miércoles, 9 de marzo de 2011

De mujeres, hombres y tejidos


Crítica de arte que publiqué el pasado mes:

Con “Habitando desiertos”, de Verónica Eguaras, Bastero Kulturgunuea nos ofrece una reflexión sobre lo femenino, la educación sentimental y social y su configuración a través del factor determinante del entorno. Un paso más en la interesante programación del centro de arte de Andoain.

De mujeres, hombres y tejidos

Verónica Eguaras (Iruña, 1979) es joven, pero de ningún modo puede considerársela una recién llegada. Licenciada en Bellas Artes en la UPV hace nueve años, ha recibido algunas de las becas y premios más prestigiosos a nivel estatal para artistas emergentes (incluido el premio INJUVE en 2008), y su obra estuvo presente en el LOOP de Barcelona hace un par de años. Especialmente centrada en la creación audiovisual, hasta el momento ha desarrollado su actividad en diversas disciplinas, y ha colaborado en varios proyectos de artes escénicas mediante la elaboración de vestuario, decorados o vídeos (en una reciente “Luces de bohemia” por la Compañís la Ortiga TDS firmaba la escenografía y unas creaciones audiovisuales ad hoc). También participaba en “Quid pro quo-Tecnología y humanidad”, exposición de 2010 en la Sala Amarika de Gasteiz, con su trabajo “In-Habiting”, ya presentada dos años antes en el Centro Huarte de Navarra.

Es precisamente la obra “In-Habiting” (compuesta por una serie de fotografías y una escultura), además del vídeo “Inodo”, lo que constituye el contenido de la exposición que se presenta estos días en el centro Bastero Kulturgunuea de Andoain, de cuyo comisariado se ocupa Itxaso Mendiluze. Pero vayamos por partes.

El visitante a la sala de exposiciones (espacio que resulta, como hemos señalado ya en alguna ocasión anterior, tan pleno de posibilidades como estructuralmente complejo) se encuentra en primer término con la escultura colgante “In-habiting”, figura a medio camino entre el palio, el totem y el estandarte que poco menos que ofece el derramamiento de sus inquietantes entrañas textiles. Después, detrás del muro, la visión se complementa con una decena de instantáneas de la serie del mismo nombre. En ellas, otra criatura hecha de tela, muñeca de trapo de aspecto antropomórfico con el rostro vacío y sin manos ni pies (pero dotada de un lenguaje corporal sorprendentemente humano y naturalista) habita diversos espacios de naturaleza industrial (desiertos, al fin y al cabo) como quien se desenvuelve en la intimidad de su propio hogar. Eguaras parece aquí aludir a las estrategias de construcción de la identidad, con toda su carga de retroalimentación con el proceso de configuración del propio cuerpo. La mujer de sus imágenes es al mismo tiempo un objeto y un sujeto, y el sujeto se construye a sí mismo (física, intelectual y emocionalmente) bajo el condicionamiento inevitable de las expectativas sociales. Convertida, pues, en el producto estandarizado, inindiviualizado, de los mecanismos sociales, está condenada a deambular como un espectro o ente incorpóreo (mujer invisible despojada de la careta que reemplazaría unos rasgos faciales ausentes) por unos espacios igualmente fantasmales. Al menos, la mujer de la escultura, que ofrece, abierta en canal, la visión casi obscena de sus órganos internos, posee una materialidad que mostrar, más allá de la mera carcasa con la que ha sido revestida y que debe construir ella misma como medio para desenvolverse en el ámbito que le ha sido reservado.

La utilización de lo textil como representación de lo femenino no es nueva: recordemos, en estas mismas páginas, las recientes “Rag dolls” de Txaro Arrazala vistas en la galería donostiarra Arteko. Pero, aún mucho antes de todo esto, en la Grecia clásica era el telar el instrumento con el que se aludía a la mujer, el ama de casa ideal para una sociedad profundamente obsesionada con la reproducción y la perpetuación de la especie, en la que las esposas estaban confinadas dentro del espacio doméstico (el oikós). La Penélope de la Odisea, con su labor de tapiz que cada noche deshacía todo cuanto durante el día se había tejido, es sólo una representación literaria de esta identificación. Salvo por unas pocas alternativas (el sacerdocio y la prostitución, y pare usted de contar), la participación de la mujer en la economía y la sociedad helenas se limitaba a la gestión del hogar, la producción textil y el alumbramiento de vástagos legítimos. Pero no olvidemos que el tejido –trama y urdimbre- se relaciona también con la actividad narrativa, con la capacidad de fabulación y de reconstrucción novelada de la realidad. Lo que nos llevaría a la segunda vertiente de la exposición de Bastero.

Así, en el vídeo “Ínodo” se utiliza la técnica de la pixiliación (una variante del stop-motion que hace interactuar participantes humanos e inanimados con resultados de sorprendente potencial poético, como nos han demostrado en particular los animadores surrealistas checos) para desarrollar algo así como una educación sentimental en un entorno desértico. En esta ocasión el protagonista es un hombre, pero la mujer vuelve a adquirir un papel determinante en el artefacto narrativo y conceptual. Configurado como un trayecto vital en el que los simbolismos –por lo general, bastante reconocibles- van encadenándose de manera ágil, el trabajo está construido para resultar lo más transparente posible, y lo limitado de su alcance se ve compensado con la homestidad con la que está planteado.

En conjunto, la exposición supone un nuevo acierto para la programación con que Mendiluze ha dotado al centro andoaindarra. Merece la pena acercarse a ella, como sin duda convendrá seguir con atención las propuestas futuras que nos dirija Bastero.

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