lunes, 1 de septiembre de 2008

Todo lo que Kristin Scott Thomas no hace


Hace mucho que te quiero”, de Philippe Claudel, es una mala película. Contiene algunos momentos de una extrema cursilería y otros sencillamente grotescos. El director subraya lo evidente recurriendo a fastidiosos efectos musicales, mientras emplea la cámara digital de un modo atropellado y confuso. Una lástima.

Sin embargo, un motivo bastó para que no lamentara haber pagado 7 euros por la entrada. Se trata de su protagonista, Kristin Scott Thomas, o más exactamente de la interpretación que aquí realiza. Su trabajo es una absoluta rareza, una feliz anormalidad. Desempeña el goloso papel de una ex convicta que asesinó a su propio hijo sin realizar una sola mueca ni sacarse de la manga tic alguno. Para aparecer algo ajada en los abundantes primeros planos (hay que convenir que la elegante belleza de la actriz podía comprometer la verosimilitud del papel) le basta con prescindir del maquillaje. Su registro de voz, ahora neutro, ahora severo, ahora agitado, no recorre trescientos tonos dentro de una misma línea de diálogo. Cuando el guión la obliga a la histeria, no gira los ojos fuera de sus órbitas ni agita la cabeza como la niña del Exorcista. Gracias a todo lo que K.S.T. no hace en la película, pasé encandilado las dos horas que ésta dura.

Hace mucho que admiro a Kristin Scott Thomas. Desde ahora, la considero mi favorita de entre todas las actrices de su generación.

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