martes, 30 de diciembre de 2008

Despedidas y enseñanzas



En un alarde de originalidad, escribo el último texto de 2008 para despedir 2008. Ha sido un año complicado: a lo largo del mismo, me han sucedido algunas cosas buenas, pero también las peores de mi vida, sin duda. Para compensar, algunas de las mejores se han mantenido: todas ellas tienen que ver con otros seres humanos.

Además, he aprendido algo muy importante (prodigiosa, la capacidad del hombre de seguir aprendiendo cosas a lo largo de su vida, siempre que mantenga la actitud necesaria para ello), y es que uno debe saber qué puede esperar y qué no de cada persona. Es cierto que lo que cabe esperar de alguien a menudo no coincide con lo que necesitamos que ese alguien nos procure: mala suerte, entonces. Pero no hay nada que pueda hacerse al respecto, salvo quizá dirigirnos a otro cuya naturaleza tal vez sí resulte más compatible con nuestras necesidades del momento. A menudo tendemos a pensar que, llegado el caso, todos nuestros amigos, como un solo hombre, olvidarán sus propias tareas, necesidades y pequeñas mezquindades para hacer exactamente lo que necesitamos que hagan. Muchas veces son ellos mismos quienes alientan esa creencia, porque cuando no se divisan grandes dificultades es fácil realizar afirmaciones como "sabes que me tienes para lo que quieras". Poner esta idea en cuarentena es lo primero que todo adulto sensato debe hacer en cuanto le sea formulada. No quiero con esto decir que jamás debemos esperar nada de los demás, sino que sería bueno que aprovecháramos el conocimiento que tenemos sobre la gente que nos rodea para asumir las limitaciones de cada uno de ellos. Esto nos evitaría muchas sorpresas, decepciones y disgustos.

Con esta enseñanza en la mochila, pues, despido 2008, que quiero recordar como el año en que comencé una nueva e interesante labor profesional, el año en que publiqué mis primeras críticas de arte, el año en que vi en carne y hueso al prodigioso centenario Manoel de Oliveira, un año más en el que mantuve a mi lado a casi todas las personas a las que quiero. Y lo despido sin deseos particulares para el año próximo, por si acaso.

Inuguraré el año que está en puertas viajando a Francia. Pero eso ya merece constituir el primer texto de 2009.

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