viernes, 12 de diciembre de 2008

Puesta en escena del misterio


Lo prometido es deuda. Crítica publicada el pasado 5 de diciembre en Gara:


Ignacio Goitia. Daily Scenes.
Del 2 al 4 de enero de 2008
Hardcore Art Contemporay Space. Miami


El trabajo del artista bilbaíno Ignacio Goitia se instala estos días en el suave invierno de Miami. Un oportuno pretexto para emitir diversas impresiones sobre una obra misteriosa, personal y a su manera incendiaria.

Puesta en escena del misterio

Los cuadros de Ignacio Goitia (Bilbao, 1968) vienen disfrutando desde hace tiempo de un comprensible éxito. Arrebatadamente coloristas, tendentes al gran formato y a la exuberancia, parecen naturalmente concebidos para su lucimiento en un gran salón, o en su defecto (la dura realidad manda) para proporcionar lustre a estancias urbanas con ciertas aspiraciones. La mirada de su autor explota al máximo la magnificencia de las formas arquitectónicas versión palaciega, moviendo a la ensoñación casi hipnótica con la forma que hoy adopta el auténtico lujo, que es la del simple y puro espacio habitacional. La fisicidad de lo suntuoso que se logra es tan intensa que los contornos del lienzo son incapaces de retenerla, de tal manera que irradia más allá del marco, contaminando como un elemento radiactivo todo cuanto queda a su alrededor. Esta capacidad de sublimación ha resultado patente en las exposiciones dedicadas al artista bilbaíno por galerías como Juan Manuel Lumbreras (Bilbao), Angel Romero (Madrid) o Marisa Marimón (Ourense), entre las más recientes. Ahora, sus cuadros cruzan el Atlántico para aterrizar en Miami gracias a la exposición del Hardcore Art Contemporay Space titulada “Daily Scenes”. Es de esperar que el efecto luzca en todo su esplendor en un entorno que presumimos idóneo para ello.

La muestra ofrece una selección absolutamente representativa del rango de posibilidades e inquietudes de Ignacio Goitia. Están desde luego los previsibles grandes formatos, ocho nuevos cuadros con profusión de arquitecturas barrocas y neoclásicas, tupidas alfombras, candelabros y chandeliers, jarrones sobre las repisas, bustos en hornacinas, damas que intercambian confidencias envueltas en tafetán y diamantes, hombres uniformados con connotaciones fetichistas, motocicletas, caballos, jirafas y hasta un elefante que irrumpe en Viena con la misma naturalidad que con que desfilaría en una celebración de los tiempos coloniales en la India. Esta parte de la obra de Goitia, la más conocida y apreciada por sus abundantes fanáticos, no falta a la cita; si acaso, la ración de magnificencia resulta incluso mayor de lo habitual. Hay además cuatro dibujos, ámbito en el que las cualidades técnicas de Goitia resultan más visibles al evitarse todo riesgo de ser eclipsadas por el boato ornamental. Y también un vídeo,“Pasión por el arte”, que fue rodado hace un par de años en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, y en el que se ensaya con la posibilidad de trasladar al soporte digital las mismas premisas que sobre el lienzo han demostrado sobradamente su eficacia.

Una vez más, la nueva producción de Ignacio Goitia se muestra impecable, deslumbrante incluso, en sus logros puramente técnicos. Sin embargo, limitarse a alabar éstos sin referirse a cuestiones más medulares resultaría un ejercicio tan manido como sintomático de la más absoluta miopía. Francamente, el trabajo que estamos juzgando aquí merece otra cosa.

Las imágenes que nos ofrece Goitia están animadas por una voluntad esencialmente narrativa, aunque dicha narración posea un carácter abierto y requiera ineludiblemente de la contribución del espectador para articularse. Los personajes se distribuyen en el cuadro formando pequeños grupos, a menudo parejas, apareciendo también los outsiders que no pierden detalle de lo que sucede a su alrededor, o bien aparentan abstraerse de ello para concentrar su atención en alguna actividad banal (recoger algo del suelo, dormitar indolentemente), como si no supieran que su presencia allí ha sido decidida por un orden superior, y que son a su vez observados por otros personajes que también aparecen en el cuadro… además de por otros que están fuera de él. Nunca queda claro hasta qué punto estos personajes son conscientes de la atención ajena que les es dispensada, ni cuáles son sus intenciones o la misión que los ha llevado hasta el lugar que ocupan, de haber alguna. Prevalece el efecto de representación frente al de actividad real, sensación reforzada por juegos de luces sutilmente teatrales y artificiosas, por una densidad ambiental que sólo tiene lugar cuando existe una expectación contenida o bien el orden normal de las cosas acaba de ser subvertido, y por tanto todo intento de actuar con naturalidad se anula a sí mismo. Se multiplican las miradas y sus posibles significados, que turban y desconciertan a un espectador que ha de determinar por sí mismo los elementos faltantes (o velados) para completar el significado de la escena que se le presenta. Este factor inquietante, sin embargo, cohabita con un flamante optimismo que es el que se deriva de la certeza de que otro mundo es posible, aunque sea uno mismo quien haya de crearlo a su imagen y semejanza. Cada uno de los cuadros de Goitia es en sí un alumbramiento, un cosmos engendrado para la ocasión, que incorpora su propio orden y su lógica intransferible. En él se confunden los planos temporales, pero también los continentes, los estratos sociales, las razas, las culturas, las jerarquías. La mirada al pasado, por tanto, no tiene nada de nostálgica (léase “nada de reaccionaria”) sino que, muy al contrario, desliza un mensaje de raíces incendiariamente libertarias.

Es en este complejo artefacto, más allá de todo valor superficial o evidente, donde reside la auténtica originalidad de la obra de Ignacio Goitia, y también su logro más radical. A lo que en última instancia asistimos es a una puesta en escena del misterio que al mismo tiempo no rehúye cierta transparencia en el contenido político. Que todo esto pueda ser digerido sin dificultades por un público más o menos masivo gracias a su rutilante envoltorio formal no deja de ser un mérito considerable, pero no nos engañemos: la grandeza de un cuadro de Goitia es más aún una cuestión de fondo que de forma.

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