martes, 22 de marzo de 2011

Nunca de abandones


Hace un año y medio publicaba en este blog una entrada sobre la novela de Kazuo Ishiguro “Nunca de abandones”, publicada en España por Anagrama. El libro está en mi opinión lleno de buenas ideas (conceptuales, ambientales, estilísticas), pero su vuelo es lastrado por algunas irritantes opciones narrativas. Su adaptación cinematográfica, a cargo de Mark Romanek, prescinde de estos lastres… pero sólo para asumir otros nuevos que vuelven a frustrar su alcance.

Recordémoslo: la historia se desarrolla entre los años 70 y 90 del pasado siglo, presentados en un plano paralelo al real. La ucronía se basa en la posibilidad de que, a partir de cierto momento, la sociedad hubiera aceptado la creación y utilización de clones humanos con el fin de emplear sus órganos para transplantes a pacientes enfermos, posibilitando la curación de graves enfermedades y alargando sustancialmente la esperanza de vida de la población. Los protagonistas son tres de estos clones, educados junto con otros compañeros en un extraño internado campestre, al principio ignorantes de su condición y destino, y después aceptantes sumisos del mismo. El horror ante la premisa de partida se diluye (en la novela y en la película) ante un tratamiento realista que hace hincapié en los ambientes cotidianos y la vulgaridad de la vida diaria, mientras que la sensación de drama también termina por perder intensidad (más en la película que en la novela) debido a cierta indefinición en el punto de vista, que no queda muy claro si es consecuencia de la inexperiencia, el pudor, la confusión, las pretensiones de objetividad o de un poco de todo esto. En cualquier caso, Romanek no consigue implicar al espectador en el espantoso drama que viven los protagonistas. La interpretación de los actores (Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley) es más que aceptable, así que no creo que se les pueda culpar a ellos de la inanidad dramática de la película. Es, simplemente, que no les han dado la oportunidad de transportar sus personajes más allá del estado de criaturas de laboratorio.

Y, ante eso, no hay crescendos musicales ni dorados atardeceres que puedan salvar la situación.

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