domingo, 6 de junio de 2010

Diferencias insalvables


El domingo pasado me quedé perplejo ante un artículo publicado en El País Semanal, ingeniosamente titulado “Cerebros… y cerebras”; y redactado por alguien llamado Luis M. Ariza. Su tesis era, más o menos, que sí existen diferencias psicológicas esenciales entre hombres y mujeres, y que éstas son determinadas por la morfología cerebral. ¿El hombre y la mujer nacen o se hacen?¿Hasta qué punto influye la cultura en la asunción de los roles masculino y femenino, y hasta qué punto esto deriva de condicionantes biológicos? ¿La mayor voluntad de promiscuidad masculina y la tendencia al compromiso femenina se explican por cuestiones educacionales, o responden a motivos de eficiencia natural? En fin, estas son cuestiones sobre las que no creo que se haya llegado a conclusiones definitivas. Lo único que parece claro que todos los rasgos de nuestro carácter están modelados por el entorno a partir de una materia prima genéticamente constituida, pero determinar hasta qué punto exacto influye cada elemento –lo congénito y lo adquirido- me parece terriblemente aventurado.

El artículo en cuestión parecía –aunque con cierta pacata ambigüedad- defender la idea de que las diferencias entre hombres y mujeres proceden a su vez de las diferencias innatas en sus cerebros, y para ello esgrimía argumentos como el siguiente: en los años 60, y cuando contaba algo más de un año de edad, a un niño al que por un error médico le habían dañado gravemente el pene, lo sometieron a una operación de cirugía para convertirlo en niña, y como tal fue educado en lo sucesivo. Ya adulto, y aduciendo que jamás había dejado de sentirse otra cosa que un hombre, volvió a cambiarse de sexo y se casó con una mujer. Su crónica infelicidad lo llevó a un temprano suicidio. La verdad, no creo que esto pueda ser ejemplo de nada, y menos aún de la tesis sostenida (aunque ya digo que con hipocresía y vaguedad) por el artículo. De hecho, su utilización a tal fin resulta sonrojantemente ingenua (mejor pensar esto). Entre otros motivos, porque no se tiene en cuenta lo mucho que sucede en la mente humana en su primer año de existencia –vamos, todo sucede en ese tiempo, según muchos- como consecuencia de las vivencias experimentadas, y porque la educación es un concepto que engloba bastante más que el modo en que nuestros padres y nuestro entorno inmediato nos tratan de manera consciente, sin negar que esto sea muy importante. En las tres ó cuatro páginas que siguen a continuación, se invocan –de manera notablemente confusa e inconexa- cuestiones como diferencias en los tamaños de los lóbulos y amígdalas cerebrales, densidades neuronales, inteligencia espacial y emocional, etc, etc.

Aunque lo mejor de todo es cuando se afirma que el motivo de que en el mundo del arte no haya “equivalentes femeninos a Dalí o Picasso” es que “el hombre nace con mayor capacidad espacial”.

Pffffff….

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