martes, 10 de agosto de 2010

Actores, filias y fobias


(El probre Cary alucina con la lista de El País)


Como comentaba en una entrada anterior, la selección de los cien mejores actores que ha publicado El País Semanal como resultado de una encuesta entre profesionales resulta aún más aterradora que la de las mejores películas. No creo que merezca la pena profundizar demasiado en ella y señalar sus aberraciones –curiosamente, ya lo hace Maruja Torres en la propia revista-, pero sí me gustaría emitir al respecto alguna reflexión muy general.

Por ejemplo, que soy incapaz se comprender el desmesurado prestigio que Meryl Streep ha alcanzado en los últimos años. Me confieso totalmente inmune a sus artes, sean éstas las que sean. No puedo sino encontrar cargante a una intérprete que parece afrontar cada papel como una especie de lucha a muerte contra una bestia en la que ella siempre ha de dejar bien claro que es la ganadora. Este complejo de San Jorge victorioso me pone de los nervios. Cuando la veo en pantalla ni por un minuto puedo olvidar que me encuentro ante una actriz –el personaje al que se supone que encarna no lo percibo por ningún lado- que despliega encantada su batería de trucos y especialidades. En resumen, que me mata de aburrimiento. Imagino que los demás actores (mayoría entre los encuestados) lo que aprecian en ella es precisamente lo mucho que se nota que está interpretando, el lado exhibicionista de su estilo. Por mi parte, lo que me interesa de un intérprete es justo lo contrario.

En cuanto a Robert de Niro y Al Pacino, no es aburrimiento exactamente lo que me producen. Grima sí, bastante a menudo. Creo que ambos actores estaban espléndidos en sus primeras películas, pero desde hace más de dos décadas no son otra cosa que caricaturas de sí mismos, sobre todo el primero.

Pero, de toda la lista, al que encuentro más insufrible de todos es a Philip Seymour Hoffman. Sencillamente, no puedo con él. Cuánta afectación, cuánto manierismo y qué autoconsciencia tan flagrante.

Y centrándonos en Marlon Brando –ganador indiscutible de la encuesta-, no seré yo quien derribe al tótem, pero sí diré, muy bajito se quiere, que tampoco me parecía para tanto.

Por otro lado, admito mi incapacidad para elaborar una lista con los diez mejores actores de cine de la historia. Pero, entre los que más me gustan, varios sí aparecen en puestos destacados en la clasificación de El País.

Por ejemplo, creo que pocos actores tan completos ha habido nunca como Cary Grant. Una estrella absoluta, dotado de todo el magnetismo y todo el encanto del mundo, nunca ha estado por debajo de la matrícula de honor. Podría pasarme el resto de mi vida simplemente mirándolo actuar, tan desarmado y admirativo como cuando se contempla una obra de arte. Otras estrellas americanas que me gustan mucho son Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Paul Newman, James Stewart, Gregory Peck, Burt Lancaster, Gary Cooper, John Wayne, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman y Vivien Leigh. Bette Davis también, aunque de ella diría más bien que “la admiro”, no tanto que “me gusta”. De las actuales, me quedaría con Julia Roberts, un dechado de fotogenia y falsa naturalidad, como ha de ser toda estrella que se precie.

Aunque el actor digamos “naturalista” no es por lo general mi favorito, la más grande de todos ellos está muy cerca de serlo. Anna Magnani era tan extraordinaria que devoraba todo lo que pululaba cerca de ella. Cuando irrumpió en las pantallas (en especial con “Roma, ciudad abierta”), la gente se quedó alucinada con su forma de hablar, de moverse y de actuar, que no tenía nada que ver con lo que habían visto antes. Su caso era justamente el opuesto al de la Streep o Seymour Hoffman: era imposible rastrear cualquier pista de “interpretación” en sus ejecuciones. Todo hacía pensar que la actriz era el personaje, y viceversa. Y este personaje, popular, arrabalero y lleno de vida, fascinaba a todo el mundo. Aún lo sigue haciendo. Los también italianos Marcello Mastroianni y Alberto Sordi son, en mi opinión, otros dos grandes de los que nadie se olvidará. Yo incluido.

Pero, de todos modos, entre las mujeres la más grande de todas me parece Jeanne Moreau. No creo que exista actriz más completa, ni presencia más fascinante. Amo su voz y su rostro, que son los de una auténtica estrella, carnal y etérea al mismo tiempo.

Entre las francesas, también adoro a Catherine Deneuve. Los motivos ya los expuse en una entrada anterior de este blog. La kamikaze Isabelle Huppert también tiene toda mi –temerosa- admiración.

Me gustan mucho los actores de Bergman. Menudo ojo, el del director sueco. Todos son fabulosos, pero si he de destacar a dos, mencionaría a Max Von Sydow (una de las grandes presencias del cine mundial) y a Liv Ullmann, la única actriz capaz de hacer que sus rasgos faciales varíen ante los ojos atónitos del espectador, en un insólito efecto de morphing sin ordenadores de por medio.

Los británicos tienen una fama extraordinaria, que con la que sólo empatizo a medias. En todo caso, me encantan Vanessa Redgrave (he tenido la suerte de verla actuar en teatro, y aquello fue indescriptible), Albert Finney y Michael Caine.

Entre los españoles, mi favorita de todos los tiempos es María Luisa Ponte. Me gusta desde niño. Ya sea haciendo de solterona o viuda chiflada en una comedia de quinta categoría, de bondadosa ancianita o de harpía irredenta en un dramón, verla era todo un placer. Me gustan mucho también Fernando Fernán-Gómez y Fernando Rey, de estilo tan sobrio como antinaturalista. Encontrarme con Carmen Maura también me parece un placer, incluso en sus peores momentos-películas. De niño y adolescente idolatré a Victoria Abril, que desde hace un tiempo parece haber perdido el norte, lo que es una lástima.

Un tipo de actor que aprecio especialmente es el que llamaría “romántico”. El alma frágil, visible víctima de torturas interiores, que sin embargo consigue la empatía con el espectador sin cargarlo en absoluto. También sugieren a menudo la enfermedad mental, lo que hace aún más turbadora su presencia. Su arte me parece el más complicado de todos, porque requiere un equilibrio casi imposible. Cuando la cosa sale mal, es catastrófica; cuando sale bien, sublime. De todos ellos, hay dos que considero particularmente maravillosos: Romy Schneider y Montgomery Clift. También varios de los que he mencionado en el párrafo de las “estrellas”. En la actualidad, considero que Juliette Binoche cubre bastante bien este registro.

Me fascina Greta Garbo, pero por causas un poco retorcidas. Creo que, objetivamente, era una actriz pésima: su bellísmo rostro era inexpresivo, y átona voz parecía provenir del fondo de una lata oxidada. Sin embargo, se las arreglaba para hipnotizar al espectador. Francamente, no tengo la menor idea de cómo lo hacía, pero lo hacía.

No quisiera terminar este texto sin mencionar dos nombres, provenientes ambos del cine mudo. El primero, la simpar Louise Brooks, todo un prodigio de la naturaleza. El segundo, Maria Falconetti, que con una sola interpretación (en “La pasión de Juana de Arco”, de Dreyer) consiguió situarse entre las más grandes actrices de la historia del cine, sin duda alguna.

Por supuesto, ninguna de las dos aparece en la lista de El País Semanal.

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