Crítica de arte publicada el pasado 9 de enero:
Zoe Leonard. Fotografías
Del 2 de diciembre de 2008 al 16 de febrero de 2009
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
El MNCARS dedica una exposición individual a la obra de la fotógrafa norteamericana Zoe Leonard, una artista de un talento poderoso y atrayente. Poco convencional en sus propuestas, su obra parece buscar una forma original y definitiva de pureza.
Poesía sin énfasis
Dos son las exposiciones dedicadas a artistas norteamericanas que pueden contemplarse estos días en el madrileño Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Aunque ya por poco tiempo, los más veloces aún pueden disfrutar de una estupenda retrospectiva sobre Nancy Spero titulada “Disidanzas”, que estuvo antes en el MACBA y viajará próximamente a Sevilla. La visita es altamente recomendable, pues la muestra supone un completo recorrido por una trayectoria apasionante, en la que las ocasionales concesiones a un tremendismo algo estridente no empañan en absoluto la fuerza de una obra de gran belleza y singularidad.
En cuanto a la otra, quizá algo menos publicitada, es la primera retrospectiva que tiene por objeto la obra de Zoe Leonard (Liberty, Nueva York, 1961), originalmente concebida y organizada por el Fotomuseum Winterthur de Suiza, donde ya se exhibió hace aproximadamente un año. Las opciones estéticas y las visiones que sobre el mundo poseen Spero y Leonard se yuxtaponen y complementan de un modo inesperado: mientras la primera centra su interés en cuestiones muy específicas (la guerra, la tortura, la reivindicación de lo femenino) a través de una mirada explícita y rabiosamente insurrecta, la segunda se apoya en un lirismo de ásperos contornos, en absoluto exhibicionista, al plantear cuestiones más abstractas con su óptica hipersubjetiva, dando lugar a resultados no menos turbulentos.
Zoe Leonard es una artista relativamente joven cuyas dos décadas de trayectoria, dedicadas sobre todo a la fotografía en color y blanco y negro, son ya objeto de un amplio reconocimiento, como demuestra la exposición que nos ocupa. Con anterioridad, han exhibido su obra instituciones como el Centre National de la Photographie de París (ahora el Jeu de Paume) o, más recientemente, el Wexner Center for the Arts de Columbus (Ohio) Por otra parte, su serie Analogue, incluida en la selección del MNCARS, formó parte el pasado año de la Documenta 12 de Kassel. Recordemos por último que, ya en 1992, Leonard había estado presente en Documenta 9 con unas polémicas fotografías que sirvieron para lanzarla instantáneamente en los medios artísticos.
La exposición del Reina Sofía está organizada de acuerdo con un sencillo criterio conceptual, recogiendo un centenar de instantáneas tomadas en diversas partes del mundo que se agrupan por temas e ideas. Así, hay fotografías de paisajes captados desde la ventanilla de un avión, algunos interiores domésticos, imágenes de precarios comercios urbanos o aún más precarios mercadillos al aire libre en África, árboles y bosques, inquietantes artilugios que poseen la absurda función de medir y evaluar la belleza de un rostro… La impresión que genera el conjunto es la de haber asistido a un poderoso fresco sobre las complejas redes que se entretejen a lo largo y ancho de la sociedad global, en las que el intercambio, el consumo y los elementos que son objeto del mismo (ropa, alimentos o bienes destinados al ocio) adquieren un papel preponderante. Asimismo, destaca la apariencia de esta amalgama como un archivo de imágenes en el que cada una de ellas se encuentra debidamente clasificada en una categoría, de manera que esta clasificación, perfectamente lógica y asumible bajo criterios intuitivos, ayuda a comprender mejor el significado individual último de la idea que se presenta al espectador. No hay una sola de estas fotografías que posea una apariencia banal, por mucho que pudiera pensarse que lo son aquellos elementos que en ella figuran. La fachada más vulgar, el paisaje más plano o tópico (las cataratas del Niágara, por ejemplo) aparecen en Leonard revestidos de una profunda dignidad que no tiene nada que ver con la afectación o el énfasis. Sin duda, no es ajeno a esto el modo en que las instantáneas están dispuestas para la exposición, como se ha comentado en las líneas anteriores. Pero tampoco puede dejarse de lado el efecto de la propia mirada de la artista, cuya agudeza clarividente es lo que acaba por determinar el raro poder de fascinación de la obra.
Por otra parte, debe mencionarse el hecho de que Zoe Leonard no oculta en su trabajo las imperfecciones propias de la técnica fotográfica, las mismas imperfecciones que por lo general la fotografía artística se esfuerza por erradicar en las últimas fases del proceso de producción de la obra terminada. A modo de ejemplo, en ocasiones los colores aparecen con una excesiva saturación, mientras que no se recortan los bordes negros de la instantánea, por lo general percibidos como un elemento sobrante. Consciente de que la esencia del arte descansa en gran parte precisamente en las imperfecciones que éste presenta con respecto a la vida como medio de representación de la misma, Leonard se apoya en dichas taras con el probable fin de multiplicar la carga poética. Desde luego, no se trata de una opción novedosa, pero pocas veces se ha empleado antes de una manera más pertinente y efectiva que en esta ocasión, en la que el medio fotográfico conserva intacta toda su pureza. De este modo queda patente la renuncia a toda reproducción objetiva de la realidad, una renuncia que resulta admirable por su honesta solidez.
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