Prosigue la actividad expositiva de Bastero Kulturgunea, que se confirma como una una apuesta muy cuidada pero en absoluto convencional. Ahora es la artista holandesa Risk Hazenkamp quien recoge el relevo para plantear ciertas cuestiones que no son nuevas, pero cuya vigencia está lejos de haberse agotado.
De imagen, sexo y género
Bastero Kulturgunea sigue escogiendo con extremo cuidado los artistas y motivos de sus exposiciones. Recordemos que este 2008 se abrió con un electrizante “Duelo” de Enrique Marty, tras el cual no se bajó el listón con los sucesivos Elena Blasco, Eduardo Sourrouille y Gabriel de la Mora. Desde hace poco más de un mes. y a modo de cierre del año, se nos enfrenta a las fotografías de Risk Hazekamp (La Haya, 1972), cuyo trabajo franco y rotundo constituye ya uno de los referentes en el tratamiento de las cuestiones relativas a género e identidad.
Itxaso Mendiluze, comisaria de Bastero, ya había contado con Hazekamp en la reciente “Líbrate de ello” (Fundación Bilbaoarte, Bilbao, 2007), exposición colectiva en la que se ofrecía un muestrario de los distintos planos desde los cuales es posible abordar la cuestión de la construcción de la identidad a partir de la intervención sobre el entorno real que la define al mismo tiempo que opera como su contexto. Las fotografías que Hazekamp presentaba en aquella ocasión suponían una de las aportaciones más oportunas de entre todos los trabajos seleccionados: en ellas, la propia artista era retratada con una barba hiperrealista y un peinado a lo James Dean, en un tratamiento del travestismo que hacía coincidir en una misma imagen al sujeto que se expone conscientemente a la mirada de los otros con el reflejo irreconocible devuelto por tan implacable espejo. Había cierta crudeza, y un espíritu muy poco complaciente en aquellas instantáneas que parecían narrar la historia de una frustración, y sin embargo el aperitivo sabía a poco. No es descartable que en esto radique el origen de la exposición individual que ahora nos ocupa.
En cualquier caso, la obra de Hazekamp, despojada de otro contexto que no sea el que ella misma define, resulta aún más enérgica y transparente. La exposición consta de una veintena fotografías, en color y blanco y negro, en las que casi siempre aparece la propia artista autorretratada adoptando distintas personalidades, algunas más abstractas o generales, otras tan reconocibles como la de Elvis Presley o el ya mencionado James Dean. La elección de este último personaje no es nada casual: pocos iconos universales concentran tanta riqueza de matices en la confusión de lo que se acepta como atributos masculinos y femeninos, la rebeldía y la fragilidad, el dolor y la rabia. Aún más elocuente en este sentido resulta la utilización de las figuras de los artistas Catherine Opie, Frida Kahlo y Pierre Molinier, o del mismísimo Dorian Gray wildeano. Completa la muestra un vídeo en el que se ejemplifica de manera un tanto eviente un posible resultado del encuentro entre diversas modalidades de sexo y género en dos individuos. El conjunto resulta deliberadamente diáfano, lo que no equivale en absoluto a “superficial”, ni mucho menos a “simplista”. Poco importa también que las cuestiones de la identidad, la construcción del género y el abismo que media entre la imagen que de nosotros mismos tenemos y la que perciben y nos devuelven los demás hayan sido tratadas con anterioridad, en especial por otros artistas contemporáneos. En realidad, el éxito de Hazekamp consiste en demostrarnos que tales planteamientos siguen teniendo absoluta validez, mientras eleva el alcance de su obra muy por encima del panfleto o lo puramente testimonial.
Invocando las referencias que consciente o inconscientemente puede haber manejado Hazekamp, reviste particular interés recordar la obra de Claude Cahun, artista nacida en Nantes al final del siglo XIX, poco reconocida durante los años de su actividad creativa, coincidente con los (mayoritariamente masculinos) popes del surrealismo, y cuyos fascinantes autorretratos en los que se mostraba con el cráneo rasurado, vistiendo una camiseta interior masculina de algodón, poseían una radicalidad impensable, visionaria. Más aún: en su libro Aveux non avenus (1930), un auténtico ovni para el momento, Cahun retrataba a un personaje que, a fuerza de desear desesperadamente que su esencia trascendiera la férula deformante del cuerpo material, llegaba a una especie de mutilación que implicaba a su vez una anulación de (o, al menos, una rebelión contra) la propia anatomía. Las torturas del deseo insatisfecho, leit motiv indiscutible del surrealismo, alcanzaban aquí el grado de auténtica tragedia.
Quizá no se llegue a la tragedia en el caso de Risk Hazekamp, lo que se debe a que quizá en este momento sea posible tratar los mismos temas con mayor serenidad, pero el resultado resulta igualmente radical. A través de su mirada se revelan en toda su crudeza algunos de los mecanismos que han servido para apuntalar un statu quo social de férreos valores jerárquicos. Entre ellos destaca la inviolable dicotomía hombre (masculino) / mujer (femenino), que en el fondo encierra otra segregación, que es la que discrimina lo normal de lo que no lo es. Consciente de ello, Hazenkamp sitúa el término “normal” en la cima de su particular pirámide conceptual al emplearlo como título de la exposición. Revisando cada una de las facetas de esta pirámide, sería difícil no admirar la astuta coartada formal que utiliza los estereotipos que la publicidad y los mass media establecen sobre sexo y género, solapando indisociablemente ambos conceptos. El mensaje trasmitido admite pocos equívocos: Hazekamp sabe bien lo que dice, pero sobre todo sabe cómo hacerlo con claridad.
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