jueves, 11 de junio de 2009
Viento y confeti
Ante la noticia de que Juan Marsé había ganado al fin un premio Cervantes que lleva décadas mereciendo (ver una entrada anterior en este mismo blog), el autor catalán tuvo la ocasión de realizar afirmaciones públicas como que el principal problema del cine español es la falta de talento. Se organizó cierto revuelo al respecto, lo que de ningún modo puede eclipsar una verdad indiscutible: si alguien ha de saber algo sobre el tema es el propio Marsé, que ha visto varias de sus novelas atrozmente trasladadas al cine, casi siempre por directores españoles. Quizá “Si te dicen que caí”, de Vicente Aranda, puede salvarse un poco más que el resto, con el mérito añadido de que se trataba, por la extrema complejidad narrativa del original, de una de sus novelas más difíciles de adaptar. En cuanto a lo que hizo Fernando Trueba con “El embrujo de Shanghai”, era directamente de jugado de guardia: por desgracia, hay casos aún peores.
Estos días he estado releyendo “Últimas tardes con Teresa”, la novela que situó a Marsé en el mapa de los grandes autores allá por los años sesenta. Y lo he hecho con un placer indescriptible, con una fruición que me ha llevado a avanzar lentamente por sus párrafos, a recrearme en algunos pasajes particularmente logrados, una práctica muy poco habitual en un lector con tendencia a la bulimia, como es mi caso. El estilo de Marsé roza por momentos un barroquismo que, me consta, no gusta a todo el mundo, pero que yo encuentro sublime. El tópico y la cursilería, cuando entran en acción, son de inmediato dinamitados por una ironía diabólica, una absoluta falta de complacencia que sin embargo, insólitamente, no entra en conflicto con el romanticismo esencial de la obra. Esto es algo que me asombra especialmente en la novela: su capacidad para moverse entre dos aguas que deberían anularse mutuamente, la de una melancolía arrebatada y la de un sarcasmo corrosivo, implacable con varios estamentos sociales catalanes, en especial su juvenil gauche caviar y la reaccionaria burguesía de la que la primera procedía.
Como en todas las grandes obras, uno descubre cada vez que lee “Ultimas tardes con Teresa” nuevos aspectos o dimensiones que en lecturas anteriores le habían pasado desapercibidas. En esta ocasión, me ha maravillado especialmente su cualidad cinematográfica: de una punzante sensualidad, la narración parece seguir la voluntad de recrear imágenes que se yuxtaponen como secuencias fílmicas. Por momentos, se tiene la sensación de estar “leyendo” una película de Douglas Sirk o Nicholas Ray. Que semejante material haya sido desaprovechado como lo ha sido no admite perdón de ningún tipo. A modo de ejemplo, basta con leer el prólogo de la novela, que describe el momento mágico en el que una pareja -cuyos nombres aún desconocemos- transita de madrugada por las calles de un barrio popular barcelonés para verse sorprendida por un torbellino de viento y confeti que los envuelve anunciándoles el final del verano. Por favor, corred a la FNAC o la biblioteca más cercana (o, mejor, pinchad aquí mismo) y leed únicamente estas páginas si no estáis dispuestos a enfrentaros a la novela completa. Son lo más bello que yo recuerdo haber leído de todo lo que se ha escrito en lengua castellana durante el siglo XX.
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