domingo, 29 de agosto de 2010

¡Bien por Allen!


Voy a empezar esta entrada con una afirmación que hace alarde de mi falta de originalidad: aún en los peores casos, la ración anual de Woody Allen siempre tiene interés. Es cierto que en la última década sus películas rara vez ofrecen un conjunto tan redondo como el de sus mejores esfuerzos de los 80 y los 90, pero hasta ahora jamás he salido de ver una de sus películas con la sensación de haber perdido el tiempo. Y en algunos casos -como en la anterior "Si la cosa funciona"- más bien tendiendo al entusiasmo. Por otra parte, resulta curioso el modo en que ha evolucionado el estilo de su puesta en escena: mejor o peor, creo que ahora Allen es más auténtico y más personal que nunca, y que ha conseguido un dominio de sus recursos que lo lleva a obtener ocasionales flashes de una inaudita intensidad plástica y dramática, que antes -aunque se tratara de películas globalmente más logradas que las que hace ahora- no aparecían por ningún lado. En "Match Point", por ejemplo, había al menos dos ejemplos representativos de ello: el primer encuentro sexual entre los dos protagonistas, y una compleja escena rodada en un museo. Hay, por otra parte, algo en este último tramo de la carrera de Allen, una densidad, un aplomo y un despojamiento en la dirección, que sólo está presente en los autores de cierta edad y dilatada carrera previa, y que resulta conmovedor aún en los peores casos.

"Conocerás al hombre de tus sueños", su última película, también incluye algunos de estos sutiles pero intensos momentos de gracia -una escena intrascendente, en flash-back, en la que unos enamorados Naomi Watts y Josh Brolin beben sendas cervezas tumbados en un parque, o la misma Watts, mucho después, asistiendo a una representación de ópera junto a Antonio Banderas-, aunque el conjunto me pareció que se encontraba ligeramente por debajo de lo habitual en el director neoyorquino. He dicho "ligeramente". Por desgracia, el desarrollo narrativo de su idea central sobre la edificiación de la existencia humana sobre las mentiras y la irracionalidad, sobre la no aceptación de la realidad como estrategia de supervivencia, no termina de prender adecuadamente, pese a estos momentos de inspiración que aparecen desperdigados aquí y allá. Por otro lado, los actores, como suele ocurrir con Allen, están maravillosamente elegidos y ajustados en sus papeles; quizá los dos "misteriorosos extranjeros" a los que hace referencia el título original (Banderas y Freida Pinto) den menos la talla que sus compañeros de reparto, pero ésta es una pega menor. A cambio, vuelve a sorprendernos la capacidad de Allen para dotar en cada ocasión de nuevos matices al arquetipo de la tía buena vulgar y descerebrada, que en el pasado ha proporcionado momentos de gloria a actrices como Mira Sorvino, Jennifer Tilly, Debra Messing o Evan Rachel Wood. En esta ocasión, el papel corre a cargo de Lucy Punch, que está fantástica como la versión brit de la bimbo alleniana. También Josh Brolin, Naomi Watts y Gemma Jones hacen un buen trabajo.

¡Ah! Además de todo lo anterior, Allen tiene el suficiente buen gusto como para utilizar a modo de leitmotiv de la banda sonora al gran Luigi Boccherini, músico infrautilizado en el cine, y cuya obra de espíritu exquisito, de una belleza tan sofisticada como poco pretenciosa (¿se nota que es uno de mis músicos favoritos?), casa de maravilla con el tono que últimamente aporta a su trabajo el cineasta norteamericano.

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