martes, 10 de agosto de 2010

Crónicas mexicanas (3): Arte en el DF


Una de las cosas que más me ha sorprendido de México es la descomunal cantidad de museos que alberga. Está, por supuesto, el imprescindible de antropología (extraordinario edificio, más extraordinario aún su contenido), que muestra todo tipo de maravillas precolombinas y que posee una extensión inabarcable. Y varios museos donde se puede contemplar arte más o menos clásico y varias de las glorias nacionales, como el Museo del Palacio de Bellas Artes o el Museo Nacional de Arte (MUNAL). Pero es el arte moderno el que tiene aquí su paraíso: soy incapaz de recordar con precisión todos los museos en los que estuve. Hay varios museos bautizados con los nombres de artistas o mecenas ilustres, y también tenemos los universitarios, y qué se yo. Hay otro museo, el Soumaya, que se encuentra en construcción y que es ya uno de los edificios más espectaculares de la ciudad. Y luego está el de Artes Decorativas Franz Mayer, que también merece la visita.

Debo decir, en todo caso, que la mayor parte de estos museos estaban casi vacíos cuando los visité. En alguna ocasión, sin el casi. Así que de dónde procede el presupuesto para tanto arte conceptual y rabiosamente actual, y sobre todo por qué se ha dedicado aplicar precisamente a este destino, me resulta un completo misterio.

Caso aparte son las galerías de arte privadas. Uno, acostumbrado a la relativa modestia de los espacios de las galerías de Madrid, se queda boquiabierto al penetrar en los dominios de los galeristas más prestigiosos del DF. Algunos de los espacios son tan poderosos que casi boicotean el impacto de las propias piezas exhibidas. Entrar en la galería Kurimazutto, por ejemplo, supone una experiencia similar a cuando la Bella entraba en el castillo de la Bestia en la peli de Cocteau. Aparte, todo resulta terriblemente sofisticado y da la impresión de una organización impecable.

Los muralistas Orozco, Rivera y Siqueiros, y por supuesto Frida Kahlo, como era de esperar, son auténticos iconos nacionales cuya obra está más que presente en museos y edificios institucionales. A mí no es que me vuelvan loco, pero hay que reconocer su talento para alcanzar la gloria en vida y mantenerla hoy en día (en el caso de Kahlo, aún multiplicada). En el Palacio de Bellas Artes pueden contemplarse varios de los trabajos de estos autores, mientras que el Palacio Nacional alberga el ambicioso y prolijo mural de Rivera sobre la historia de México. En el MUNAL destaca la sala dedicada a una tal María Asúnsolo, mecenas y epítome de la belleza que fue al parecer musa de Siquieros, y que se hizo retratar por éste y otros pintores de su época.

Mi principal recomendación es, en todo caso, la visita la Casa Azul, la casa-museo de Frida Kahlo. No tanto por contemplar la obra de la susodicha (lo que tampoco está mal, de todos modos), como por el modesto apartado destinado a exhibir algunos de los exvotos populares expoliados por la pintora y su marido en algunas iglesias mexicanas. Estas raras muestras de arte popular son absolutamente maravillosas, una verdadera exquisitez. También hay algo de arte popular en el Franz Mayer, incluyendo unos santos y vírgenes que parecían creaciones góticas. Todo esto me hizo preguntarme por qué el arte popular mexicano alcanzó semejantes cuotas de creatividad, influyendo en los artistas digamos profesionales, el contrario de lo que suele ocurrir por lo general.

Vamos, que, de verdad, el aficionado al arte no se aburrirá un instante si visita el DF. Como el resto.

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