martes, 30 de junio de 2009

Al fin, Tetro


Maribel Verdú, sublime en "Tetro" de Coppola

Cuando “Tetro”, lo último de Francis F. Coppola, abrió la pasada Quincena de los Realizadores en Cannes, la crítica se dividió sin matices. Me refiero a la crítica internacional, porque la española fue con casi total unanimidad muy agresiva frente a la película. Sobre todo, aquélla que trabaja para los medios más difundidos. Entre las innumerables sandeces que se dijeron sobre la cinta, destaca aquélla según la cual Coppola, tras cinco décadas de una carrera que contiene varias obras maestras, estaría ahora copiando a Almodóvar.

Como digo, esta afirmación no es más que una majadería; sin embargo, me sirve como excusa para vincular las que me han parecido, hasta el momento, las dos mejores películas estrenadas este año, a saber “Los abrazos rotos” y ésta “Tetro” que acaba de llegar a los cines. Existen, por supuesto, otros puntos en común entre ambas obras. Anecdóticos (poseer espléndidos repartos), estilísticos (rehuir el naturalismo que parece exigirse con creciente y alarmante insistencia) y sobre todo temáticos (la familia, la biológicamente impuesta y la elegida; el padre Saturno que devora a sus propios hijos). Puntos comunes que se engloban en el más relevante de todos, y es que se trata de dos grandes cintas creadas por dos de los mejores directores mundiales en activo.

“Tetro” es en mi opinión una gran obra, la obra de un artista cuyo talento y creatividad resulta evidente en cada plano. Es también una película auténtica y llena de emoción, y sobre todo (como también lo era “Los abrazos rotos”) un monumento a la puesta en escena, que utiliza los muchos recursos estilísticos que están al alcance de su creador para llevar al espectador sensible a un estado cuasi hipnótico que no tiene nada que ver con la manipulación. Quizá Coppola posea un grandísimo ego, pero no puede estar más alejado de la mezquindad calculadora. Muy al contrario, el éxtasis al que nos conduce el director americano con sus imágenes barrocas procede de una generosidad inaudita, que lo lleva a hacernos partícipes de una verdad íntima, seguramente dolorosa, que subyace detrás de la aparente anécdota del folletín “à clef”. En efecto, para obtener este resultado no creo que haya sido decisiva la pequeña dramaturgia a lo Eugene O’Neill o Tennessee Williams, ni el tratamiento fotográfico (magnífico, de todas maneras) que remite al suntuoso falso realismo de un Elia Kazan en “Un tranvía llamado deseo”. Porque, en realidad, la intensa irrealidad de algunos puntos del argumento y la fuerza de las imágenes recuerdan sobre todo al cine mudo (Griffith, Murnau), el más poético que se haya realizado nunca. Así, algunas secuencias (toda la entrega de premios presidida por Carmen Maura y el viaje a la Patagonia que la antecede, el funeral con la orquesta que parece ser consciente de estar interpretando la banda sonora de la película que nosotros vemos), con todo su exceso y autoconsciencia, están rodadas con un brío insólito, casi desterrado del cine de las últimas décadas: hay que irse muy lejos en el tiempo para encontrar algo comparable en riesgo y capacidad emotiva. Y esto, las imágenes llenas de poesía que encapsulan una interpretación subjetiva sobre cierta realidad familiar, punzante, es lo que desencadena todo el patetismo.

No se puede hablar de “Tetro” sin referirse a sus actores protagonistas. Vincent Gallo y Alden Ehrenreich están soberbios en la piel de los hermanos protagonistas, como también lo está Klaus Maria Brandauer como su padre y su tío. En cuanto a Maribel Verdú, no tengo palabras. Extrañamente, su clarísima (y perdida) lucha contra la entonación en idioma inglés sólo sirve para hacer aún más conmovedor el trabajo que desempeña. La escritura y el tratamiento del personaje de Miranda por Coppola encuentran en Verdú un instrumento perfecto, impagable, para hacerse carne, que proporciona a la cinta momentos para los que el adjetivo “sublime” se queda corto. Dos secuencias de cara a cara entre Verdú y Gallo (en un hospital, en la mesa de un café) lograron arrebatarme hasta las lágrimas. Literalmente.

Coppola nos ha devuelto, en 2009, la auténtica magia del cine, mientras revienta algunos de los corsés que están oprimiendo sus contornos con rigidez cada vez más asfixiante. Creo firmemente que algún día se hablará de “Tetro” como de una pieza fundamental en la evolución de este arte que, como todos los demás, precisa de autores sin miedo y espectadores liberados de prejuicios para llegar cada vez más lejos en sus premisas.

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