueves, pude pasar por la Feria a la salida del trabajo... pero ya hablaré de eso más adelante. Por ahora, remontémonos a esta pasado martes.
Esa tarde pasé por La Fresh Gallery, nueva galería de arte madrileña, para asistir a la inauguración de “La noche más larga del mundo”, exposición de Aitor Saraiba. La muestra consistía en una cantidad sorprendente de dibujos, en la línea sobria, sentimental y naïf que caracteriza al artista. Sin embargo, los dibujos (lo siento, Aitor) resultaron ser lo de menos. No porque no fueran bellos o estuvieran mal ejecutados: lo cierto es que si así fuera (cosa que dudo) ni siquiera me habría dado cuenta. Casi siempre resultaba imposible atisbar entre la masa humana otra cosa que fragmentos de las piezas exhibidas, dada la multitud congregada. El ambiente se parecía más al de una fiesta en un domicilio privado que se le hubiera ido de las manos a un anfitrión con inesperado poder de convocatoria que a una vernissage de las de toda la vida. Sólo que en una fiesta casera no hay patrocinadores (en las vernissages tampoco suele haberlos, que yo sepa), mientras que La Fresh había llegado a un acuerdo con una conocida marca de vodka que aportaba anuncios in situ, merchandising, barra libre de chupitos y unos jovencísimos camareros que medían más a lo ancho (medida de hombros y pecho, se entiende) que a lo alto.
Por lo demás, imagino que os interesará saber quiénes asistieron. Pues bien, la respuesta es breve y sencilla: todo el mundo. Afortunadamente, tanto el artista como la galerista poseen cualidades específicas que los hacen destacar sobre la muchedumbre, así que por lo general conseguían ser divisados en el embrollo imperante. Aitor Saraiba posee exactamente una morfología inversa a la descrita para los camareros, y además recubría (muy bien) su esbeltez con un llamativo traje de color rosa, con lo que habría sido imposible no percibirlo. De todos modos, su aspecto físico no es lo único que lo hace destacar. Cuando uno habla con Saraiba, detecta en él, en su forma de hablar, sus gestos y miradas, una limpieza y una exaltación típicamente adolescentes que sorprenden en un hombre adulto y perfectamente ubicado en este mundo tan cínico. Como resultado, Saraiba parece permanentemente rodeado de una reconfortante aura de luz y energía.
En cuanto a Topacio Fresh, no creo que quede gran cosa que decir sobre ella a estas alturas: su potencia como personaje resulta lo suficientemente intensa como para no precisar de demasiados esfuerzos a la hora de situarse permanentemente en el ojo de huracán.
Resumiendo, el acto resultó bonito y entretenido. Saraiba, en especial, parecía genuinamente emocionado por la acogida de sus dibujos, y mostraba aún más entusiasmo al hablar de sus próximas exhibiciones (Bilbao y León, creo recordar). Ahora sólo falta que yo pueda encontrar el momento para acercarme de nuevo a La Fresh Gallery y así ver, de verdad, la obra expuesta.
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