lunes, 12 de enero de 2009

...y estoy aquí para reclutaros

Mi nombre es Harvey Milk”, de Gus Van Sant, no es una película que me haya apasionado, aunque en realidad lo sorprendente habría sido lo contrario.


Suele gustarme el trabajo de Van Sant: en “Drugstore Cowboy”, “Mi Idaho Privado” o “Elephant” llega a fascinarme. También ha sido capaz de producirme sarpullidos, como en aquella cosa abominable titulada “El indomable Will Hunting”, pero esto ha ocurrido menos veces. Casi siempre soy sensible a su puesta en escena inteligente e hipnótica, a sus dotes de narrador y creador de atmósferas, a la nada cursi sensibilidad de su poesía. En cuanto a Sean Penn, protagonista de la película (apenas hay un plano en que el no aparezca), lo considero un actor muy dotado, pero su intensidad y su transparente ansia de lucimiento en ocasiones me han sacado de quicio.

El principal escollo para que yo pudiera disfrutar de esta “Milk” es el género mismo al que pertenece, género a cuyas claves se ajustan obedientemente el guión y la dirección de la cinta. El tema Un Gran Hombre Con Una Buena Causa me aburre horrores, sobre todo si se desarrolla en el ámbito de la política estadounidense. Detesto especialmente las secuencias de emoción colectiva que se orquestan cuando el Gran Hombre obtiene algún logro fundamental (la victoria en unas elecciones, la absolución en un juicio, etcétera), y el volumen de una música de tintes épicos se eleva por encima de los gritos de triunfo y alegría. También me pone nervioso la principal limitación de estas películas, consistente en su impotente pretensión de aportar un hilo coherente a una sucesión real y a menudo arbitraria de hechos: el resultado nunca termina de cuajar, los episodios parecen adheridos entre sí con un pegamento que jamás solidifica y persiste la frustrante sensación de truco. Todo ello, lo de las secuencias clímax llenas de énfasis, lo del cortapega narrativo, ocurre por desgracia en esta película. Sean Penn se empeña en otra de sus interpretaciones “de premio” en las que es evidente que ha copiado la gesticulación y tono de voz del personaje original, al que imagino que mimetiza asombrosamente (ya he expuesto aquí mi opinión sobre este tipo de actuaciones), aunque hay otros actores del reparto que montan el numerito más que él, o al menos lo intentan con desesperación: Diego Luna sobre todo, y también Emile Hirsch. Mientras, James Franco es muy agradable de ver, y Josh Brolin realiza en mi opinión el mejor trabajo del reparto en el papel de Dan White, oponente político de Harvey Milk y hombre torturado por terribles fantasmas que desataron su pulsión aniquiladora.

Precisamente es a este actor a quien pertenece la mejor secuencia de la película, unos breves planos magníficamente elaborados por Gus Van Sant en los que se describe el encuentro entre los personajes de Dan White y Harvey Milk en un hotel en el que éste último celebra su cumpleaños. La intensidad de este momento, la capacidad expresiva del encuadre, la perfección del trabajo de los actores, servirían en mi opinión para justificar la existencia de toda la película, aunque la mayor parte de su metraje me haya dejado más bien indiferente.

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