domingo, 21 de septiembre de 2008
Actitud
Este año mis obligaciones profesionales no me permitían asistir a los desfiles de Cibeles (evento ahora rebautizado con el enrevesado nombre “Cibeles Madrid Fashion Week”… o algo así), pero logré tomarme un respiro para acudir a la única cita que de verdad consideraba ineludible. De ninguna manera podía perderme el desfile de Miriam Ocariz después del gozo que me procuró su exposición barcelonesa, suficientemente descrito en entradas anteriores de este blog. Para que no me tilden de repetitivo, me limitaré a indicar que la colección presentada era espléndida, una de las más delicadas y originales de la diseñadora, y que en ella destacaban una vez más la complejidad del patronaje y la sabiduría en la explotación de las posibilidades ofrecidas por los tejidos.
Acudir a Cibeles es una experiencia que merece la pena, porque aunque por casualidad ocurra que los desfiles que uno ha visto hayan resultado una patata, siempre queda el entretenimiento reportado por toda la parafernalia que rodea a lo que debería ser la actividad principal. Es más, me atrevería a afirmar que lo más interesante de Cibeles no ocurre en la pasarela, sino alrededor de la misma; a veces, incluso fuera de las puertas de las salas donde se presentan las colecciones. Y no me refiero necesariamente a los famosos que acuden a la llamada de sus amigos diseñadores o publicistas, ni a la impresionante yuxtaposición de chiringuitos de publicaciones y compañías de cosméticos que convierten los pabellones expositivos en lo más parecido a un mercadillo, aunque desde luego todo esto forme parte del fenómeno. Hablo sobre todo del innumerable tropel de chicos y chicas que circulan por escaleras mecánicas, pasillos, salas y stands con la desquiciada seguridad de hormigas entre las grietas del pavimento, desplegando eso que está tan de moda y que se llama actitud. No tengo muy claro a qué se dedican (imagino que habrá entre ellos algunos periodistas de publicaciones menores, así como agentes de prensa, asistentes y colaboradores de las firmas, aprendices de coolhunters, estudiantes de moda, diseñadores en ciernes, qué se yo), pero actitud derrochan a raudales.
La actitud es algo intrínsecamente mutable, tendente a adaptarse al entorno, y muy convenientemente adopta formas distintas según lo requieran las circunstancias. En este caso, dominar sus claves resulta especialmente complicado, ya que requiere combinar un sustrato de indiferencia frente a todo lo que sucede alrededor (una cierta astenia es común denominador a todas las formas posibles de actitud) con la convicción inamovible de que se está asistiendo a algo realmente importante, lo que no es más sencillo que transitar de puntillas sobre la cuerda floja sabiendo que debajo no hay red.
Quien es capaz de hacerlo bien ha de saber que tiene entre manos una habilidad circense.
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