viernes, 30 de enero de 2009

Un insecto en ámbar


Kate y Leo, en plan playero


Hace ya unas semanas que comenzó oficialmente la invasión de películas candidatas a los Oscars. “Mi nombre es Harvey Milk”, de Gus Van Sant, ha sido la primera de este grupo en estrenarse entre nosotros. Poco después, la semana misma en que se daban a conocer las nominaciones, lo hacía “Revolutionary Road”, de Sam Mendes, de la que se esperaba un barrido de candidaturas que finalmente no ha tenido lugar. Ni siquiera Kate Winslet, favorita al premio entre las actrices principales, ha conseguido entrar en el quinteto final por esta película, al haber competido contra sí misma en “El lector”, de Stephen Daldry: las reglas de la Academia establecen que un mismo intérprete no puede resultar nominado mas de una vez en una misma categoría, y en caso de que esto ocurriera prevalecería la candidatura más votada, descartándose la otra. En fin, ya es seguro que en los Oscars no se repetirá el doble triunfo que Winslet obtuvo en los Globos de Oro, donde se hizo por ambas interpretaciones con los premios a la mejor actriz protagonista (“Revolutionary Road”) y secundaria (“El lector”, por la que ahora concurre como actriz protagonista).

Tras este repaso por los premios y sus particulares líos, me centro en "Revolutionary Road", la última película de Sam Mendes, adaptación de una novela escrita del autor norteamericano Richard Yates, que admito no haber leído. La historia se ubica en Norteamérica en los años 50, circunstancia imposible de olvidar en ningún momento gracias al exhibicionista trabajo de vestuario y dirección artística, en el que se apoya una puesta en escena aplicada y en ocasiones bastante enfática. Mendes contaba a su favor con una baza definitiva: sería difícil encontrar un espectador que no se identificara en mayor o menor medida con la dolorosamente universal historia narrada. Y, sin embargo, la ventaja de partida se pierde de inmediato con un descarado boicot contra la fuerza del dilema que subyace a los problemas existenciales del matrimonio protagonista, esclerotizado por el plúmbeo envoltorio de la ambientación y por una pedestre dirección de serie televisiva de qualité. Se genera la impresión de que lo que se cuenta es una historia que corresponde ineludiblemente a la época en que ésta transcurre, y así es como se contempla, como un objeto tras una vitrina o un insecto atrapado en una gota de resina que se convierte en ámbar. Un director con más talento posiblemente habría podido realizar una gran película sobre ciertas facetas de la angustia vital y los infiernos de la relaciones de pareja, rica en implicaciones existenciales, sociales y sentimentales y con un elevado poder empático, pero éste no es el caso. Por otra parte, Sam Mendes tampoco es un estilista refinado y astuto como Todd Haynes, que realizó con “Lejos del cielo”, situada en las mismas coordenadas espaciotemporales que “Revolutionary Road”, un ejercicio apasionante que reproducía el envoltorio formal de los melodramas de Douglas Sirk, consiguiendo resultar aún más elocuente e incendiario gracias a la disonancia entre los códigos estéticos empleados y la naturaleza del conflicto descrito.
Dicho todo lo cual, la película no carece por completo de interés ni ofende realmente, por lo que se sigue con moderada atención. La fuerza de la historia se las arregla de vez en cuando para emerger por encima de las mencionadas limitaciones, y cuando esto ocurre es siempre porque los rostros de los actores quedan en primer plano. Leonardo di Caprio y Kate Winslet están magníficos en sus papeles, como casi siempre, y sólo por ellos la película podría justificar sobradamente su existencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ianko,

Kate Winslet es tan buena que rompe ese envoltorio plúmbeo del que hablas. A mí me consiguió arrastrar y envolver y me hizo desear bailar con ella. DiCaprio se sale también.

La única que me sobró fue Kathy Bates.

¿No te gusta Sam Mendes?

Pano L dijo...

Kate Winslet me gustó mucho, sí. Igual que DiCaprio.
Sam Mendes me parece un director adocenado, sin ninguna personalidad. "American Beauty" me gustó en su momento, pero volví a verla después y la encontré tramposa y plana. El resto de películas suyas no me han interesado en absoluto: son historias sobreproducidas, llenas de fanfarria, en las que falta auténtico brío e imaginación en la puesta en escena.