martes, 24 de agosto de 2010
Te quiero Phillip Morris
“Te quiero, Phillip Morris” no es nada del otro jueves, aunque se deja ver con moderado agrado. De acuerdo con que esto no es lo mejor que se puede decir de una película, pero, la verdad, menos da una piedra. De todos modos, hay en ella dos cosas que bastan para hacerla interesante.
La primera, que constituye una modélica ilustración de la diferencia entre veracidad y verosimilitud. Si no fuera porque un rótulo nos indica al inicio que lo que en ella sucede ocurrió de verdad, son varias las veces en que a lo largo de su desarrollo diríamos “¡Anda ya!”, y sin duda al terminar nos sentiríamos tan estafados por los guionistas como las (casi siempre difusas) víctimas del personaje interpretado por Jim Carrey. Que algo sea real no quiere decir que resulte creíble: quien utilizó por primera vez la expresión “la realidad supera a la ficción” era la persona más lúcida del mundo. Esta es una prueba inmejorable de ello.
La segunda, que los dos protagonistas de la cinta, el mencionado Carrey y Ewan McGregor, están estupendos. En ambos casos, se trata de actores que nunca me han gustado demasiado. Sin embargo, los dos han nacido para hacerse cargo de estos personajes. En especial, la mirada vacía y la sonrisa de deficiente de McGregor resultan sencillamente perfectas para interpretar a un personaje del que no queda claro si es un ingenuo insalvable (vamos, un completo idiota) o un frívolo aprovechado, o ambas cosas. Creo de verdad que pocos actores habrían proporcionado tanta credibilidad y carne humana a este papel. Desde "El escritor", parece que la carrera del antes blando McGregor está muy bien encauzada, cosa de la que me alegro mucho.
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