lunes, 14 de junio de 2010
Vincere!
El estreno (con retraso) de “Vincere”, de Marco Bellocchio, anima un poco un panorama más bien desolador, y es que la cosecha cinematográfica de este año destá dejando bastante que desear, francamente.
“Vincere” no me parece ninguna obra maestra, pero contiene momentos de una fuerza arrasadora que me hizo creerlo ocasionalmente. Es, además, una película compleja y muy rica en lecturas y planos analíticos. La reflexión sobre los fascismos, la tensión entre la realidad y la imagen de ésta, la posición de la mujer en las sociedades patriarcales, la capacidad del ser humano para mantenerse fiel a sus principios, los mecanismos piscológicos de identificación y repulsa del padre, se muestran con intensidad y transparencia en una obra narrativamente atropellada pero conceptualmente muy nítida, contradicción que en sus mejores momentos termina constituyendo una virtud. El estilo ampuloso y algo gritón de Bellocchio resulta perfecto para transmitir el estado de ánimo de todo un país -¿un continente?- en una época determinada, y sobre todo para retratar la ética y la estética del fascismo. El uso de las imágenes documentales, además, lo encontré de una extraordinaria efectividad. En un momento dado, el protagonista masculino –que no es otro que Benito Mussolini- deja de ser interpretado por el actor Filippo Timi (que asume entonces el papel de su hijo bastardo), para aparecer únicamente en fotografías y películas reales de la época, que a nuestros ojos lo retratan como un fantoche histriónico y borracho de poder. Esta elección establece el paso de la persona al icono (entonces un semidiós, y hoy convertido casi en un objeto kitsch: Berlusconi nunca ha necesitado del primer estadio para acomodarse en el segundo), del marido al Padre renegado, de una manera tan original como robusta, y me parece una de las mejores ideas de la película.
Por otra parte, me gustaría destacar el muy buen trabajo de Giovanna Mezzogiorno como la monomaniaca, orgullosa Ida Dalser, mujer cuyas firmes convicciones –movidas desde luego por un prejuicio de clase y por una concepción más bien desquiciada del papel femenino- terminan abocándola a su propia destrucción. En su mirada voraz, en su ronca voz de santa lunática, se concentra la esencia de toda una raza de mujeres que son capaces de cualquier cosa por lograr sus objetivos, incluso a sabiendas de que éstos son totalmente inalcanzables. Cuánto empuje desperdiciado a lo largo de los siglos, cuánta energía anulada por su fascista equivalente masculino.
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