martes, 9 de diciembre de 2008

Más sobre Retorno a Brideshead


Sebastian, Julia, Charles y Aloysius (el más peludo de los cuatro)

Como ya indiqué en alguna entrada anterior, “Retorno a Brideshead”, la novela del británico Evelyn Waugh, fue una de mis lecturas básicas de adolescencia, y un volumen que desde aquellos tiempos yo recordaba como una auténtica obra maestra. Las dos académicas, insuficientes adaptaciones que ha conocido el libro en televisión y cine me han impulsado a revisarlo ahora, y los resultados de esta actividad han resultado algo distintos de lo esperado.

Es cierto que en algunos pasajes el estilo de Waugh (magnífico autor satírico en otras de sus obras) debía de resultar algo rimbombante incluso para su época, pero no es ahí donde yo establecería las principales objeciones: en realidad, mis gustos literarios aprecian especialmente las frases largas, la profusión de adjetivos y la búsqueda de una cierta precisión de lo sensorial. Aún tratándose de una cuestión más peliaguda, tampoco me repele la curiosa añoranza del hecho religioso que se desprende de todo el entramado, pues ésta me parece una debilidad comprensible y digna de respeto. Es más bien el esnobismo que subyace a la mirada sobre la tradición británica y el tratamiento de algunos de los personajes lo que me produce una irritación ocasional. No creo que la interpretación según la cual Charles Ryder, el narrador, sería una especie de trepa con motivos (que fundamentaba la más reciente de las dos adaptaciones) proceda de una deducción basada en la literalidad del texto, sino más bien del ejercicio algo facilón de trasladar atributos del autor real hacia el protagonista literario.
Por otro lado el personaje de Julia Flyte, siendo en teoría esencial para la historia, queda algo desdibujado y uno tiene a veces la sensación de que es por encima de todo una mera excusa argumental, lo que constituye otro problema nada menor. El problema se agrava debido al hecho de que Julia es instalada en el primer plano de la trama justo cuando acaba de abandonarla Sebastian, el personaje más potente y magnético del libro.
Por el contrario, hay dos secundarios que aparecen admirablemente descritos. Se trata de Rex Mottram, el marido de Julia, y el primogénito de la familia Marchmain, Brideshead Bridey Flyte. En particular, el primero de ellos se retrata a la perfección en uno de los abundantes monólogos de Julia, aquel en el que ella viene a definirlo como un ente con apariencia de ser humano normal y completo, pero que es en realidad sólo una parte de ser humano, como un órgano que se ha desarrollado artificialmente dentro de una probeta. Yo mismo he conocido muchos casos similares en la vida real, individuos cuya humanidad comienza y termina en sus muy humanas ambiciones, y que más allá de ellas son como carcasas vacías. En cuanto a Bridey, encuentro irresistible cómo combina todo lo sublime y ridículo que Evelyn Waugh parecía detectar en la aristocracia católica inglesa.
Hay algo que no ha cambiado desde que leí Brideshead por primera vez: la representación de lo inefable, y el misterio que ello conlleva, es lo que más me ha gustado en el libro. No me parece en absoluto que Waugh tuviera miedo de llamar “al pan, pan y al vino, vino” (ver su aproximación a otro de los más logrados personajes secundarios, Anthony Blanche), sino que toma la decisión consciente de evitar la obviedad, de no pronunciar todo aquello que tampoco pronuncian sus personajes, manteniendo así una absoluta coherencia con la densidad religiosa y, por tanto, con el misterio que acompaña imprescindiblemente a ésta. Frente a esta radical y admirable decisión, las pegas de última hora que pueda poner al conjunto me parecen detalles casi sin importancia.

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