miércoles, 3 de diciembre de 2008

¿Acaso no disparan a los caballos?


Crítica que publiqué el pasado 21 de noviembre:



La artista bilbaína Mabi Revuelta expone estos días en la galería Raquel Ponce, de Madrid. “A day at the races” es el resultado de varios años de un trabajo que toma como coartada y punto de partida el exótico y ambivalente universo de las carreras de caballos.

La exposición que nos ocupa surge al parecer como resultado de una confluencia de estímulos recibidos por Mabi Revuelta (Bilbao, 1967). Está en primer lugar una propuesta para la realización de un proyecto sobre las peculiaridades de la República de Irlanda en general, y de la comunidad de Sligo en particular (Sligo es un condado altamente representativo de todos los tópicos comúnmente asociados con la “verde Irlanda”, y en cuya húmeda tierra reposan los restos de Yeats, nada menos). También está la fascinación que produce a la artista el rito de las apuestas, fascinación sin duda no exenta de cierta grima intrínseca. Y en tercer lugar, “A day at the races”, película de 1937 dirigida por Sam Wood y protagonizada por los hermanos Marx, que pese a no ser una de las mejores de los cómicos americanos incluía, como toda su filmografía, algunas secuencias verdaderamente hilarantes. El resultado de todo esto ya se presentó la pasada primavera en la Sala Polvorín de la Ciudadela, en Pamplona, para recalar ahora en la galería Raquel Ponce, en Madrid.

Revuelta es una de las artistas vascas más inquietas de su generación, habiendo vivido y trabajado no sólo en su ciudad natal, sino también en Nueva York, y presentado su trabajo en exposiciones individuales y colectivas de Europa, Norte y Sudamérica. Además, entre otras instituciones, han adquirido su obra ARTIUM, la Fundación Marcelino Botín o el International Museum of Women, de San Francisco. A lo largo de su trayectoria destacan diversas instalaciones (Rizos de Medusa, Dulce de leche), caracterizadas por profundizar en una lograda combinación entre la sensualidad más delicada y un sentido del humor que soslaya lo obvio. Una vez probado el éxito en la vía descrita, esta “A day at the races” ofrece testimonio de su interés por explorar nuevos ámbitos expresivos, lo que ya es per se una buena noticia.

La fotografía en blanco y negro constituye el centro y principal medio expresivo que se ha elegido en esta ocasión. Fotografías de caballos e hipódromos realizadas bajo una voluntad decididamente clásica, con manifiesta pulcritud en encuadre y composición. El resultado remite tanto a los fotógrafos norteamericanos de principios del siglo XX como a la imagen de un realismo lírico que caracterizaba el trabajo de un John Ford, sobre todo cuando se desarrollaba en el entorno irlandés al que pertenecían sus raíces; aunque, todo hay que decirlo, se aprecia cómo el empeño idealizador se rebaja unos cuantos puntos. Junto a las instantáneas, una silla de montar usada sobre un neutro caballete de madera ofrece el testimonio tangible, material, infaliblemente inmediato de la actividad retratada, y del bodegón con motivos equinos que la acompaña.

Posteriormente se ofrece otra serie de fotografías de pequeño formato, obtenidas a partir de radiografías de pezuñas y articulaciones de los caballos de carreras, donde la crueldad del medio se encarna en la herraduras y los clavos que las afianzan, así como en las fisuras u otras patologías que seguramente serán decisivas en la determinación final de permitir o no que el animal siga viviendo (en la medida en que pueda o no cumplir con aquellos objetivos que son los únicos por los cuales es valorado como ser vivo). Quizá esta sección resulte la parte más original e intensa del planteamiento global de Revuelta, y la más elocuente sobre algunas de las cuestiones que éste suscita. Por último, una instalación recrea la sala de apuestas de un hipódromo, donde los periódicos adheridos a las paredes y los boletos usados caóticamente dispersos por el suelo acotan un entorno enrarecido, mientras un monitor de televisión ofrece un documental sobre las carreras equinas en la región de Sligo.

Las artes plásticas, y aún más el cine, han empleado abundantemente los caballos como leit motiv, generalmente recurriendo a la metáfora sobre la superación personal, el éxito o la libertad. Por fortuna, Revuelta recorre caminos menos transitados. Ya que mencionábamos en estas líneas (como lo hace la propia autora con el título de su exposición) a los Hermanos Marx, y por no salir de las referencias cinematográficas, quizá convendría recordar otra película llamada “Danzad, danzad, malditos” (Sydney Pollack, 1969), cuyo título original, “They shoot horses, don’t they?”, es lo que nos sirve como vínculo con algunas de las cuestiones puestas esta vez sobre la mesa. En efecto, se dispara a los caballos, y se hace cuando están heridos, cuando sus huesos se fracturan y por tanto ellos sufren, y no pueden seguir compitiendo ni procurando rentabilidad alguna a sus propietarios. Sin salir de esta película, la narración seguía a varios personajes desesperanzados que, durante la Gran Depresión americana, buscaban en un inhumano concurso de baile (ganaba quien más tiempo podía resistir sin cesar la danza) un último recurso de supervivencia.

“A day at the races” da forma a reflexiones bastante aceradas sobre la corrupción de la inocencia, en distintas capas posibles. Así, pueden identificarse algunos binomios sucesivos de esta dinámica de la corrupción: está la que opera hacia la naturaleza desde el hombre, o hacia éste desde la sociedad, o hacia ésta desde los mecanismos de la estructura económica y los complejos condicionantes que tal estructura establece con el fin de perpetuarse. Nos alejamos, pues, tanto de John Ford como de los Hermanos Marx, mientras nos vamos aproximando al Pollack de los comienzos, referencia tanto más pertinente en la medida en que, según se nos indica con insistencia, apenas estamos ahora asomándonos al abismo de una crisis económica que podría superar la que servía como trasfondo a sus danzarines juguetes rotos.

La artista bilbaína nos ofrece tan amplio abanico de sugerencias bajo una limpia factura y una honestidad alérgica a lo estridente. A eso se le llama (yo me permitiré ser bastante más trivial que ella) ser un caballo ganador.

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