jueves, 17 de junio de 2010

Muerte y utopía


Crítica de arte que publiqué el pasado mes:

El Colectivo Democracia lleva a Espacio Marzana, en Bilbo, su reflexión en clave política sobre cuestiones como la evolución de las utopías y su papel en el contexto actual, la memoria histórica y la búsqueda de la libertad individual y colectiva.

De la muerte y la utopía

El Colectivo Democracia –los artistas Iván López y Pablo España, afincados en Madrid- se constituyó en 2006, aunque sus dos miembros ya habían fundado y formado parte (junto con Ramón Mateos) de “El Perro”, en activo desde finales de los años 80. De su precedente, Democracia hereda la inquietud por acometer proyectos de naturaleza diversa, así como un marcado sesgo político y social. Artistas y comisarios, mantienen una página web de diseño y contenido particularmente atractivos, mientras editan la revista especializada Nolens Volens. Por otra parte, la naturaleza cooperativa de su apuesta se vincula con –y deriva directamente de- sus posturas ideológicas. La violencia, la dinámica del poder, las desigualdades sociales, forman parte de su repertorio temático habitual, abordado bajo un enfoque de cierta complejidad conceptual. En este registro, la escultura “Memorial al terrorista suicida” resultaba tan magnética como aterradora. Cuando aún continúa en la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma de Mallorca su exposición “Contra el público”, el bilbaíno Espacio Marzana nos ofrece una ración de lo más carácterístico de la dupla de artistas con una intensa “Libertad para los muertos”.

La exposición se compone de media docena de fotografías en blanco y negro, sobriamente dispuestas en las blancas paredes del adusto local frente a la ría bilbaína. Imágenes de lápidas, captadas según encuadres sencillos y cuidados, de una depurada capacidad expresiva, en las que la palabra escrita posee un peso fundamental, aunque en ocasiones se roza sutilmente el terreno de la abstracción (el relieve de una estrella sobre fondo grisáceo de granito). Todas estas instantáneas están tomadas en el recinto civil del cementerio de la Almudena (llamado, en realidad, Cementerio Civil de Madrid), donde desde la publicación de una Real Orden allá por 1883, yacen los difuntos no católicos en la ciudad del Manzanares. Como anécdota, puede interesar a alguien saber que, entre otros, la nómina de inquilinos ilustres incluye a Dolores Ibárruri, Pablo Iglesias, Xavier Zubiri o Pío Baroja. Sin embargo, las lapidas que han decidido retratar los artistas madrileños corresponden a las tumbas de ciudadanos menos notables, y es precisamente este anonimato de sus protagonistas lo que en gran medida otorga su fuerza a la propuesta.

Inevitablemente, el espectador se pregunta por las circunstancias específicas que sirven de trasfondo a cada una de las imágenes, y que a sus ojos constituyen un misterio. ¿Quién es el ciudadano judío –dados los caracteres hebreos de la lápida- que yace bajo la afirmación de que son las cosas que no conocemos las que cambiarán nuestras vidas? ¿Qué significa el número 188 sobre el símbolo del movimiento anarquista y las siglas de la Confederación Nacional del Trabajo? ¿Por qué los restos de alguien que nació en 1873 y murió luchando “por un mundo mejor” en Checoslovaquia reposarían bajo tierra madrileña? Sin embargo, más allá de los pequeños o grandes enigmas individuales, la exposición ofrece un bello y desolador mosaico sobre una experiencia colectiva, que atraviesa las generaciones y posiblemente acompañará y servirá de motor a una parte sustancial de la especia humana mientras ésta exista. La búsqueda de la utopía, la irresistible propensión a la libertad y la divergencia, flotan densa y conmovedoramente sobre todas estas fotografías.

Otra referencia insoslayable, aunque de carácter más coyuntural, es la de la memoria histórica, cuestión presente hoy en día por motivos que aparecen cada día en los medios de comunicación. Los muertos del colectivo Democracia yacen en tumbas conocidas, y no es por tanto necesario rastrear el destino de sus restos, pero de su destino final emergen ciertas enseñanzas que conviene no olvidar. De algún modo, Democracia logra así mantener su habitual inquietud política aportando a ésta una interesante pátina emocional. La despojada solemnidad de su visión, su inusual falta de cinismo, resultan tan refrescantes como abrumadoras. La combinación basta para convertir la muestra en una experiencia altamente recomendable.

En una de las fotografías, puede observarse con nitidez la inscripción más brutal que pueda concebirse en una lápida: es la que nos advierte de que nada –y ese “nada” produce un vértigo inmediato- hay después de esta vida. Imposible sentir mayor admiración que la que despiertan los arrestos y la coherencia de quien decidió que semejantes palabras ilustraran su propia tumba. Incluso aunque esta admiración se vea acompañada de un incómodo escalofrío.

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