martes, 29 de junio de 2010

Amor al cine


Este verano hay dos ciclos estrella en la Filmoteca. El primero, integrado en PhotoEspaña, se llama “La fotografía en el cine”, e incluye obras tan fantásticas como “La ventana indiscreta” de Hitchcock, “La jetée” de Chris. Marker o “Peeping Tom” de Michael Powell. A seguir absolutamente.

El otro es el dedicado a François Truffaut: todas sus películas, desde la primera a la última. La semana pasada me di un atracón, para ver sucesivamente “Besos robados”, “Fahrenheit 451” y “La sirena del Mississippi”. Casi me da pena irme de vacaciones y perderme el resto.

Lo que adoro del cine de Truffaut, incluso en sus obras menos logradas (“La novia vestía de negro” o “Una chica tan decente como yo”), es que cada plano, cada réplica de un intérprete, está cargada de amor. Por la vida y por el cine. El ojo y el alma –si es que esto último existe- del director nunca abandonan la pantalla, y el espectador los vislumbra con tal vigor y nitidez que resulta imposible no emocionarse. Los momentos más sencillo combinan a menudo una delicadeza y una intensidad soberbias: mientras veía “Besos robados”, la primera aparición del personaje interpretado por la actriz Claude Jade, vista a través de la puerta de vidrio de un hotel, me produjo un inesperado subidón de adrenalina. También me encantó una escena bastante excéntrica en la que el protagonista, ante el espejo, repite dramáticamente el nombre de cada una de las dos mujeres entre las que se encuentra atrapado, junto con el suyo propio.

Truffaut es muy lúcido respecto al amor y sus consecuencias, pero no renuncia al romanticismo. Creo que en gran medida es la combinación de estos dos rasgos aparentemente opuestos lo que constituye la belleza de su obra. Si un extraterrestre llegara a la tierra y hubiera que explicarle en qué consiste el enamoramiento y el amor, bastaría con un maratón de Truffaut para no tener que darle una explicación más sobre el complejo e incomprensible fenómeno. En ese maratón no deberían faltar "La piel suave", "Besos robados", "Las dos inglesas y el continente", "La habitación verde", "La historia de Adèle H", "La mujer de al lado" y "La sirena del Mississippi".

Respecto a ésta última, debo decir que “La sirena...” fue la primera vez en que la ficción me enfrentó de manera verosímil a una concepción del enamoramiento que he ido germinando y puliendo con posterioridad. Esa secuencia final, en la que Jean-Paul Belmondo sigue las huellas de Catherine Deneuve a través de la nieve, precipitándose hacia una destrucción de la que es consciente pero que no puede evitar, nunca he podido sacármela de la cabeza.

Truffaut sabía mucho, incluso aunque podamos encontrar que ese conocimiento era, a efectos prácticos, más bien inservible.

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