"Al pont aeri, si us plau!"
Esta misma tarde me voy a Barcelona, y como es lógico estoy encantado. Primero, porque nada más llegar me espera un evento de lo más apetecible donde me encontraré con mucha gente a la que estimo. Segundo, porque visitar Barcelona es siempre, siempre, un placer y un regalo.
Estuve trabajando en la capital catalana durante casi dos años, entre 2003 y 2005, los más felices de mi larga época como consultor financiero (de la que posiblemente hablaré en detalle otro día). Me gustaba la ciudad, la gente, la comida y hasta el idioma, del que aprendí un small talk que me permitía pedir el desayuno, hacer una reserva en un restaurante o solicitar por teléfono a una secretaria que dejara a su jefe una nota para que me llamara en cuanto terminase su reunión. Recuerdo Barcelona siempre luminosa, incluso en invierno. Y tan húmeda que al salir del avión tenía la impresión de adentrarme en un túnel de lavado.
No he vuelto desde aquellos tiempos, salvo por un brevísimo viaje que realicé hace unos meses, pero eso no cuenta porque ni siquiera hice noche. No veo el momento de coger el puente aéreo, actividad que constituye en sí misma una notable experiencia: no hay que dejar de apuntarse al clásico juego consistente en tratar de adivinar la ciudad de procedencia de cada uno de los pasajeros. ¿Barcelona o Madrid? En mis tiempos, gafas de pasta y camisa oscura con traje equivalían inequívocamente a Barcelona, mientras que una corbata rosa sobre una camisa azul pálido sólo podían asociarse con Madrid, por ejemplo. Tengo que comprobar sin falta si estas y otras sencillas reglas siguen siendo válidas en 2008.
Me voy a Barcelona. Adeu-siau!
Estuve trabajando en la capital catalana durante casi dos años, entre 2003 y 2005, los más felices de mi larga época como consultor financiero (de la que posiblemente hablaré en detalle otro día). Me gustaba la ciudad, la gente, la comida y hasta el idioma, del que aprendí un small talk que me permitía pedir el desayuno, hacer una reserva en un restaurante o solicitar por teléfono a una secretaria que dejara a su jefe una nota para que me llamara en cuanto terminase su reunión. Recuerdo Barcelona siempre luminosa, incluso en invierno. Y tan húmeda que al salir del avión tenía la impresión de adentrarme en un túnel de lavado.
No he vuelto desde aquellos tiempos, salvo por un brevísimo viaje que realicé hace unos meses, pero eso no cuenta porque ni siquiera hice noche. No veo el momento de coger el puente aéreo, actividad que constituye en sí misma una notable experiencia: no hay que dejar de apuntarse al clásico juego consistente en tratar de adivinar la ciudad de procedencia de cada uno de los pasajeros. ¿Barcelona o Madrid? En mis tiempos, gafas de pasta y camisa oscura con traje equivalían inequívocamente a Barcelona, mientras que una corbata rosa sobre una camisa azul pálido sólo podían asociarse con Madrid, por ejemplo. Tengo que comprobar sin falta si estas y otras sencillas reglas siguen siendo válidas en 2008.
Me voy a Barcelona. Adeu-siau!
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