jueves, 29 de octubre de 2009
El más raro de los directores
La Filmoteca nos regaló la semana pasada una proyección de “Senso”, película dirigida en 1954 por Luchino Visconti, basándose en una novela de Camillo Boito, con guión propio y de Suso Cecchi d’Amico y con la colaboración de lujo de Tennesse Williams en los diálogos. La película, que transcurre en 1866, durante los últimos coletazos de la ocupación austriaca sobre el norte de Italia, narra la historia de una condesa que se enamora perdidamente de un soldado ocupante, un tipejo que se detesta a sí mismo por el que llega a traicionar a la causa nacionalista, y que la chulea sin piedad. Muchos entienden esta obra como un ensayo de la posterior “El Gatopardo”, la obra maestra del director, rodada nueve años y tres películas más tarde. A mí me pareció de todos modos maravillosa de principio a fin: si así fueran todos los ensayos, no harían ninguna falta los estrenos definitivos.
Hace poco hablaba en este blog sobre la capacidad de Visconti para crear atmósferas en contextos históricos. Por mucho decorado que utilice, con Visconti todo parece real, desde los muros húmedos de una mansión veneciana hasta el último broche que lleva prendido una figurante. Si algún objeto aparece en cuadro (y aparecen muchos, muchísimos objetos) no sólo sirve para proporcionar más información acerca del entorno descrito, sino que además uno siente que ha sido utilizado para su fin natural, y que seguirá siéndolo, es decir, que no forma parte de un simple atrezzo. Y todo esta cargado de una extraordinaria energía, y gracias a ello es como el director italiano logra contagiarnos su fascinación por el mundo que retrata. Además, Visconti consigue milagros impensables, como que el californiano Farley Granger dé perfectamente el pego como oficial austriaco, o que no nos distraiga en absoluto el hecho de que todos sus diálogos con la otra protagonista, Alida Valli, se ejecuten en inglés pero hayan sido doblados al italiano.
Durante mucho tiempo, Visconti realizó el tipo de cine que yo por lo general detesto, lo que podríamos llamar cine “de ilustración”, el que toma un texto y un mundo ajenos (normalmente, de un novelista) y lo reproduce con la mayor fidelidad y pulcritud posible. La mayor parte de las películas que siguen este patrón no me interesan en absoluto: por desgracia, es el que más abunda aún hoy en día. Mis directores favoritos (de Buñuel a Bergman, de Hitchcock a Dreyer) se caracterizan por haber hecho justo lo contrario; contaban sus propias historias o, si adaptaban una preexistente, la llevaban a su terreno hasta hacerla prácticamente irreconocible, y no reflejando en el resultado otra cosa que a sí mismos. Sin embargo, Visconti hace tan bien su trabajo, es capaz de cumplir con sus premisas con tal perfección y hasta tal extremo, que no sólo lo considero el mejor director “ilustrativo” que ha habido nunca, sino un genio de la historia del cine, sin matiz alguno. Hasta que llegó Visconti, nadie había llegado tan lejos en su ámbito, y por supuesto nadie ha vuelto a hacerlo después. Por eso pienso que es el más raro de los directores, y el más contradictorio, y quizá también el más retorcido.
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